Agradecimientos
M e siento agradecido por haber tenido la oportunidad en diversas ocasiones de someter la forma en que he abordado los temas de este libro a la opinión de algunos colegas de mi departamento y mi universidad: en el coloquio de teoría política del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Harvard, donde pude beneficiarme de unos minuciosos comentarios críticos de Jonathan Gould; en el taller de verano para profesorado de la Facultad de Derecho de Harvard, lo que dio pie a estimulantes respuestas de (y a posteriores intercambios de argumentos con) Richard Fallon, Terry Fisher, Yochai Benkler y Ben Sachs, y en el seminario para profesorado sobre «Arte, cultura popular y vida cívica» que dirijo junto con mi esposa, Kiku Adatto, en el Centro Mahindra para las Humanidades de la propia Universidad de Harvard.
Durante el semestre del otoño de 2019, impartí un seminario sobre «La meritocracia y sus críticos» a uno de los grupos de estudiantes de grado más animados e intelectualmente estimulantes que me he encontrado en mi carrera. Estoy en deuda con todos ellos porque contribuyeron a que mi comprensión de los temas de este libro fuese mucho más profunda. Daniel Markovits, de la Facultad de Derecho de Yale, cuyo reciente libro sobre la meritocracia leímos en el citado seminario, nos acompañó en una ocasión en la que mantuvimos un memorable debate del que tanto los estudiantes como yo aprendimos muchísimo.
Tuve asimismo la suerte de exponer partes del libro en conferencias (seguidas de debates fructíferos) impartidas en diversos y estimulantes escenarios académicos y públicos: las Conferencias Niemeyer de Filosofía Política de la Universidad de Notre Dame; las Conferencias Garmendia de la Universidad de Deusto (en Bilbao, España); la Conferencia Airbus de la Academia Estadounidense de Berlín (Alemania); la Real Sociedad para el Fomento de las Artes, las Manufacturas y el Comercio (RSA) de Londres; el Instituto para las Ciencias Humanas (en Viena, Austria); los Reset Dialogues on Civilization de la Fundación Giorgio Cini (en Venecia, Italia); el Instituto Marshall de la London School of Economics and Political Science (LSE) en Londres; la conferencia Agendas Democráticas de la Universidad Northwestern, y el primer día de Francia celebrado en la Universidad de Harvard. A todas las personas que asistieron o debatieron en esos eventos les agradezco su amable participación.
Quiero dar las gracias a Elizabeth Anderson, Moshe Halbertal, Peter Hall, Daniel Markovits, Cullen Murphy y Samuel Scheffler por las provechosas conversaciones o los intercambios de ideas por correo electrónico que mantuvimos a propósito de aspectos diversos del libro; a Charles Petersen por compartir conmigo capítulos de su tesis doctoral sobre la meritocracia y las admisiones de alumnado en las universidades; a Aravind (Vinny) Byju por su excelente ayuda en materia de investigación, y a Deborah Ghim, de Farrar, Straus and Giroux, por su amable y bien razonado apoyo editorial. Doy las gracias también a mi agente, la formidable Esther Newberg, de ICM Partners de Nueva York, y a Karolina Sutton, Helen Manders y Sarah Harvey, de Curtis Brown de Londres.
Este es el tercer libro mío que publicará Farrar, Straus and Giroux. Trabajar con ellos es un placer, y lo es, entre otras cosas, gracias a la profunda sensibilidad intelectual y literaria de Jonathan Galassi, Mitzi Angel, Jeff Seroy y Sheila O’Shea. Debo un agradecimiento especial a Eric Chinski, un brillante editor que entendió adónde esperaba yo llegar con este libro antes de que empezara a escribirlo y que ofreció sabios consejos en todas las etapas del proceso. También estoy profundamente agradecido a Stuart Proffitt, el merecidamente reputado editor de Allen Lane/Penguin, la editorial encargada de publicar el libro en Reino Unido, quien, como Eric, hizo una minuciosa lectura crítica de todos los capítulos. Que esta obra haya sido objeto de tanta atención editorial a ambos lados del Atlántico me deja muy poco margen para las excusas ante cualesquiera defectos que en ella subsistan.
Por último, y también por encima de todo, estoy agradecido a los miembros de la «casa de los autores». Este es el nombre que mi esposa, Kiku Adatto, nuestros hijos, Adam Adatto Sandel y Aaron Adatto Sandel, y yo dimos a la costumbre que tenemos de leer en voz alta borradores de pasajes y capítulos en nuestras reuniones familiares, en las que nos invitamos a formular y compartir comentarios críticos sobre nuestros respectivos proyectos. Su atención, asesoramiento y cariño mejoraron este libro y me mejoraron a mí.
MICHAEL SANDEL (n. 5 de marzo de 1953), es un filósofo estadounidense. Nacido en Minneapolis en el seno de una familia hebrea, Sandel se mudó a Los Ángeles con trece años de edad. Fue Presidente de su sección en secundaria a nivel diversificado en el liceo Palisades High School en 1971, posteriormente ingresó de la Universidad Brandeis en Waltham, Massachusetts, fue elegido miembro Phi Beta Kappa de la Brandeis University en 1975 y se doctoró en el Balliol College, en Oxford, como becario Rhodes Scholar, bajo la tutela del filósofo Charles Taylor.
Michael Sandel se ubica dentro de la corriente teórica comunitarista (aunque manifiesta incomodidad por la etiqueta), es mejor conocido por su crítica a la Teoría de la Justicia de John Rawls (A Theory of Justice) respecto de la cual opina: «la argumentativa de Rawls sugiere el presupuesto del velo de la ignorancia, el cual nos permite abstención ante el compromiso propio». Sandel estima que, por naturaleza, se es intransigente al extremo de admitir incluso la existencia de dicho velo. Ilustra su postura reflexionando sobre los vínculos familiares que se gestan no como consecuencia de opciones conscientes sino respecto a los cuales nacemos en contexto vinculante. Dado que dichos vínculos no son de asimilación consciente, son de difícil desagregación en su atribución personal. Sandel expone que solo una modalidad algo más amplia del «velo de la ignorancia» es admisible. El argumento de Rawls, sin embargo, depende del hecho de que el velo es restrictivo, lo suficiente como para permitirnos tomar decisiones sin conciencia de quienes se verán afectados por las mismas, lo cual es imposible si se toma en cuenta que, en principio, estamos vinculados a seres humanos en este mundo.
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Ganadores y perdedores
C orren tiempos peligrosos para la democracia. Puede apreciarse dicha amenaza en el crecimiento de la xenofobia y del apoyo popular a figuras autocráticas que ponen a prueba los límites de las normas democráticas. Estas tendencias son preocupantes ya de por sí, pero igual de alarmante es el hecho de que los partidos y los políticos tradicionales comprendan tan poco y tan mal el descontento que está agitando las aguas de la política en todo el mundo.
Hay quienes denuncian el aumento significativo del nacionalismo populista reduciéndolo a poco más que una reacción racista y xenófoba contra la inmigración y el multiculturalismo. Otros lo conciben básicamente en términos económicos y dicen que es una protesta contra la pérdida de empleos provocada por la globalización comercial y las nuevas tecnologías.
Con todo, es un error no ver más que la faceta de intolerancia y fanatismo que encierra la protesta populista, o no interpretarla más que como una queja económica. Y es que, al igual que ocurrió con el triunfo del Brexit en Reino Unido, la elección de Donald Trump en 2016 fue una airada condena a décadas de desigualdad en aumento y de extensión de una versión de la globalización que beneficia a quienes ya están en la cima pero deja a los ciudadanos corrientes sumidos en una sensación de desamparo. También fue una expresión de reproche a un enfoque tecnocrático de la política que hace oídos sordos al malestar de las personas que se sienten abandonadas por la evolución de la economía y la cultura.