Ons, Silvia
El cuerpo pornográfico / Silvia Ons. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Paidós, 2018.
Libro digital, EPUB
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ISBN 978-950-12-9711-9
1. Ensayo Psicológico. I. Título.
CDD 150
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© 2018, Silvia Ons
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Primera edición en formato digital: mayo de 2018
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ISBN edición digital (ePub): 978-950-12-9711-9
A la memoria de mi padre
Prólogo
En Historia del cuerpo , () leemos que “los historiadores suelen olvidar la tensión existente entre el objeto científico y el cuerpo que prueba el placer y el dolor”. El cuerpo como objeto científico, que comienza con el postulado cartesiano del cuerpo-máquina, no es el del psicoanálisis, que se ocupa del Otro cuerpo, sino uno que no puede abordarse desentendiéndose de aquello que lo singulariza: que ello goza.
A lo largo de estos hermosos capítulos, una vez más Silvia Ons da cuenta no solo de un saber, sino de un estilo, un estilo que logra entretejer (sabiduría femenina ancestral), en primer lugar, su perspicacia clínica; en segundo lugar, su sólida formación filosófica, y en tercer lugar, su mirada poética sobre el mundo. Que los psicoanalistas miremos fundamentalmente con nuestros oídos (valiéndonos de las ventajas que en este caso nos ofrece el desplazamiento de las pulsiones) no impide llamar a eso “mirada”. ¿Y sobre qué se posa su mirada en este libro? Sobre el cuerpo. Redundemos para decir que es el cuerpo lo que da cuerpo a esta serie de ensayos en los que la autora recorre algunos de los temas que protagonizan nuestra época o, mejor dicho, estudia las manifestaciones fenoménicas actuales de temas que son eternamente consustanciales a la condición del ser hablante. En otras palabras, es desde la perspectiva del cuerpo como Silva Ons va a ofrecernos una visión de las nuevas subjetividades, los nuevos semblantes del sujeto al que el psicoanálisis se dirige, un sujeto que nada debe a las nociones del culturalismo.
Sin bien es innegable que “los cuerpos son también deudores de cada civilización”, como lo señala la autora en las primeras páginas, el psicoanálisis (en referencia desde luego al contexto del ser hablante) se ocupa de aquello que trasciende a todas las épocas: lo que en el reino animal denominamos “la vida” (con todo el enigma que ello supone), presenta en el caso del animal que habla un rasgo distintivo que lo vuelve incomparable: el cuerpo goza. Que goce lo convierte en un ente que va más allá de la vida. El goce, al pervertir el misterio de la vida, hace del cuerpo otra cosa, algo que puede ser objeto de adoración, exaltación, degradación y mortificación. Al cuerpo se lo cuida, se lo ama, se lo adora, pero también se lo martiriza, se lo tortura, se lo despedaza. El cuerpo es objeto de amor y destrucción, y esto vale tanto para el propio como para el ajeno. Los seres humanos no suelen hacer grandes distinciones al respecto y aplican al cuerpo del otro los mismos tratamientos que pueden dar al suyo. Que el cuerpo goce significa, para el psicoanálisis, que las pulsiones de autoconservación postuladas por Freud en una primera época de su obra quedan desmentidas por lo que la clínica analítica y la realidad del mundo nos revela: gozar no es algo que solo anime al cuerpo en el sentido de la autoprotección, del principio del placer, de la homeostasis; el goce, al sobreimprimirse en los mecanismos de la vida, produce esa separación que Lacan describe con una engañosa sencillez: el cuerpo es algo que se tiene. Que se tenga supone, en primer lugar, que no se puede ser un cuerpo. A los animales, porque son un cuerpo, no los asalta la más mínima duda: al propio se lo preserva, a los otros se los fornica para reproducir la especie o se los devora para satisfacer las necesidades de supervivencia. No hay más. Todo desemboca en una finalidad última: el sostenimiento de la vida. Pero, para el parlêtre , el asunto es un poco más complicado. A partir del momento en que la acción de la lengua desprende a la vida de su inmediatez, obligándola a ex-sistir para la conciencia y el yo, el cuerpo se convierte en Otra cosa. Esa Otra cosa puede ser amable, pero también objeto del mayor odio y encarnizamiento. Parafraseando a Lacan, el hombre le hace al cuerpo toda clase de cosas que se parecen al amor, pero también lo somete a las mayores y más abominables vejaciones. El argonauta humano tiene como lema “gozar es necesario, no es necesario vivir”, y la lógica de su biografía se rige por ese axioma que opera como un dicho primero, inaugural. Pero que el cuerpo sea algo que se tiene nos plantea, además, una segunda consecuencia, que abordaremos un poco más adelante.
Comencemos, siguiendo a nuestra autora, por el tema de la pornografía que, sin ser un invento nuevo, es indudablemente en la actualidad un fenómeno de alcance y efectos incomparables. El alcance se debe a que sus posibilidades de difusión y disponibilidad se han vuelto infinitas gracias a Internet. Pero lo más acuciante es el efecto que esto tiene en el plano del onanismo, cuya práctica se ha convertido en una alternativa cada vez más elegida por los hombres. En Japón, esto ha llegado al extremo de constituir un síntoma social que nadie sabe cómo tratar, dado el aumento imparable de varones que prefieren la autosatisfacción erótica al coito. Mediante la pornografía, el hombre se proyecta en la escena, pero es otro quien actúa en su lugar: otro es el que hace gala de una potencia sin declinaciones; otro es a quien la mujer se le ofrece sin palabras, ni rodeos, ni enigmas, ni demandas; otro se erige en sujeto-supuesto-tener el poder de satisfacer el deseo de la mujer. El voyeur , el consumidor de pornografía, consigue el orgasmo masturbatorio por procuración, ahorrándose así pasar por los desfiladeros de deseo del Otro.
El cuerpo-máquina formulado por Descartes abrió un camino extraordinariamente fecundo para la ciencia del cuerpo. Le debemos a este filósofo, uno de los genios más grandes de la historia, el hecho de que hoy podamos beneficiarnos con los trasplantes, el reemplazo de válvulas cardíacas, las prótesis de caderas, y las innumerables y cada vez mayores posibilidades de tratar el cuerpo como un conjunto de piezas asombrosas a las que el ingenio humano ha logrado emular, para luego sustituirlas como si de una máquina cualquiera se tratase. Pero es indudable que eso tiene un precio, puesto que el discurso científico-técnico es inevitablemente, y por su estructura misma, un procedimiento de deshumanización. El cuerpo-máquina puede ser programado, reproducido de forma artificial y en la pornografía, como Silvia Ons lo desarrolla, se convierte en un prototipo de funcionamiento donde la libido se motoriza y la repetición mecánica se apodera del erotismo hasta su total eliminación. La pornografía desgarra el velo del erotismo. Es una luz cegadora que pone en fuga la ligera penumbra que el deseo requiere para su subsistencia. El deseo es una delicada y caprichosa criatura que exige condiciones complejas e irrepetibles para mantenerse (las que valen para uno no valen para otro) y, entre ellas, es fundamental la función de la sombra, de lo no sabido, de lo que se oculta en el objeto. La pornografía es la promesa de poder verlo todo y en eso, como bien lo señala nuestra autora, se distingue de la perversión. O, digámoslo de otro modo: la perversión digitalizada no sigue las reglas transgresoras de las perversiones clásicas, ejemplarizadas por el divino Marqués. “Se trata, en fin, de dos concepciones del cuerpo: el de Sade es el cuerpo que se transgrede y, para ello, necesita la resistencia del pudor; el de la pornografía es el cuerpo que devino máquina. Así, el libertino convoca la ley para atentar contra ella, mientras el pornógrafo apela a la potencia mecánica”, leemos en el apartado que se titula “El tocador sadiano y la cárcel digital”. Es una distinción luminosa, aunque debo añadir que la industria pornográfica –como corresponde a toda empresa mercantil posmoderna– también es objeto del discurso de la innovación (la exhortación a adquirir lo nuevo es otro de los temas excelentemente tratados en este libro). En los últimos años, al nutrido menú del que dispone el pornoconsumidor se le ha añadido un producto nuevo: el incesto. La evolución de esta oferta no deja de ser interesante. Al principio, las productoras optaron por lanzar una prueba piloto: sexualidad entre chica y su hermanastro, chica y su padrastro, chico y la novia de su padre, etc. Modalidades indirectas de goce incestuoso. En vista (nunca mejor dicho) de los exitosos resultados (que pueden ser contabilizados en tiempo real), han avanzado un paso más y transgredido la última barrera que quedaba –puesto que el límite de la pederastia ha sido traspasado hace mucho tiempo–: el incesto sin disfraz alguno. Todas las variantes del incesto forman ahora parte de la oferta en páginas que son completamente legales, al límite de alertar al voyeur de que lo que está a punto de ver es una fantasía y que el incesto, en cualquiera de sus variantes, es un delito penado por la ley. Que esa ley deba recordársele al espectador añade un condimento al asunto.