El título proviene de la descripción que Mises hace de la planificación central y el socialismo, ya sea de la variedad nacional (nazismo) o la variedad internacional (comunismo). En lugar de crear una sociedad ordenada, el intento de planificación central tiene precisamente el efecto contrario, cortocircuita el mecanismo de precios, crea aletoriedad y destruye las bases de la prosperidad.
Esta importante obra se escribió décadas después del ensayo original de Mises sobre el cálculo económico e incluye el ataque más amplio y más audaz de todas las formas de control estatal.
Ludwig von Mises
Caos planificado
ePub r1.0
Leviatán11.03.14
Título original: Planned Chaos
Ludwig von Mises, 1947
Traducción: Luis Montes de Oca
Retoque de portada: Leviatán
Editor digital: Leviatán
ePub base r1.0
L UDWIG VON MISES (Lemberg, 1881-Nueva York, 1973). Economista y filósofo austríaco. Es el principal representante de la tercera generación de la Escuela Austríaca de economía.
Estudió y se doctoró en la Universidad de Viena, donde fue discípulo directo de Böhm-Bawerk. De 1920 a 1934 mantuvo en Viena su propio seminario en el que participaron ilustres economistas como Friedrich Hayek, Fritz Machlup o Lionel Robbins. Tras enseñar unos años en el Instituto Universitario de Altos Estudios de Ginebra, en 1940 se refugió en los Estados Unidos huyendo de las amenazas nazis. A partir de 1946, ya nacionalizado como ciudadano americano, da clases en la New York University durante 24 años. Allí retomaría su seminario, entre cuyos discípulos destacaron Murray N. Rothbard, George Reisman, Israel Kirzner, Ralph Raico, Leonard Liggio y Hans Sennholz. A pesar de la marginación de que fue objeto por las nuevas corrientes positivistas y por el rampante keynesianismo, su influencia fue enorme. Sus ideas inspiraron el «milagro» de la recuperación económica alemana después de la Segunda Guerra Mundial.
Es autor de obras fundamentales como La teoría del dinero y del crédito (1912), Socialismo (1922), La acción humana (1949), y de centenares de artículos y monografías.
Notas
10
El pretendido carácter inevitable del socialismo
Muchos creen que el advenimiento del totalitarismo es inevitable. La «corriente del futuro», aseguran, «conduce a la humanidad inexorablemente hacia un sistema en el que todos los asuntos humanos deben ser dirigidos por dictadores omnipotentes. Es inútil luchar contra los dictados insondables de la historia».
La verdad es que la mayor parte de la gente carece de la capacidad intelectual y de la entereza necesarias para resistir un movimiento popular, por pernicioso y poco meditado que sea. Bismarck deploró alguna vez la falta de lo que llamó valor civil, es decir, de la resolución de sus compatriotas para enfrentarse a asuntos de carácter cívico. Sin embargo, tampoco los ciudadanos de otros países mostraron mayor valor ni sensatez ni mayor juicio al verse ante la amenaza de la dictadura comunista, pues se sometieron en silencio o tímidamente presentaron objeciones por completo insignificantes.
No se lucha contra el socialismo criticando solamente algunos rasgos accidentales de sus planes. No se refuta dicha doctrina al atacar la postura de muchos socialistas en materia de divorcio o de control de la natalidad o sus ideas acerca del arte y la literatura. Tampoco basta con reprobar afirmaciones marxistas en el sentido de que la teoría de la relatividad o la filosofía de Bergson o el psicoanálisis son música celestial «burguesa». Quienes no hallan otra falta en el bolchevismo y el nazismo que sus inclinaciones anticristianas, implícitamente refrendan todo el contenido restante de estos planes sangrientos.
Por otro lado, es una consumada estupidez elogiar los regímenes totalitarios por pretendidas hazañas que no tienen absolutamente relación alguna con sus principios políticos y económicos. Es discutible que las observaciones relativas a la puntualidad de los ferrocarriles en la Italia fascista y a que las camas de los hoteles de segunda clase estuvieron menos plagadas de insectos carezcan o no de fundamento; pero, sea lo que fuere, carecen de importancia respecto al problema del fascismo. De igual modo, las películas rusas, así como la música rusa y el caviar, son motivo de arrobamiento entre los propagandistas del comunismo, no obstante que músicos más destacados han florecido en otros países y bajo sistemas sociales diferentes. También en otros países se producen buenas películas y no cabe duda de que en el haber del generalísimo Stalin no puede inscribirse el hecho de que el sabor del caviar sea tan delicioso. Tampoco el bello espectáculo de muchas bailarinas de ballet ruso o la construcción de una gran planta de energía eléctrica en el río Dnieper son suficientes para disculpar la matanza en masa de los kulaks.
Los lectores de revistas sobre películas y los aficionados al cinematógrafo suspiran por lo pintoresco. Las marchas teatrales de los fascistas y de los nazis y los desfiles de los batallones de mujeres del ejército rojo son la clase de espectáculos que les gustan. Divierte más escuchar los discursos de un dictador que transmite la radio, que estudiar los tratados de economía política. Los empresarios y los técnicos que preparan el camino para la mejora económica trabajan encerrados; su trabajo no es propio para ser visto en la pantalla. Pero los dictadores, dispuestos a extender la muerte y la destrucción, están a la vista del público en forma espectacular, y ataviados en traje militar eclipsan, a los ojos de los concurrentes al cinematógrafo, al opaco burgués vestido con la ropa de todos los días.
Los problemas de la organización económica de la sociedad no son adecuados para las conversaciones ligeras en las reuniones elegantes en que se toman cócteles. Tampoco se pueden ocupar de ellos convenientemente los demagogos que arengan a las masas. Se trata de asuntos serios que requieren un estudio concienzudo y que no se deben tomar con ligereza.
La propaganda socialista nunca ha encontrado una oposición decidida. La crítica devastadora por medio de la cual los economistas exhibieron la ineficacia e impracticabilidad de los planes y doctrinas socialistas no llegó a las esferas que plasman la opinión pública. Las universidades están dominadas, en su mayor parte, por pedantes socialistas e intervencionistas, no sólo en la Europa continental, donde esos centros del saber pertenecen a los gobiernos, quienes los administran, sino también en los países anglosajones. Los políticos y los estadistas, ansiosos de mantener su popularidad, se mostraron tibios en la defensa que hicieron de la libertad. La política de apaciguamiento, tan aplaudida cuando se aplicó al caso de los nazis y fascistas, se practicó universalmente durante varias décadas en el caso de todas las demás sectas del socialismo. El derrotismo es la causa de que las nuevas generaciones crean que la victoria del socialismo es inevitable.
No es cierto que las masas pidan con vehemencia el socialismo y que no haya medios para resistirlas. Las masas están a favor del socialismo porque confían en la propaganda socialista de los intelectuales. Son éstos y no el populacho quienes forman la opinión pública. Es torpe la excusa que dan los intelectuales de que deben ceder ante la insistencia de las masas, porque son ellos mismos quienes han generado las ideas socialistas y adoctrinado con ellas a esas masas. Ningún proletario ni hijo de proletario ha contribuido en algo para elaborar los programas del intervencionismo y del socialismo, ya que todos sus autores son de extracción burguesa. Los escritos esotéricos del materialismo dialéctico, de Hegel, el padre tanto del marxismo como del agresivo nacionalismo alemán, de Georges Sorel, de Gentile y de Spengler, no han sido leídos por el hombre común y no son ellos los que han movido directamente a las masas. Fueron los intelectuales los autores de su popularización.