Akal / Básica de bolsillo / 69
Th. W. Adorno
ESCRITOS SOCIOLÓGICOS II
Primera parte
Obra completa, 9/1
Edición de Rolf Tiedemann
con la colaboración de Gretel Adorno, Susan Buck-Morss y Klaus Schultz
Traducción: Agustín González Ruiz
Diseño de portada
Sergio Ramírez
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Título original
Gesammelte Schriften 9-1. Soziologische Schriften II, 1
© Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1975
© e la edición de bolsillo, Ediciones Akal, S. A., 2009
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4664-6
La técnica psicológica de las alocuciones radiofónicas de Martin Luther Thomas
SECCIÓN I
El elemento personal:
autocaracterización del agitador
Consideraciones introductorias
El líder fascista se permite, de un modo que le es propio, locuacidades sobre sí mismo. Por el contrario, tanto el propagandista radical como el liberal han desarrollado la tendencia a evitar toda referencia a su existencia privada por mor de los intereses «objetivos» a los que apelan: el primero para mostrar su naturalidad y competencia, los segundos porque su actitud colectivista correría peligro si dieran rienda suelta a su propia personalidad. Aunque esta «impersonalidad» se encuentra bien fundamentada dentro de las condiciones objetivas de una sociedad industrial, evidencia una nítida debilidad cuando se considera la audiencia del orador. La imparcialidad frente a las relaciones personales implicadas en toda discusión objetiva presupone una libertad intelectual y una fortaleza que difícilmente se dan en las masas actuales. Más bien, la «frialdad» inherente a la argumentación objetiva intensifica el sentimiento de desesperación, aislamiento y soledad que casi todo individuo padece hoy –un sentimiento del que desea escapar escuchando cualquier clase de oratoria pública–. Esta situación ha sido aprovechada por los fascistas. El discurso de éstos es personal. No sólo hace referencia a los intereses más inmediatos de sus oyentes, sino que abarca también la esfera de privacidad del propio orador, que parece hacer confidencias a sus oyentes y salvar la distancia que separa a las personas.
Existen razones más específicas para esta actitud que, aunque se nutre con frecuencia de la vanidad del líder, está bien calculada y forma parte, a pesar de su «subjetivismo» aparente, de un dispositivo altamente objetivo de mecanismos propagandísticos. Cuanto más impersonal resulta nuestro orden, tanto más importante pasa a ser la personalidad como ideología. Cuanto más se ve el individuo reducido a simple pieza del engranaje, tanto más ha de acentuarse –a modo de compensación por su debilidad real– la idea del carácter único de lo individual, su autonomía e importancia. Dado que esto no puede hacerse con cada uno de los oyentes individualmente o sólo de un modo más bien general y abstracto, es realizado de forma indirecta por el líder. Se puede decir incluso que parte del secreto del liderazgo totalitario reside en que el líder presenta la imagen de una personalidad autónoma que se niega de hecho a sus seguidores.
Además, la autopublicidad de un líder fascista es una especie de truco de la confianza. A pesar de que en ocasiones alardea y puede farolear en momentos decisivos, prefiere, especialmente antes de haber conseguido el poder, minimizar el asunto de su fuerza irresistible. El líder fascista se apoya en su «naturaleza también humana», es decir, en su ser tan débil como sus eventuales adeptos. La idea de fuerza y autoridad no basta en sí misma para explicar el atractivo del liderazgo fascista. Es más bien la idea de que lo débil puede convertirse en fuerte si ellos ponen su propia existencia privada al servicio del «movimiento», la «causa», la «cruzada» o lo que sea. Refiriéndose a sí mismo de forma ambivalente, como humano y sobrehumano a la vez, débil y fuerte, próximo y distante, el líder fascista suministra un modelo de la verdadera actitud que pretende ratificar en sus oyentes.
Además, sus confesiones, reales o fingidas, sirven para satisfacer la curiosidad del auditorio. Éste es un rasgo universal en la actual cultura de masas. Viene servido por las crónicas de sociedad de ciertos periódicos, los entresijos que se relatan a innumerables oyentes a través de la radio, o las revistas que prometen «historias verdaderas». La estructura de esta curiosidad no se ha explorado aún a fondo. Se debe en parte al sentimiento generalizado de que uno tiene que estar «informado» para seguir la conversación, y en parte a la sensación de que la vida del prójimo es rica, emocionante y variada comparada con la pesadez de la propia vida. De forma más fundamental, tal vez es una función de la actitud de fisgoneo, profundamente enraizada en el proceso psicológico inconsciente que desea la gratificación de echar un vistazo a la vida privada del vecino de uno –una actitud estrechamente relacionada con el fascismo–. El líder es lo suficientemente astuto como para darse cuenta de que no importa mucho cómo se satisfaga esa curiosidad. Revelaciones relativas a sobornos o robos supuestamente cometidos por el enemigo, o discusiones sobre la enfermedad de su mujer o sobre dificultades económicas propias, que pueden ser inventadas, son igual de efectivas. Como psicólogo práctico, el líder sabe bastante de la ambivalencia en acción, aun cuando acuse al psicoanálisis de ser una mafia judía. La libido del oyente queda satisfecha cuando es tratado como alguien que pertenece al grupo; resulta secundario que su curiosidad esté dirigida a conceptos positivos o negativos. Si un enemigo deja de pagar sus facturas, este hecho puede servir como medio para calificarlo de estafador. Si Martin Luther Thomas hace público, como realmente hizo, que no puede pagar sus gastos radiofónicos, este enunciado por sí solo puede granjearle nuevos amigos.
Existe, por último, una razón «objetiva» de la carencia fascista de objetividad. Ésta sirve bien para ocultar, o bien para oscurecer sus metas objetivas. En Estados Unidos, donde, a diferencia de Alemania, la idea de democracia tiene una gran tradición y un fuerte atractivo emocional, le resultaría muy poco práctico a cualquier líder fascista atacar a la propia democracia, tal como libremente hicieron los propagandistas nazis. El fascista americano está generalmente dispuesto a aceptar la democracia como velo encubridor de sus propios fines. No obstante, promocionándose a sí mismo y aplicando una técnica de publicidad de alta presión espera asegurarse tanto poder como para forjar un tremendo grupo de presión que pueda finalmente derrocar la democracia en el nombre de la democracia –la fórmula Huey Long–. Aparte de ello, una muy conocida técnica de propaganda fascista consiste en prometer vagamente todo a todos los grupos, sin preocuparse demasiado por los conflictos entre intereses de grupo que puedan presentarse. Cuando el líder habla de sí mismo, acumula confianza en su poder de integración; por otro lado, tiene que resultar lo suficientemente claro respecto de sus propósitos objetivos, de manera que los rasgos contradictorios de su programa no se manifiesten de forma excesivamente ostensible. De este modo, el toque personal es un camuflaje efectivo.