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Juan Carlos Onetti - Artículos 1939-1968

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Juan Carlos Onetti Artículos 1939-1968

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Esta es una recopilación esencial de los mejores y más recordados artículos periodísticos publicados por el autor, en los semanarios Marcha, Acción y otros, entre 1939 y 1968.

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Juan Carlos Onetti

Artículos 1939-1968

ePub r1.0

Titivillus 30.03.16

Juan Carlos Onetti, 2013

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

La piedra en el charco Artículos publicados en Marcha bajo el seudónimo - photo 3

La piedra en el charco

Artículos publicados en «Marcha» bajo el seudónimo «Periquito el Aguador»

1939-1941

Explicación de Periquito el Aguador

1968

La culpa la tuvo Quijano. Pero como todo el mundo sabe que los desastres sufridos por el país en los últimos treinta años los provocó el mencionado mediante Marcha y por control remoto, una culpa más —aunque tan grave como ésta— poco pesará en su conciencia.

En la época heroica del semanario (1939-1940) el suscrito cumplía holgadamente sus tareas de secretario de redacción con sólo dedicarles unas veinticinco horas diarias. A Quijano se le ocurrió, haciendo numeritos, que yo destinara el tiempo de holganza a pergeñar una columna de alacraneo literario, nacionalista y antiimperialista, claro.

Recuerdo haberle dicho, como tímida excusa, desconocer la existencia de una literatura nacional. A lo cual contestome, mala palabra más o menos, que lo mismo le sucedía a él con la política y que no obstante, sin embargo y a pesar podía escribir un macizo y matemático editorial por semana sobre la nada.

Así nació Periquito el Aguador, empeñado en arrojar su piedra semanal en la desolación del charco vacío.

Señal

En este comienzo de marcha a la búsqueda de un tiempo aún no perdido, la crónica inicial de esta página, que ha de ser de información y crítica semanal, desea subrayar —como señal de la hora— la ostensible depresión literaria que caracteriza los últimos años de la actividad nacional. En otras épocas, que nunca fueron de oro —fuerza es reconocerlo—, jóvenes inquietudes removían el curso de las generaciones, y por lo menos una apariencia de labor colmaba el correr de los días. En la actualidad, sobre los cotidianos escorzos poéticos, síntomas más bien de insuficiencia que de riqueza, las letras siguen destilándose de las antiguas y patinadas plumas. Esto induce a pensar en un país fantástico en que de pronto hubiera desaparecido la juventud y el reloj de la vida siguiera dando siempre una idéntica hora. No son ajenos a este fenómeno, a más de la universal latitud de la imaginación creadora, aprisionada en las redes de los antagonismos políticos y la pereza mental de nuestra idiosincrasia criolla, los acontecimientos políticos que hace ya más de un lustro paralizaron el cerebro de la comunidad, arremolinando sus energías alrededor de un solo centro. Esa sacudida histórica desvió el curso de las mejores voluntades, que por lo menos simbólicamente trocaron las letras por las armas; sacrificio intelectual de una generación en formación que una valiente y alta voz se adelantó a denunciar en el correr de la agitación ciudadana. No es éste un reproche —como no lo fue el del escritor aludido— sino una comprobación que hasta puede importar un elogio. Pero ya es tiempo de apearse —sin que esto importe adelantar un juicio en otros aspectos de la vida nacional— de aquella posición, y darse sin exclusivismos cada una a lo suyo a favor de esa aura reordenadora, neorromántica, impregnada de ancho humanismo que está dando la vuelta al mundo.

Entretanto vírgenes territorios literarios de la ciudad y el campo ofrecen su angosta pero profunda riqueza sentimental a los más nuevos viadores. Es necesario que una ráfaga de atrevimiento, de firme y puro atrevimiento intelectual cure y discipline el desgano de las inteligencias nacientes y que haya alguien que sepa recoger las lecciones que Ortega y Gasset dictaba a los jóvenes argentinos, con estas palabras de Hegel, que deben grabarse como un lema: «Tened el valor de equivocaros».

23 de junio de 1939

Una voz que no ha sonado

En un artículo aparecido en esta página, en el primer número de Marcha, se plantea el problema del estancamiento de nuestras letras. Desearíamos aquí avanzar un paso en este terreno, esbozando el futuro deseable para la literatura uruguaya.

Hemos hablado de nuestras gentes y lugares, frondosamente, sin perdonar nada. Pero no hay aún una literatura nuestra, no tenemos un libro donde podamos encontrarnos. Ausencia que puede achacarse al instrumento empleado para la tarea. El lenguaje es, por lo general, un grotesco remedo del que está de uso en España o un calco de la lengua francesa, blanda, brillante y sin espinazo. No tenemos nuestro idioma; por lo menos no es posible leerlo. La creencia de que el idioma platense es el de los autores nativistas, resulta ingenua de puro falsa. No se trata de tomar versiones taquigráficas para los diálogos de los personajes. Esto es color local, al uso de turistas que no tenemos. Se trata del lenguaje del escritor; cuando aquél no nace de su tierra, espontáneo e inconfundible, como un fruto del árbol, no es instrumento apto para la expresión total. No hay refinamiento del estilo capaz de suplir esta impotencia ingénita.

No debe perderse tiempo en el problema bizantino de si hay o no un espíritu nuestro. El hecho de que no nos vemos representados en las diversas formas literarias que por aquí se estilan, alcanza para demostrar que algo hay, una manera, un concepto de la vida, una idiosincrasia, una simple esperanza que late escondida, buscando a ciegas la voz que la muestre.

Pero acaso esto no llegue a suceder mientras no surja aquí el escritor de veras, el hombre cuyo destino sea escribir, sin sucedáneos ni agregados.

Luego de una generación de escritores profesionales —en el buen sentido de la palabra—, de hombres que vivan para su oficio, lo amen y lo dominen, sería tal vez posible producir un tipo de artista que nadie ha querido imitar entre nosotros, que Europa ya tiene y en el cual, felizmente para ella, abunda Norteamérica. El escritor no hombre de letras, el antiintelectual. Céline en Francia; Faulkner, Hemingway y tantos otros en USA.

Este hombre no sabría nada de nuestra pobre retórica, de nuestros restos tropicales ni de las falsas y trascendentes inquietudes que nos acucian.

Es esto, en definitiva, lo que necesita la literatura rioplatense. Una voz que diga simplemente quiénes y qué somos, capaz de volver la espalda a un pasado artístico irremediablemente inútil y aceptar despreocupada el título de bárbara.

Bárbaros llamaba admirativamente el dulce Charles-Louis Philippe a aquellos escritores que él anunciaba, destinados a vivificar las letras y limpiarlas, repitiendo en la literatura la impagable tarea cumplida por los fauves en la pintura.

30 de junio de 1939

Retórica literaria

Heme!, cinco poemas y un prólogo por Luis Alberto Varela, es el libro que nos llega esta semana. Se trata de versos sentidos y expresados de una manera bastante exaltada. El prólogo, confuso, pero de agresividad indudable, parece invitar a la polémica.

«… mientras Zaratustra agoniza en los urinarios aplastados por la verborragia de los poetas en presupuesto y las señoritas recitadoras. A todos ellos el vómito de lo híbrido, de lo amorfo, de lo insustancial…».

Este libro tiene también su poema dedicado a Neruda. Es, todo él, una innecesaria demostración de algo que merece estudio aparte:

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