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Theodor W. Adorno - Escritos sociológicos I

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Theodor W. Adorno Escritos sociológicos I
  • Libro:
    Escritos sociológicos I
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    Ediciones AKAL
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    2019
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Escritos sociológicos I: resumen, descripción y anotación

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El primer volumen de las obras completas de Adorno dedicado a la sociología incluye diversos textos relacionados con el ámbito de las ciencias sociales propiamente dichas, pero también con los de la política, la psicología o el psicoanálisis. En ellos ofrece, con su habitual profundidad de pensamiento, un clarividente análisis de temas tales como la pseudocultura, la propaganda fascista o el conflicto social.

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Akal / Básica de Bolsillo / 68

Th. W. Adorno

ESCRITOS SOCIOLÓGICOS I

Obra completa, 8

Edición de Rolf Tiedemann

con la colaboración de Gretel Adorno, Susan Buck-Morss y Klaus Schultz

Traducción: Agustín González Ruiz

Maqueta de portada Sergio Ramírez Diseño de portada RAG Reservados todos - photo 1

Maqueta de portada

Sergio Ramírez

Diseño de portada

RAG

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Título original

Gesammelte Schriften in zwanzig Bänden. 8. Soziologische Schriften I

© Suhrkamp Verlag Frankfurt am Main, 1972

© Ediciones Akal, S. A., 2004

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4663-9

Escritos sociológicos I
I
Sociedad

De lo poco que permiten una definición verbal, según la tesis de Nietzsche, los conceptos «en los que se sintetiza semióticamente todo un proceso», constituye un modelo ejemplar el concepto de sociedad. Ésta es esencialmente proceso; sobre ella dicen más sus leyes cinéticas que las invariantes que tratan de elaborarse. De ello dan testimonio también los afanes por delimitarla. Si se trazara, por ejemplo, su concepto como el de la humanidad sumada a todos los grupos de los que se compone y de los que está constituida o, más sencillamente aún, como la totalidad de los seres humanos que viven durante un periodo de tiempo, no se daría con ello en la diana de lo que se piensa con el término sociedad. Esta definición, que suena sumamente formal, prejuzgaría que la sociedad lo es de hombres, que es humana, que se identifica de forma inmediata con sus sujetos; como si lo específico de la sociedad no consistiera en la preponderancia de las relaciones sobre los seres humanos, que no son ya sino sus productos privados de poder. En épocas pasadas, en las que esto era quizá de otra forma –en la Edad de Piedra–, a duras penas se podrá hablar de la sociedad como se hace en la fase de capitalismo intenso. El especialista en derecho público J. C. Bluntschli caracterizó a la sociedad hace más de cien años como «concepto del tercer estamento». Y es así no sólo por las tendencias igualitarias que están infiltradas en él y lo diferencian de la «buena sociedad» feudal-absolutista, sino también porque su construcción obedece al modelo de sociedad burguesa.

En modo alguno se trata de un concepto clasificatorio, de la más elevada abstracción de la sociología, que incluiría dentro de sí el resto de configuraciones sociales. Semejante concepción confundiría el habitual ideal científico de la ordenación continua y jerárquica de las categorías con el objeto del conocimiento. El objeto mentado con el concepto de sociedad no es en sí racionalmente continuo. Tampoco es el universo de sus elementos; no es meramente una categoría dinámica, sino funcional. Para empezar, una aproximación aún excesivamente abstracta recuerda la dependencia de todos los individuos de la totalidad que forman. En ésta son todos dependientes unos de otros. La totalidad se consigue sólo en virtud de la unidad de las funciones desempeñadas por sus miembros. En general, cada individuo tiene que realizar, para ganarse la vida, una función y se le enseña a ser agradecido mientras la tiene.

En virtud de su determinación funcional, el concepto de sociedad no resulta ni captable inmediatamente ni verificable de un modo eficaz, como las leyes científicas. A esto se debe que corrientes positivistas de la sociología desearan desterrarlo de la ciencia como residuo filosófico. Semejante realismo es poco realista. Pues mientras la sociedad no se pueda obtener abstrayendo a partir de los hechos individuales, ni se deje capturar por su parte como un factum , no existe factor social alguno que no esté determinado por la sociedad. En las situaciones sociales fácticas aparece la sociedad. Conflictos como los típicos entre superiores y subordinados no son algo último e irreductible al lugar en el que suceden. Más bien son las máscaras de los antagonismos que encubren. A éstos no pueden subsumirse los conflictos individuales como lo particular a lo universal. Los antagonismos producen los conflictos aquí y ahora procesualmente, conforme a ley. Así, la denominada paz salarial, tematizada de modo múltiple en la contemporánea sociología de la empresa, se rige sólo aparentemente por las condiciones existentes dentro de una determinada fábrica y de un determinado sector. Depende, además, del ordenamiento salarial general, de su relación con el sector concreto, del paralelogramo de fuerzas, del cual resulta el ordenamiento salarial, y que alcanza más allá de las organizaciones –que luchan entre sí y están institucionalmente articuladas– de empresarios y trabajadores, porque en éstos se han consolidado perspectivas respecto a un potencial electoral definido organizativamente. Decisivas también para la paz salarial son, al final, aunque de modo indirecto, las relaciones de poder, la disponibilidad por parte de los empresarios del aparato de producción. Sin la conciencia articulada de ello no se puede comprender suficientemente ninguna situación concreta, a no ser que la ciencia esté dispuesta a atribuir a la parte lo que sólo en la totalidad posee su valor. Del mismo modo que no existiría la mediación social sin lo mediado, sin los elementos: seres humanos individuales, instituciones particulares, situaciones concretas, tampoco existen éstas sin la mediación. Donde los detalles, debido a su tangible inmediatez, son tomados como lo más real de todo, se ven ocultados simultáneamente.

Dado que la sociedad no puede definirse como concepto según la lógica al uso, ni se deja demostrar «deícticamente», mientras que sin embargo los fenómenos sociales reclaman apremiantemente su concepto, se convierte en su órgano la teoría . Sólo una teoría acabada de la sociedad podría decir lo que la sociedad es. Recientemente se ha objetado que resulta poco científico insistir en conceptos tales como el de sociedad, pues sólo se puede juzgar la veracidad o falsedad de enunciados, no de conceptos. La objeción confunde un concepto enfático como el de sociedad con uno definitorio-al-uso. El concepto de sociedad hay que desarrollarlo, no fijarlo terminológicamente de modo arbitrario por mor de una supuesta pulcritud.

La exigencia de determinar la sociedad mediante una teoría –la exigencia de una teoría de la sociedad– se expone además a la sospecha de haberse quedado detrás del modelo, supuesto tácitamente como vinculante, de las ciencias naturales. En ellas la teoría tendría que ver con una estructura transparente de conceptos bien definidos y experimentos repetibles. Una teoría enfática de la sociedad no se ocuparía sin embargo del modelo que se impone apelando a la mediación misteriosa. La objeción mide el concepto de sociedad por el criterio de su estar dada de forma inmediata, al que se escapa esencialmente justo en tanto que mediación. En consecuencia, el ideal de un conocimiento de la esencia de las cosas desde dentro se ve de este modo atacado; ideal tras del cual se atrinchera la teoría de la sociedad. Este ideal se limitaría a impedir el avance de las ciencias y estaría liquidado desde hace tiempo en las más exitosas. La sociedad, sin embargo, es ambas cosas: puede y no puede conocerse desde dentro. En ella, en el producto humano, siguen siendo capaces siempre los sujetos vivientes de reencontrarse a pesar de todo y como desde la lejanía, contrariamente a lo que ocurre en química y en física. De hecho la actividad dentro de la sociedad burguesa, en tanto que racionalidad, resulta desde una perspectiva ampliamente objetiva tanto «comprensible» como motivada. Cosa que ha recordado con razón la generación de Max Weber y Dilthey. El ideal de la comprensión fue parcial al excluir de la sociedad lo que es contrario a la identificación a cargo del que comprende. A lo cual se refería la regla de Durkheim de que deben tratarse los hechos sociales como cosas, debe renunciarse en principio a comprenderlos. Durkheim no se convenció de que la sociedad choca con cada individuo primariamente como con algo no-idéntico, como «coacción». En esa medida, la reflexión sobre la sociedad comienza allí donde termina la comprensibilidad. En Dur­k­heim, el método de las ciencias naturales que él defiende registra la «segunda naturaleza» hegeliana, en la que acabó por convertirse la sociedad frente a los seres vivos. La antítesis a Weber resulta, no obstante, tan particular como su tesis, ya que se conforma con la no-comprensibilidad del mismo modo que aquél lo hacía con el postulado de la comprensibilidad. En su lugar, habría que derivar las relaciones autonomizadas, que se han convertido en opacas para los hombres, a partir de las relaciones que se dan entre ellos. Hoy finalmente tendría la sociología que comprender lo incomprensible, la incursión de la humanidad en la inhumanidad.

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