Akal / Básica de Bolsillo / 72
Th. W. Adorno
CRÍTICA DE LA CULTURA Y SOCIEDAD II
Obra completa, 10/2
Intervenciones
Entradas
Apéndice
Edición de Rolf Tiedemann
con la colaboración de Gretel Adorno, Susan Buck-Morss y Klaus Schultz
Traducción: Jorge Navarro Pérez
Maqueta de portada
Sergio Ramírez
Diseño interior y cubierta
RAG
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Título original
Gesammelte Schriften in zwanzig Bänden. 1 0/2 Kulturkritik und Gesellschaft I I . Eingriffe . Stichworte
© Suhrkamp Verlag Frankfurt am Main, 1977
© Ediciones Akal, S. A., 2009
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4661-5
Intervenciones
Nueve modelos críticos
Al lenguaje le sucede su desdicha no sólo en sus palabras y en su sintaxis. En el remolino de la comunicación muchas palabras se apelotonan, antes del sentido y contra él, en grumos. Karl Kraus se dio cuenta de esto y lo estudió casi con ternura en giros como «corregido y aumentado».
Uno de esos grumos es la «intervención ilícita», que suele sumarse a la «relación que tuvo consecuencias». Cabe presumir que el abuso lingüístico está demasiado arraigado para que el espíritu objetivo pueda quitarse esta costumbre. Pero hay que tomarle la palabra a lo que les ha sucedido a las palabras. Ya que se asocia con las intervenciones lo ilícito, las reflexiones que quieran intervenir deberán recordar esto al menos metafóricamente, deberán vulnerar el tabú y el acuerdo.
Los artículos reunidos en este volumen se extienden desde los «grandes» temas filosóficos, pasando por temas políticos, hasta llegar a temas en cierto modo efímeros; desde las experiencias profesionales en la universidad hasta complejos demasiado poco académicos. La exposición tiene esto en cuenta; según cuál sea su tema, varía su densidad y su severidad. Un lenguaje que se independiza de lo que reclaman las cosas cambiantes no es un estilo. Pero siempre que el tema es algo actual, hay que ir contra la maldad de la que depende todo lo individual y que empero sólo se manifiesta en lo individual.
Para referirse a esto se impuso un concepto que, sin pretenderlo, aparece en muchos de estos artículos: la consciencia cosificada en la que los artículos quieren intervenir, ya hablen de las ciencias del espíritu o de la posición de los maestros ante la filosofía, del cliché de los años veinte o de la supervivencia malvada de los tabúes sexuales, del mundo preparado de la televisión o de la opinión descarriada. Esta unidad indica al mismo tiempo el límite: la consciencia es criticada donde sólo es un reflejo de la realidad que la sostiene.
Por tanto, las perspectivas prácticas son limitadas. Quien hace propuestas puede convertirse fácilmente en un cómplice. Hablar de un «nosotros» con el que nos identificamos incluye ya la complicidad con lo malo y el engaño de que la buena voluntad y la decisión de actuar juntos son capaces de obtener algo, mientras que esa voluntad es impotente y la identificación con los hommes de bonne volonté es una figura camuflada de nuestro problema. Sin embargo, la mentalidad pura que se niega a intervenir refuerza lo que la asusta. Resolver esta contradicción no es asunto de la reflexión; está dictada por el estado de lo real. Y en un momento histórico en el que la praxis que se refiere al todo parece haber quedado interrumpida por doquier, hasta las reformas más modestas tienen más razón que la que les corresponde propiamente.
Diciembre de 1962
¿Para qué aún la filosofía?
Ante una pregunta como «¿Para qué aún la filosofía?», de cuya formulación soy responsable yo mismo, aunque no se me escapa su tono amateur, se adivinará en general la respuesta, se esperará una argumentación que acumule todas las dificultades y los reparos posibles para finalmente desembocar, de una manera más o menos prudente, en un «sin embargo» y afirmar lo que antes se ha puesto en cuestión retóricamente. Este decurso tan familiar corresponde a una actitud conformista y apologética, la cual se presenta como positiva y cuenta de antemano con la aprobación. Al fin y al cabo no se cree capaz de nada mejor a una persona que se dedica a la enseñanza de la filosofía, cuya existencia burguesa depende de que la gente siga estudiando filosofía y que lesionaría sus propios intereses si dijera algo contra la filosofía. Sin embargo, tengo derecho a plantear la pregunta porque no estoy seguro de la respuesta.
Quien defiende una cosa que el espíritu de la época despacha por anticuada y superflua se encuentra en una posición muy desfavorable. Sus argumentos no resultan muy convincentes. «Sí, pero tengan en cuenta esto», dice como si intentara persuadir a quienes están en contra. Esta fatalidad ha de aceptarla quien no se quiera apartar de la filosofía. Tiene que saber que la filosofía ya no se puede utilizar para las técnicas de dominio de la vida (técnicas en el sentido literal y en sentido figurado) con las que estuvo entretejida de muchas maneras. La filosofía tampoco ofrece ya un medio de formación más allá de estas técnicas, como sucedía en tiempos de Hegel, cuando durante unas décadas la delgada capa de los intelectuales alemanes se comunicaba con su lenguaje colectivo. La filosofía fue en la consciencia pública la primera disciplina que sucumbió a la crisis del concepto humanista de formación (sobre la que no necesito extenderme) una vez que desde aproximadamente la muerte de Kant se había vuelto sospechosa debido a su desproporción con las ciencias positivas, sobre todo con las de la naturaleza. Los renacimientos de Kant y Hegel, en cuyos nombres se manifiesta ya la falta de fuerza, apenas han modificado este hecho. Finalmente, en la situación general de especialización la filosofía se estableció como una especialidad más: la depurada de todos los contenidos objetivos. De este modo la filosofía renegó de aquello en lo que tenía su propio concepto: la libertad del espíritu, que no obedece al dictado del conocimiento especializado. Al mismo tiempo, mediante la abstinencia del contenido determinado (ya sea como la lógica formal y la teoría de la ciencia, ya sea como el decir de un Ser diferente de todo lo ente) la filosofía se declaró en bancarrota frente a los fines sociales reales. Por supuesto, la filosofía sólo puso el sello a un proceso que equivalía a su propia historia. Más y más sectores le habían sido arrebatados por las ciencias; la filosofía apenas tenía otra opción que convertirse o en una ciencia o en un minúsculo enclave tolerado que en tanto que tal es lo contrario de lo que la filosofía quiere ser: algo no particular. Todavía la física de Newton se llamaba «filosofía». La consciencia científica moderna entiende esto como un resto arcaico, como un rudimento de aquella época inicial de la especulación griega en la que la explicación robusta de la naturaleza y la metafísica sublime todavía estaban unidas en nombre de la esencia de las cosas. Algunas personas decididas han proclamado que este arcaísmo es lo único filosófico y han intentado restablecerlo. Pero la consciencia que sufre en un estado de escisión y que conjura una unidad pasada contradice al contenido que intenta darse. Por eso establece arbitrariamente su lengua primitiva. La restauración es tan inútil en la filosofía como en cualquier otro sitio. La filosofía debería mantenerse al margen de la verborrea de la formación y del abracadabra de las cosmovisiones. Tampoco debería imaginarse que el trabajo especializado en teoría de la ciencia o cualquier otra cosa que se pavonee como investigación es filosofía. Una filosofía que se prohíba todo eso entra en una contradicción irreconciliable con la consciencia dominante. No exime a nada de la sospecha de apologizar. Una filosofía que cumple con lo que ella quiere ser y que no va puerilmente tras su historia y tras la historia real tiene su nervio vital en la resistencia contra el ejercicio habitual hoy y contra aquello a cuyo servicio ese ejercicio está, la justificación de lo existente.