10.3 Razones para el uso de drogas entre las tropas estadounidenses en Vietnam (en tantos por ciento)
10.4 Consumo de drogas entre los soldados estadounidenses en tres períodos de tiempo (en tantos por ciento)
Prefacio
¿Quién contará algún día toda la historia de los narcóticos, que es casi la historia de la «cultura», de nuestra llamada cultura superior?
F RIEDRICH N IETZSCHE , La gaya ciencia
Carl von Clausewitz, el más grande e influyente teórico militar de Occidente, nos recuerda que el azar es algo de lo que la guerra la historia podemos comprender los actos, los hechos y las ideas que han determinado el aspecto de nuestra época. Lo que Vico proponía era que, si queremos comprender los fenómenos y procesos contemporáneos, es preciso que nos remontemos a sus orígenes.
¿De qué trata este libro? Cuando pensamos en las palabras «drogas» y «guerra», generalmente las relacionamos de manera automática con la «guerra contra las drogas», es decir, un esfuerzo coordinado cuyo fin es limitar la producción, el tráfico, el comercio y el consumo de sustancias ilegales tanto en nuestros países como en el extranjero. Este volumen, sin embargo, no es un estudio sobre la guerra contra las drogas, sino un intento por comprender el papel que las drogas han desempeñado en la guerra. En él se habla de guerreros y de soldados, de gobiernos, de fuerzas armadas y de milicias de distintos tipos que han tratado de exprimir a fondo las propiedades de los estupefacientes. Es una historia social, cultural y política del uso de las sustancias psicoactivas en el campo de batalla.
Se dice a menudo que la historia de la humanidad es la historia de la guerra. Si bien esto constituye una exageración a todas luces, no deja de ser cierto que una de las características de nuestra historia es la enormidad de las guerras que han librado los humanos. Por mi parte, estaría dispuesto a defender que otro de sus rasgos vitales es el uso de estupefacientes. A lo largo de los siglos, casi todos los pueblos han empleado de distintas maneras multitud de sustancias susceptibles de alterar la conciencia. Escribir una historia completa de las drogas y la guerra tal vez sea imposible, ya que seguramente tal obra no podría escribirse debido al alcance histórico y geográfico del fenómeno. La mía, claro está, no es más que una de las historias posibles, una narración escrita sin perder de vista que podría haber seguido muchos otros derroteros.
Lo que me interesa son las sustancias potentes y más bien «controvertidas», la mayoría de las cuales, con la excepción del alcohol, se hallan sometidas hoy en día a rígidos regímenes de control estatal e internacional. No me centro, por tanto, en sustancias psicoactivas tradicionales y omnipresentes, como la nicotina, el tabaco y la cafeína. Su uso por parte de las tropas todavía está permitido y no suscita los mismos debates que, por ejemplo, las anfetaminas.
ser venenosas, y abusar de ellas puede resultar fatal. David Courtwright lo ha expresado de un modo muy acertado:
Los alcaloides vegetales psicoactivos evolucionaron como un mecanismo de defensa contra los herbívoros. Los insectos y animales que comen esas plantas se marean y desorientan o experimentan alucinaciones ... En términos evolutivos, la intoxicación accidental puede ser
Es decir, que tanto la ebriedad como la participación en el combate pueden considerarse, hasta cierto punto, contrarias a la supervivencia del individuo.
Me he centrado principalmente en la historia de las drogas «prescritas» a los soldados por parte de sus autoridades, no solo con propósitos medicinales, sino, sobre todo, para azuzarlos antes y durante la batalla y para ayudarlos después a relajarse. Los estimulantes, como el alcohol (en pequeñas cantidades), la cocaína y las anfetaminas, se han utilizado para mejorar la eficacia combativa de las tropas y producir mejores soldados. Al acelerar el ritmo de los procesos metabólicos, los estimulantes aumentan la fuerza física: incrementan la resistencia, aportan energía, suprimen la necesidad de dormir, combaten la fatiga y refuerzan las actitudes beligerantes. Asimismo, acrecientan el valor, mejoran la determinación y generan agresividad. En esencia, son capaces no solo de mantener, sino también —mediante la multiplicación de las habilidades y la fuerza humanas— de expandir el rendimiento en combate del soldado individual. Por el contrario, los sedantes, como el alcohol (en grandes cantidades), el opio, los opiáceos, la marihuana y los barbitúricos, se han utilizado para disminuir la fatiga de combate y prevenir o mitigar la neurosis de guerra, lo que en última instancia puede anular la eficacia de los soldados. La farmacología, pues, ha servido como medio para luchar contra el enemigo más peligroso del combatiente: los nervios.
A pesar de que el principal objeto de mi investigación era en origen la administración oficial y legal de sustancias psicoactivas, no he podido pasar por alto el uso no oficial, y generalmente ilegal, que de ellas hacen los combatientes. Durante siglos, los guerreros se han «autorrecetado» agentes psicotrópicos de distintos tipos, ya sean estimulantes, sedantes o alucinógenos. Por lo común, los soldados los toman de forma recreativa, para atenuar la fatiga de combate aguda y mitigar el miedo a la batalla, pero también para aplacar el aburrimiento, así como para incrementar su rendimiento y, con ello, sus probabilidades de supervivencia. En la medida en que estos estados no limitaran su eficacia en combate ni debilitaran el ánimo de la tropa, a menudo los comandantes han mirado hacia otro lado.