Editor original: Dutton, an imprint of New American Library, a division of Penguin Books USA Inc. Published by agreement with Lennart Sens Agency Ab.
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AGRADECIMIENTOS
Soy muy afortunada por tener amigos que están dispuestos a emplear parte de su tiempo para entender, cuestionar y profundizar mis escritos. Agradezco a Sara Friedlander que acogiera cordialmente cada capítulo a medida que yo los iba terminando, y que me ayudara a «encolarme» a la vida. Por su magnífica perspicaz e intuitiva lectura del manuscrito, doy las gracias a Laura Davis. Agradezco a Jace Schinderman su brillante e impecable corrección del original y también media vida de amistad. Por ofrecerme el punto de vista de un novelista y enviarme una carta que siempre atesoraré, doy las gracias a Eddie Lewis. Agradezco a Cliff Friedlander que me cuestionara algunos puntos de este libro y me empujara a reescribir algunos capítulos. Por apoyar lo que yo esperaba que fuera cierto, doy las gracias a Katy Hutchins. Agradezco a Natalie Goldberg que me proporcionara el placer de escribir con ella y que «viera» mi alma de escritora.
Me gustaría también dar las gracias:
A Maggie Phillips, por enseñarme muchas de las cosas que contiene este libro, por animarme a que expresara lo inexpresable y por ser un modelo de amor que perdura; a Sil Reynolds, por su entrega como ayudante, compañera de aprendizaje y hermana; a Ruth Wiggs, mi madre, por enseñarme lo que son el coraje, la fortaleza y la curación, y por volar a California para leer conmigo el libro; a Karen Russell, por su disposición a compartir su alegría y su dolor, y por el ejemplo que da de lo que es una vida vivida con pasión y gracia; a Maureen Nemeth, por su eficiencia en la organización de mis seminarios, proporcionándome así una mayor libertad para escribir; a Nancy Wechsler, por su prudentes y tranquilizadores consejos; a Michaela Hamilton, Elaine Koster, Alexia Dorszynski y los departamentos de ventas de Dutton, por la confianza que han tenido en mí y en mi trabajo; a Angela Miller, por su perseverancia a pesar y a causa de todo lo que hemos pasado juntas; a la mujer del taller Omega de 1988 que me sugirió el título de este libro; a todas las personas que han participado en mis seminarios por conmoverme e inspirarme con sus necesidades y su amor; a Jack Komfield, Joseph Goldstein, Stephen Levine y Emmanuel, por la bendición de sus enseñanzas, que me abren el corazón y me recuerdan dónde está mi hogar.
Peg Parkinson —mi primera editora, mi amiga y mentora— murió tras haber revisado el manuscrito y antes de su publicación. Su espíritu está presente en la totalidad del libro y perdura dentro de mí.
Fragmento póstumo
Y aun así, ¿obtuviste
lo que querías de esta vida?
Sí.
¿Y qué era lo que querías?
Poder llamarme amado, sentirme
amado sobre la Tierra.
R AYMOND C ARVER
INTRODUCCIÓN
Cuando tenía once años empecé a hacer dieta y durante los diecisiete años siguientes me pasé la mayor parte de cada día pensando en lo que quería comer y no debía y en lo que debía comer y no quería. Cuando empecé a hacer girar un mundo donde no había más que dos participantes, la comida y yo, mi capacidad de dejarme afectar por las demás personas disminuyó muchísimo. Cuando llegué a los veintiocho años, no me importaba otra cosa que ser delgada.
Tras la publicación de Feeding the hungry heart [Alimento para el corazón hambriento] y de Breaking free [Liberación], después de haber alcanzado mi peso natural y haberlo conservado, descubrí que lo que quería no era estar delgada, sino estar adelgazando.
Mientras tuviera la atención pendiente en lo que comía, del tamaño de la ropa que usaba, de la celulitis que tenía en la parte posterior de los muslos y de cómo sería mi vida cuando finalmente consiguiera perder peso, no había persona capaz de herirme profundamente. Mi obsesión con el peso era más apasionante y sin duda más inmediata que nada de lo que pudiera sucederme con una amiga o un amante. Cuando me sentía rechazada por alguien, me decía que esa persona rechazaba mi cuerpo, pero no a mí, y que cuando yo adelgazara las cosas serían diferentes.
Creía que quería estar delgada, y descubrí que lo que quería era ser invulnerable.
Entonces conocí a Matt, e inmediatamente supe que quería pasar el resto de mi vida con él. Tras el éxtasis inicial del enamoramiento, tuve que enfrentarme conmigo misma y descubrí que era como una niña que se pasa el tiempo en un mundo de fantasía y no sabe cómo jugar con los niños de verdad. No sabía cómo trabar una relación profunda con otra persona, sino sólo con la comida.
Tenía amigos, buenos amigos, una amiga íntima. Había tenido diversos amantes; una de estas relaciones había durado siete años. Pero no voy a hablar de amigos ni de amantes, sino de intimidad, de entrega, de confianza y de la disposición a enfrentarme con lo peor de mí misma, en vez de eludirlo.
Lo maravilloso que tiene la comida es que nunca se va, no es respondona ni tiene ideas propias. La dificultad con la gente está en que hace todo eso. Durante diecisiete años la comida fue mi amante sin exigirme nada a cambio, que era exactamente lo que yo quería.
Hace algunos años, la revista Glamour hizo una encuesta a 33.000 mujeres titulada «Sentirse gorda en la sociedad de gente delgada». El 75% de las mujeres encuestadas dijeron que se sentían demasiado gordas. Cuando se les preguntó si su peso afectaba al sentimiento que tenían de sí mismas, el 96% contestaron que sí. Al tener que escoger entre las opciones de perder peso, ser felices en una relación de pareja, tener éxito en el trabajo o recibir noticias de una vieja amiga, casi la mitad de la mujeres dijeron que lo que más felices las haría sería perder peso.
Para los hombres, el problema es el mismo y a la vez diferente. La mayoría de ellos están menos pendientes del peso que las mujeres, pero hay muchos para quienes existe una dolorosa conexión entre los juicios referentes a su peso y un descenso de la confianza en sí mismos. Estos hombres llevan una carga diferente de la de las mujeres, porque raras veces pueden expresar o recibir apoyo cuando sienten este tipo de sufrimiento, especialmente porque se trata de un «problema de mujeres». A ellos como a ellas, concentrarse en la comida les sirve para escapar de otros problemas subyacentes: la confianza y la intimidad. Preferimos perder peso que aproximarnos a otro ser humano. Preferimos centrarnos en nuestro cuerpo que en amar o ser amados. Es más seguro: así sabemos de dónde vendrá el dolor, y de este modo podemos controlarlo.
Durante los dos primeros años que pasé con Matt, me encontré debatiéndome con las mismas pautas con respecto a la comida que pensaba haber resuelto años atrás. Peor aún, volví a sentirme una niña, volví a sentir los miedos de entonces, que ya creía olvidados: miedo de que me abandonaran, de que no me amaran, de volverme loca. Mientras me esforzaba día tras día por traerme de nuevo al presente y por recordarme que ya no tenía cinco años sino treinta y cinco, y que se trataba de Matt y no de mi madre ni de mi padre, me sorprendieron las similitudes que hay entre comer y amar.