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Sinopsis
¿Los pueblos prehistóricos desconocieron la importancia del cerebro y su profunda relación con la vida humana? ¿Por qué en algún momento se pensó que el corazón era el órgano que controlaba las sensaciones y los movimientos? ¿Cuándo se introdujo el concepto de mente asociada a la capacidad de razonar y cómo se obtuvo una visión más completa de las funciones mentales? ¿Quiénes abordaron por primera vez las enfermedades neurológicas?
En este sorprendente libro, Ignacio Morgado nos revela las ideas y los descubrimientos de filósofos y científicos que hicieron posible el conocimiento actual del cerebro y la mente humana, como Aristóteles, Galeno, Descartes, Galvani, Von Helmholtz, Ramón y Cajal, Sherrington, Pavlov o Skinner, y nos muestra también los inventos técnicos que dieron paso a ese saber, como el microscopio compuesto, los dispositivos para almacenar electricidad, el electroencefalograma y las neuroimágenes modernas.
Salpicado de abundantes anécdotas y curiosidades relacionadas con los protagonistas y sus hallazgos, este valioso compendio repasa, desde la remota antigüedad hasta nuestros días, la historia del cerebro, de los procesos mentales (la memoria, el aprendizaje, el sueño…) y de los principales trastornos neurológicos, un análisis que consigue darnos una imagen total de lo que es la neurociencia.
Materia gris
La apasionante historia del conocimiento del cerebro
Ignacio Morgado
A mis compañeras y compañeros de Psicobiología
Prólogo
La abundante obra de Ignacio Morgado como maestro de la psicobiología y de la neurociencia ha girado en torno a la apasionante encrucijada de las fronteras entre lo racional y lo emocional, desde aquel primer libro sobre la materia publicado en 2007: Emociones e inteligencia social: las claves para una alianza entre los sentimientos y la razón. Sus investigaciones sobre la percepción del mundo y lo sensorial, sobre la memoria y el olvido, sobre el cerebro como una fábrica de ilusiones, han buscado siempre conjugar biología y psicología y analizar conductas desde el observatorio biológico con la tarea de descifrar los misterios del alma en los que tanto ha incidido el discurso religioso. El objetivo de Morgado era esclarecer las conductas desde las concavidades y la complejidad del cuerpo humano, penetrando en las contradicciones de la vertiente animal y espiritual de la condición humana.
Pero después de dedicar unos cuantos libros a analizar la interrelación entre razones y emociones desde los conocimientos que tenemos hoy sobre la materia y con la vocación explícita de hacer accesible la ciencia académica a todos los ciudadanos, ahora Morgado da un salto cualitativo y nos ofrece un balance global de las múltiples líneas de investigación a través de las que se ha llegado adonde estamos en el conocimiento del cerebro. El punto de partida de su itinerario son los interrogantes, tantas veces planteados y nunca bien resueltos: ¿quién o qué soy?, ¿de dónde vengo?, ¿dónde estoy? A esas preguntas típicamente identitarias el neurocientífico Ignacio Morgado necesita responder con la exploración académica del discurso científico sobre el cerebro a lo largo de la historia. Somos lo que sabemos, y lo sabemos porque desde la Antigüedad hasta el momento presente la ciencia ha ido acumulando estratos de saber. El libro asume el reto de explicar cada uno de esos estratos y exponer las líneas de investigación que se han seguido para explorar y describir los rincones del cerebro y los procesos mentales.
Las páginas escritas son, ante todo, un reconocimiento y homenaje a la producción científica desarrollada a lo largo de los siglos desde la época clásica grecolatina. Queda bien patente que el saber sobre el cerebro tiene viejas raíces. Conceptos como el de la inteligencia emocional ya estaban, de alguna manera, presentes en la obra de Marco Aurelio. En 1568 la célebre caída por la escalera del príncipe don Carlos, el hijo de Felipe II, que le produjo un golpe en la cabeza, generó sesudos informes científicos como el del doctor Olivares y hasta la intervención quirúrgica con trepanación del propio Vesalio, haciendo gala de un dominio de los entresijos del cerebro del príncipe que hoy sigue impresionando a los médicos actuales por su nivel de desarrollo. Otra cosa es que ese conocimiento no se valorara suficientemente por el círculo de la corte y el rey Felipe II optara por atribuir la curación de su hijo a la providencia divina sobrevenida al acompañar su cuerpo herido con los restos de fray Diego de Alcalá, un franciscano al que se tenía gran devoción y que había muerto más de un siglo antes. Alcalá, como premio, sería canonizado rápidamente. En ese momento, la sociedad prefería creer más en la devoción religiosa que en la ciencia. Esa dialéctica fe-ciencia se ha repetido muchas veces.
Por descontado, en Materia gris se pone en evidencia que la ciencia es ante todo universal y suma conocimientos de todos los países (son bien visibles los aportes de los científicos rusos, alemanes, norteamericanos... y, desde luego, españoles, con Ramón y Cajal a la cabeza) y de todas las épocas. La ciencia se construye por acumulación y por supuesto por contraste, y ahí están al respecto los debates Descartes-Gassendi o Volta-Galvani y tantos otros para demostrarnos lo que se aprende de la discrepancia.
Tras la descripción de la revolución científica y los aportes de la Ilustración, Ignacio Morgado se extiende en penetrar en los hallazgos científicos desde el siglo XIX en adelante. El siglo XIX nos abrió al conocimiento más profundo de la electricidad, la neurofisiología y la reflexología, la pluralidad de funciones del cerebro, la trascendencia del lóbulo frontal y nos condujo a abordar cuestiones nuevas como la medición de la inteligencia; aunque, también es cierto, nos introdujo en problemas, como el racismo y el machismo, que fueron instrumentalizados ideológicamente y que darían paso a realidades trágicas en el siglo XX . Este siglo es el de la explosión del conocimiento aplicado del cerebro. Nos ha permitido conocer los reflejos condicionados, los avances en la tecnología electrónica, la química del sistema nervioso con el estudio sobre el axón gigante del calamar, la transmisión sináptica de las neuronas, el desarrollo de la electroencelografía y la topografía de la corteza cerebral, el intramundo de los procesos de memoria y aprendizaje y tantos otros hallazgos de la neurociencia sobre los procesos mentales y el comportamiento: los sentidos cutáneos, el dolor, la movilidad, la visión, la audición, el olfato y sabor, los sueños, el hambre, la sed y las ansiedades sexuales... todo el mundo de las emociones y sentimientos que ha intentado conocer el hombre desde la noche de los tiempos y que ahora tiene sobre todo ello respuestas sólidas y conocimientos, nunca definitivos, que marcan lo que podríamos llamar el triunfo del cerebro sobre el corazón de las emociones.