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Ludwig von Mises - La acción humana

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Ludwig von Mises La acción humana

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En la presente obra se expone con admirable lógica y claridad los principios - photo 1

En la presente obra, se expone, con admirable lógica y claridad, los principios y fundamentos esenciales de la ciencia económica, encuadrada en una teoría general de la acción humana o praxeología. Sobre esta base, y siguiendo una metodología apriorístico-deductiva en la línea de la concepción subjetivista típica de la Escuela Austriaca, se analizan también las principales cuestiones de la Economía y de la Política Económica de nuestro tiempo. El cálculo económico y monetario, el funcionamiento del mercado y la formación de los precios, el dinero, el interés y el crédito, los ciclos económicos, la crucial función del empresario y de los factores de producción, especialmente el capital y el trabajo, el papel del gobierno en la economía, el intervencionismo, la manipulación del dinero y el crédito, la fiscalidad, la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo, el sindicalismo, el corporativismo, la economía de guerra, así como el lugar que la Economía ocupa en el sistema de las ciencias y en la sociedad, etc., son los principales temas que conforman esta obra magistral, formidable construcción teórica realizada —en palabras del principal discípulo de Mises, el Premio Nobel Friedrich A. Hayek— por «uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo».

Ludwig von Mises La acción humana Tratado de Economía ePub r12 loto Leviatán - photo 2

Ludwig von Mises

La acción humana

Tratado de Economía

ePub r1.2

loto & Leviatán 21.11.14

Título original: Human Action: A Treatise on Economics

Ludwig von Mises, 1949

Traducción: Joaquín Reig Albiol

Retoque de cubierta: loto

Editor digital: loto & Leviatán

ePub base r1.2

CAPÍTULO I EL HOMBRE EN ACCIÓN 1 ACCIÓN DELIBERADA Y REACCIÓN ANIMAL La acción - photo 3

CAPÍTULO I

EL HOMBRE EN ACCIÓN

1. ACCIÓN DELIBERADA Y REACCIÓN ANIMAL

La acción humana es una conducta consciente, movilizada voluntad transformada en actuación, que pretende alcanzar precisos fines y objetivos; es una reacción consciente del ego ante los estímulos y las circunstancias del ambiente; es una reflexiva acomodación a aquella disposición del universo que está influyendo en la vida del sujeto. Estas paráfrasis tal vez sirvan para aclarar la primera frase, evitando posibles interpretaciones erróneas; aquella definición, sin embargo, resulta correcta y no parece precisar de aclaraciones ni comentarios.

El proceder consciente y deliberado contrasta con la conducta inconsciente, es decir, con los reflejos o involuntarias reacciones de nuestras células y nervios ante las realidades externas. Suele decirse que la frontera entre la actuación consciente y la inconsciente es imprecisa. Ello, sin embargo, tan sólo resulta cierto en cuanto a que a veces no es fácil decidir si determinado acto es de condición voluntaria o involuntaria. Pero, no obstante, la demarcación entre consciencia e inconsciencia resulta clara, pudiendo trazarse tajantemente la raya entre ambos mundos.

La conducta inconsciente de las células y los órganos fisiológicos es para el «yo» operante un dato más, como otro cualquiera, del mundo exterior que aquél debe tomar en cuenta. El hombre, al actuar, ha de considerar lo que acontece en su propio organismo, al igual que se ve constreñido a ponderar otras realidades, tales como, por ejemplo, las condiciones climatológicas o la actitud de sus semejantes. No cabe, desde luego, negar que la voluntad humana, en ciertos casos, es capaz de dominar las reacciones corporales. Resulta hasta cierto punto posible controlar los impulsos fisiológicos. Puede el hombre, a veces, mediante el ejercicio de su voluntad, superar la enfermedad, compensar la insuficiencia innata o adquirida de su constitución física y domeñar sus movimientos reflejos. En tanto ello es posible, se puede ampliar el campo de la actuación consciente. Cuando, teniendo capacidad para hacerlo, el sujeto se abstiene de controlar las reacciones involuntarias de sus células y centros nerviosos, tal conducta, desde el punto de vista que ahora nos interesa, ha de estimarse igualmente deliberada.

Nuestra ciencia se ocupa de la acción humana, no de los fenómenos psicológicos capaces de ocasionar determinadas actuaciones. Es ello precisamente lo que distingue y separa la teoría general de la acción humana, o praxeología, de la psicología. Esta última se interesa por aquellos fenómenos internos que provocan o pueden provocar determinadas actuaciones. El objeto de estudio de la praxeología, en cambio, es la acción como tal. Queda así también separada la praxeología del concepto psicoanalítico de subconsciente. El psicoanálisis, en definitiva, es psicología y no investiga la acción sino las fuerzas y factores que impulsan al hombre a actuar de una cierta manera. El subconsciente psicoanalítico es una categoría psicológica, no praxeológica. Que una acción sea fruto de clara deliberación o de recuerdos olvidados y deseos reprimidos que desde regiones, por decirlo así, subyacentes influyen en la voluntad, para nada afecta a la naturaleza del acto en cuestión. Tanto el asesino impelido al crimen por un impulso subconsciente (el id) como el neurótico cuya conducta aberrante carece de sentido para el observador superficial son individuos en acción, los cuales, al igual que el resto de los mortales, persiguen objetivos específicos. El mérito del psicoanálisis estriba en haber demostrado que la conducta de neuróticos y psicópatas tiene su sentido; que tales individuos, al actuar, no menos que los otros, también aspiran a conseguir determinados fines, aun cuando quienes nos consideramos cuerdos y normales tal vez reputemos sin base el raciocinio determinante de la decisión por aquéllos adoptada y califiquemos de inadecuados los medios escogidos para alcanzar los objetivos en cuestión. El concepto de «inconsciente» empleado por la praxeología y el concepto de «subconsciente» manejado por el psicoanálisis pertenecen a dos órdenes distintos de raciocinio, a diferentes campos de investigación. La praxeología, al igual que otras ramas del saber, debe mucho al psicoanálisis. Por ello es tanto más necesario trazar la raya que separa la una del otro.

La acción no consiste simplemente en preferir. El hombre puede sentir preferencias aun en situación en que las cosas y los acontecimientos resulten inevitables o, al menos, así lo crea el sujeto. Se puede preferir la bonanza a la tormenta y desear que el sol disperse las nubes. Ahora bien, quien sólo desea y espera no interviene activamente en el curso de los acontecimientos ni en la plasmación de su destino. El hombre, en cambio, al actuar, opta, determina y procura alcanzar un fin. De dos cosas que no pueda disfrutar al tiempo, elige una y rechaza la otra. La acción, por tanto, implica, siempre y a la vez, preferir y renunciar.

La mera expresión de deseos y aspiraciones, así como la simple enunciación de planes, pueden constituir formas de actuar, en tanto en cuanto de tal modo se aspira a preparar ciertos proyectos. Ahora bien, no se debe confundir dichas ideas con las acciones a las que las mismas se refieren. No equivalen a las actuaciones que anuncian, preconizan o rechazan. La acción es una cosa real. Lo que cuenta es la auténtica conducta del hombre, no sus intenciones si éstas no llegan a realizarse. Por lo demás, conviene distinguir y separar con precisión la actividad consciente del simple trabajo físico. La acción implica acudir a ciertos medios para alcanzar determinados fines. Uno de los medios generalmente empleados para conseguir tales objetivos es el trabajo. Pero no siempre es así. Basta en ciertos casos una sola palabra para provocar el efecto deseado. Quien ordena o prohíbe actúa sin recurrir al trabajo físico. Tanto el hablar como el callar, el sonreírse y el quedarse serio pueden constituir actuaciones. Es acción el consumir y el recrearse, tanto como el renunciar al consumo o al deleite que tenemos a nuestro alcance.

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