Título original: NO ME JUDAS SATANAS!!, publicado en Popular1 #309, julio de 1999
César Martín, 1999
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Un individuo trajeado y bien parecido observa con asombro cómo una delirante Katharine Hepburn, en el papel de una ricachona malcriada y arrogante, coge uno de sus preciados palos de golf y lo parte por la mitad: él alza su puño con la intención de estrellárselo contra la cara, pero en el último momento cambia de idea, y simplemente la derrumba de un empujón como si se tratase de un maniquí, en una de las secuencias más cómicas que han sido llevadas a una pantalla de cine.
Un tétrico vaso de leche, quizá envenenado, casi adquiere vida propia en una de las escenas más inquietantes del séptimo arte. Lo lleva sobre una pequeña bandeja, mientras sube los peldaños de una larga escalera, un sujeto cuya figura se confunde con la oscuridad. En lo alto, recostada sobre su cama le espera una aterrorizada Joan Fontaine, consciente de que ése puede ser su final.
Un personaje inocente típico de Hitchcock, envuelto en una maquiavélica trama, es citado en un campo, en medio de la nada. De pronto mira al cielo y divisa un avión que, aparentemente está fumigando, pero alguien le informa de que en esa zona no hay nada que fumigar. Instantes después nuestra víctima inocente deberá correr para salvar su vida, mientras es tiroteado desde el aeroplano en cuestión.
Tres secuencias para la historia. Tres personajes radicalmente distintos: el divertido amante de Hepburn en “Historias de Filadelfia”, el hermético y manipulador marido de Fontaine en “Sospecha”, y el pobre diablo atrapado en un laberinto de intrigas en “Con la muerte en los talones”. Un solo protagonista: Cary Grant.
Después de cinco meses de Mal Gusto, cinco NMJ escabrosos por los que han desfilado G. G. Allin, Robert Crumb, H. G. Lewis, gorilas galácticos, hombres que defecan cuadros y asesinos con inclinaciones artísticas, es momento de relajarnos un poco y abandonar el mal rollo y la suciedad. Y no hay mejor antídoto contra el aspecto desagradable de la vida, que el glamour del Hollywood clásico. Obviamente, tratándose de esta sección, es fácil relacionar la era dorada de Hollywood con los asesinatos de la Black Dhalia o de la bonita Thelma Todd, y caer de nuevo en el agujero negro de la muerte y el mal. Pero no. Este mes no. Preparaos un Martini, pinchad un precioso disco de Gershwin y disponeos a soñar con la belleza de Ingrid Bergman en “Encadenados”, los adorables gags de “Vivir para gozar”, las atmósferas absolutamente “high class” de “Atrapar a un ladrón”… Cary Grant es nuestro protagonista de este mes y se exige lucir rigurosa etiqueta para asistir al ritual. Viejos conocidos de esta sección, como Errol Flynn o Howard Hughes, asumirán papeles secundarios en el relato que iniciaremos a continuación, pero sólo una persona acaparará el merecido papel principal de esta historia a lo largo de este mes y el siguiente: nuestro querido Cary, una de las personas más populares de este siglo, y una de las más desconocidas también por lo que respecta a su vida privada. El eterno galán, el profesional infatigable curtido en mil y un rodajes… pero también el agente de inteligencia británico enemigo secreto del régimen nazi, el hábil manipulador que controlaba desde la sombra las carreras de estrellas como Greta Garbo, Marlene Dietrich o Rita Hayworth sin que éstas se enterasen, y, cómo no, el alegre bisexual más descarado de su tiempo, que vivió largas temporadas con su amante oficial Randolph Scott sin temor a ser considerado homo, ya que su reputación de galán absolutamente heterosexual era tan sólida, que ningún periodista se atrevería jamás a divulgar su secreto en vida, pese a que todo el personal de Hollywood (actores, directores, productores, maquilladoras, etc.) estuviesen al corriente de sus correrías sexuales. Cary Grant, una de las personalidades más interesantes que ha producido la Meca del cine a lo largo de su historia.
César Martín
Cary Grant (I)
NO ME JUDAS SATANAS!! - 309
ePub r1.0
Titivillus 06.12.2020
Cary Grant (I)
La humanidad en pleno lo sabe casi todo sobre Marilyn Monroe, hasta el último paleto de cada ciudad —tal vez no en España, pero sí en América— conoce intimidades de Elvis que no deberían estar a su alcance… Es lógico, la popularidad de esos personajes es tan monumental que forman parte de la vida cotidiana de los seres que pueblan la tierra. Sin embargo, no sucede así con todas las macro-leyendas del cine y la música. El caso de Cary Grant es especialmente interesante: todo cristo en occidente conoce sus películas, es casi imposible haber crecido en el mundo occidental y no haber visto jamás a Cary Grant en acción en cualquiera de los miles de pases televisivos de sus films. Creces con ello, aprendes lo que es la vida viendo las comedias de Cary, las pelis de aventuras de Errol, los thrillers de Bogart… Por supuesto, los cinéfilos somos una minoría en una sociedad tan vacía como la nuestra, pero aunque un individuo no muestre nunca el más mínimo interés por el cine, está claro que si ha crecido con una tele en su casa sabrá perfectamente quién es Cary Grant. Sin embargo, ¿cuánta gente conoce las facetas más ocultas de esta legendaria movie star? Muy poca. Por increíble que parezca, una inmensa mayoría todavía piensa que Cary era ultra-hetero, y muy pocos están al tanto de su labor como agente secreto del servicio de inteligencia británico durante la Segunda Guerra Mundial. En cierto modo es preferible que sea así, porque a veces resulta agobiante que hasta el último mono haya elaborado su teoría personal sobre quién mató a Marilyn, o se atreva a calificar a Elvis de “gordo drogadicto” y se quede tan ancho. No sería agradable que la chusma se burlase de la bisexualidad de Cary, y por suerte es bastante improbable que eso suceda algún día. Cary Grant ha logrado lo inimaginable: que quince años después de su desaparición se le siga valorando exclusivamente por sus méritos como actor, sin tener en cuenta con quién se acostaba, ni cualquier otro aspecto secundario de su vida. Y lo cierto es que no estamos hablando de un tipo que en su día viviese como un monje, sino de alguien que se burló de los prejuicios de Hollywood con verdadero descaro, y salió victorioso del trance gracias a su elegancia, carisma y saber estar.
La arrogancia y la valentía de Cary en sus días de gloria son dignas de elogio. Alguien como él, que provenía de un entorno totalmente homo, se atrevió a compartir casa con su amante más famoso, el relamido Randolph Scott, y a acudir a los actos sociales de Hollywood en su compañía, sin temor a que su “secreto” fuese desvelado públicamente y hundiese su carrera. Es muy cómico ver en la actualidad las famosas fotos de Cary y Scott lavando platos juntos como dos dulces amas de casa, y pensar que en su momento ninguna fan advirtió nada extraño en ese comportamiento. Hasta las propias estrellas de la época les dedicaban indirectas en la prensa, como