Ricardo de la Cierva - Juan Carlos I: misión imposible

«Los motivos de confianza en el futuro inmediato y democrático de España se ven muy claros hoy desde nuestra perspectiva. Al día siguiente de la muerte de Franco no existía esa claridad. Uno de los grandes testimonios que voy a utilizar en este libro y los siguientes dedicados al proceso histórico de la transición, el de José Manuel Otero Novas, que es uno de los artífices secretos de la transición, nos dice que a la muerte de Franco las instituciones del Estado creado por él seguían muy firmes y el régimen se mostraba fuerte. Otro de mis grandes amigos, Gonzalo Fernández de la Mora, había puesto de moda en círculos del régimen una tesis tajante: Después de Franco, las instituciones. Yo no lo veía tan claro, ni mucho menos…».

Ricardo de la Cierva

Episodios históricos de España - 4

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Titivillus 19.01.15

Título original:Juan Carlos I: misión imposible

Ricardo de la Cierva, 1996

Editor digital: Titivillus

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Para Mercedes 62

El 22 de noviembre de 1975, con Franco de cuerpo presente en el gran zaguán de Palacio que da a la plaza de la Armería, las Cortes españolas, las Cortes de Franco, recibían el juramento de don Juan Carlos de Borbón como Rey de España. Hoy han pasado ya más de veinte años y don Juan Carlos sigue ahí, aunque desde hace unos tres años su figura, indiscutida durante casi dos décadas, vuelve a ser objeto, en círculos muy minoritarios, de algunas fintas polémicas que se concentran —parcialmente— en cuatro libros y una amenaza. Los cuatro libros son los siguientes, por orden de aparición en escena:

Primero, el del célebre especialista en temas histórico-financieros e introductor del Nuevo Periodismo en España, Jesús Cacho, autor próximo al financiero don Mario Conde, MC, un intruso en el laberinto de los elegidos obra de gran éxito que desde algunos ángulos puede resultar comprometida para don Juan Carlos.

Segundo, el libro, de alcance teórico, del jurista y analista político (excelente en uno y otro aspecto) Antonio García Trevijano El discurso de la República que alcanzó una relativa repercusión en círculos intelectuales aunque no entre el gran público, precisamente por su carácter teórico y moderado; se aparta en absoluto de la tentación de arrojar carnaza a las fieras. Pero es el primero, que yo sepa, en recordar el papel trascendental de don Juan Carlos en la dictadura (sin añadir que ese papel consistió fundamentalmente en la apertura a la democracia) y en presentar a la República como una alternativa para la democracia presidencialista que postula si la Monarquía se muestra incapaz de ello. El señor García-Trevijano fue uno de los promotores de la Junta Democrática de 1974; todos estamos expuestos a cometer un grave pecado de juventud. Pero este libro, muy crítico contra los actos internos y exteriores de la transición (a la que patrocinaron, dice, Washington y Bonn) los cree sencillamente impúdicos, no es un ataque directo, ni menos grosero, a la figura del Rey como sucedía entre los republicanos de 1930, pero directa e indirectamente pone en duda, con serenidad y moderación, la eficacia democrática de la Corona en la transición, justo cuando empezaba la estúpida campaña para la glorificación celestial y acrítica de la Santa Transición y consiguientemente la deificación de la ejecutoria del duque de Suárez, que en su momento analizaremos con todo respeto pero no desde el plano de las relaciones públicas sino a la luz de la historia.

Tercero, un libro más próximo —de este mismo año— escrito por el periodista de investigación adscrito al grupo de don Jesús Polanco, Ernesto Ekaizer, Vendetta que es un nuevo acoso del autor a don Mario Conde, a quien parece haber jurado odio eterno según el rito de Aníbal; y que en algún momento conecta a la figura del Rey con ciertas manifestaciones ajenas de amiguismo y corrupción. Un capítulo parece especialmente insinuante: El secreto del Rey.

Y cuarto, el extraordinario trabajo de investigación de José Díaz Herrera y su esposa Isabel Durán —aparecido en febrero de 1996— El saqueo de España que, anunciado para comienzos del invierno que entonces terminaba, mantuvo en vilo a medio país dado el prestigio y la reconocida imparcialidad de Díaz Herrera, que en 1991 había publicado con Eduardo Tijeras un trabajo de primer orden sobre la corrupción, El dinero del poder (ed. Cambio-16). La aparición de El saqueo se retrasó por razones aún no explicadas y que seguramente tuvieron algo que ver con el nerviosismo institucional —digámoslo así— que se desbordaba en los últimos meses de 1995, cuando las altas esferas socialistas habían alumbrado, ya desde tiempo antes, una extraña teoría de la conspiración que detectaba algunos vectores para el cambio de régimen. Concretamente por parte del financiero catalán Javier de la Rosa se insinuaron e incluso se manifestaron informaciones poco coherentes y aun contradictorias con el intento, luego negado tajantemente, de implicar a la Corona en sus amagos y denuncias. Surcaban el tormentoso firmamento durante aquellos meses toda clase de dardos envenenados tan peligrosos para don Juan Carlos como la agresión terrorista que se le había preparado en Palma de Mallorca; el director de ABC, Luis María Anson, espejo de monárquicos, había intervenido eficazmente para conseguir una importante puntualización del financiero e íntimo amigo del Rey, don Manuel Prado y Colón de Carvajal, contra quien se emplazaron numerosas baterías informativas; y los cada vez más extraños y sorprendentes manejos de la central secreta española CESID, dirigida por el teniente general Emilio Alonso Manglano, se relacionaban a veces con intentos de violar la intimidad y las actuaciones privadas del propio Rey, dentro de un clima general de deterioro para los más altos y delicados aparatos del Estado y del gobierno. El señor García Trevijano había declarado en su libro que lo escribía para rebasar algunos tabúes pero entre 1993 y 1996 apenas ha quedado en España un tabú con cabeza. Naturalmente que en estos Episodios abordaremos en su momento, las claves de todo este guirigay, ya que espero que para entonces hayan vuelto las aguas a su cauce y se haya podido, a fuerza de información veraz, limpiar el barro que aún envuelve a muchas de esas claves; pero la evocación de esta provisional desembocadura de la Segunda Restauración, enturbiada, encima, muy peligrosamente por la catastrófica política informativa del gobierno que dirige don José María Aznar (muy parecido en este aspecto a su modelo don Manuel Azaña) me parecía necesaria para que desde una perspectiva inversa, y espero que pronto reversible, podamos abordar en este libro los orígenes del reinado de don Juan Carlos, el principio de la Segunda Restauración. Y es que todo este ambiente de confusiones e insinuaciones, removido casi a diario por una nueva noticia demoledora, ha concluido, poco antes de escribirse estas líneas, en la amenaza de don Julio Anguita, líder del Partido Comunista y de la coalición denominada Izquierda Unida, de romper el consenso constitucional en uno de sus aspectos que más trabajo costó y más visión de futuro concentró entre 1976 y 1978: el reconocimiento de la Monarquía por todas las fuerzas parlamentarias sin excepción, porque incluso una que se había abstenido en el refrendo constitucional lo aceptó después con encomiable sentido de la realidad. El contraste es brutal entre la situación de 1930 y la de 1996: en 1930 la acusación de las izquierdas y parte del centro-derecha a la Corona consistía, según hemos visto, en reprochar a la Corona la ruptura de la Constitución de 1876, con lo que el Rey se colocaba fuera del juego constitucional; en 1996, por primera vez en veinte años, el líder de una fuerza política minoritaria pero considerable, el Partido Comunista, que había aceptado de forma espectacular y expresa el juego democrático y la Constitución de 1978, amenaza con romper ese consenso y por tanto amaga con situarse fuera del juego constitucional que convino prácticamente toda España, fuera de algunos grupos marginales y extremistas. La amenaza es menos comprensible si recordamos que el consenso constitucional de 1978 fue mucho más amplio y difícil que el de 1876. Cierto que la constelación creada en torno al Partido Comunista, es decir Izquierda Unida, no ha seguido por ese peligroso camino; y es de esperar que el autor de la amenaza comprenda los graves peligros políticos que puede acarrearle una situación de fuera de juego. Pero toda grieta en la unanimidad es peligrosa y de consecuencias imprevisibles si no se remedia esa actitud y no se cancelan las causas que puedan haberla aconsejado. Y todavía me parece más innecesaria y más peligrosa la velada amenaza a la Corona que insinuó el líder del Partido Socialista, Felipe González, como una especie de corolario aberrante de la amenaza comunista. Con la idea de descalificar en conjunto al Partido Popular, Felipe González pretendía a la vez sacudirse el persistente fantasma del GAL que le ronda desde hace años y afirmaba que «hasta la Monarquía tenía problemas cuando nunca los tuvo en catorce años con el PSOE». Acto seguido consideraba como «incidentes» los trágicos y sospechosos episodios del GAL y los equiparaba a las acciones contra-terroristas de algunas democracias europeas como Alemania, Inglaterra y Francia. Este desplante, con su torpe alusión indirecta a la Corona, motivó una reacción brutal, aunque merecidísima, por parte del vicepresidente Francisco Álvarez Cascos —que ya había suscitado el casi inadvertido caso Anguita— al implicar a González directamente en la organización del GAL considerada como «terrorismo de bodeguiya», (Cfr.