© 1995 EDITORIAL CARIBE
P.O. Box 141000
Nashville, TN 37214-1000
Título en inglés: Love Hunger
©1990 por Dr. Frank Minirth,
Dr. Paul Meier, Dr. Robert Hemfelt,
Dr. Sharon Sneed, Don Hawkins
Publicado por Thomas Nelson Publishers, Inc.
Traductora: Virginia P. de Lobo
ISBN: 0-88113-187-3
ISBN: 978-0-88113-187-1
ISBN: 978-0-71802-394-2 (eBook)
Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total
o parcial de esta obra sin
la debida autorización
de los editores.
E-mail: caribe@editorialcaribe.com
4ª Impresión, 7/2008
Contenido
Cuarta parte: Apéndices
RECONOCIMIENTOS
Los autores están agradecidos a los amigos, miembros de la familia y compañeros de trabajo cuyas contribuciones y ayuda han hecho posible la publicación de Hambre de amor. Estamos especialmente agradecidos a Susan Hemfelt, Mary Alice Minirth, Jan Meier y David Sneed. Muchas gracias también a Donna Fletcher Crow, cuyo arte para escribir transformó los borradores y las copias de los autores en el manuscrito; a Janet Thoma, por su estímulo, apoyo y experiencia editorial; a Glenna Sterling Weatherly, por su amistad y las horas que invirtió mecanografiando; a Vicky Warren y Kathy Short por su asistencia en todas las etapas del trabajo. Y finalmente, a aquellos que participaron en la preparación y prueba de las recetas; Ernestine Meadows, Shelley McAfee, Maxine McAfee, Pat Cavalier, Debra Evans (Directora de Lake Austin Resort), y Georgia Butler (proveedora, Austin, Texas); y Shannon, Lauren y Jonathan Sneed, quienes probaron muchas de las recetas en la cena, incluso aquellas que no eran del todo «tentadoras», y nunca dejaron de mostrarse amables y animadores.
Cualquiera que observara a Ralph Yoland prepararse para ir al trabajo esa mañana, hubiera visto un hombre delgado y atractivo de 35 años, y lo habría juzgado una figura de éxito; pero en su interior, Ralph no sentía nada parecido a eso, mientras luchaba con los monstruos, desde hacía ya diecisiete años.
¿Sería este el día en que no cumpliría con su plan de mantenimiento y volvería a los cien kilos, sólo para tener que volver a perderlos? Se había mantenido en su peso ideal durante dos semanas, pero, ¿comenzaría de nuevo la loca montaña rusa en la que había estado la mayor parte de su vida adulta? Terminó de peinar su rubia cabellera y dio un toque final a su corbata. Cuando se volvió al espejo la imagen le gritó: «¿Y si este es el día, el día en que descubren quién eres realmente? Los has tenido engañados durante cuatro ascensos en ocho años, pero cuando sepan quién eres, te despedirán».
Repitió con determinación los pasos de su programa de Obesos Anónimos: «Admití mi impotencia ante mi compulsión a comer, mi vida se había vuelto incontrolable. Llegué a aceptar que un poder superior a mí mismo podría devolverme la salud. Tomé una decisión…»
Ralph completó los doce pasos antes de servirse la taza de café negro e ir al refrigerador en busca de la leche descremada para echarla sobre su preparado de salvado y pasas. Sonrió ante la nota puesta en la puerta del refrigerador. Grandes letras en rojo le preguntaban: «¿QUÉ TE ESTÁS COMIENDO?»
Los monstruos que lo habían estado comiendo durante tanto tiempo estaban tranquilos, pero no se habían retirado. Día por día, si no a cada hora, el programa de mantenimiento los tenía bajo control. ¿Sería alguna vez realmente libre?
¿Lo sería alguna vez Bárbara Jamison?
Ralph y Bárbara, una mujer corpulenta de 80 kilos de peso, parecerían dos personas muy diferentes. Con seguridad nadie que observara a Bárbara más tarde, hubiera pensado en ella como una persona confiable y de éxito. Se había asegurado de que nadie pudiera verla esa tarde. Por cierto que, aun sola en su departamento, cerró con llave la puerta de su dormitorio. Se lanzó al centro de su cama, comenzó a abrir las bolsas y a saborear lo que contenían: cremas de chocolate, pollo frito crocante, ensalada de cangrejo a la crema, una caja de buñuelos sin abrir y papas fritas a la francesa.
Estas últimas las necesitaba siempre que se daba un atracón. Había sido su primera experiencia cuando tenía once años y se escapó de su habitación por la ventana luego de que su padre ebrio la encerrara. Además, la primera verdadera comida después de cada una de sus numerosas dietas para adelgazar que hizo en la secundaria. Papas fritas a la francesa del autoservicio Kampus Korner en la universidad, que engullía antes de volver corriendo al dormitorio para meter la cabeza en el lavamanos y vomitarlo todo, en un ciclo de atracones y purgas, en sus años de estudiante.
Luego vino Tom y su problemático matrimonio… Bueno, al menos desde que se había ido era más fácil esconder sus golosinas, a pesar de que su insaciable monstruo exigía más cuando estaba a solas.
Al fin parecía estar quieto y con la caja todavía medio llena, Bárbara pudo dejar a un lado los cubiertos. Se sentía demasiado miserable para hacer cualquier movimiento. Con su brazo empujó las sobras de la cama y se recostó. Su última oración, antes de hundirse en el olvido, fue: «Querido Dios, ¿dónde terminará todo esto?»
Bárbara y Ralph comen en exceso, en forma compulsiva. Su adicción a la comida se hizo tan intensa que debieron acudir al centro de tratamientos para pacientes internos del hospital de clínicas Minirth-Meier, en Dallas, Texas.
¿Qué es comer compulsivamente?
«¿Acaso no todos comemos en exceso alguna vez?», se preguntará usted. «Siempre como de más en las Navidades». «Me hartaba en la universidad… antes de los exámenes, o cuando terminé con mi novio, o cuando mi compañera de cuarto recibió un paquete de beneficencia». «Más de una vez me he puesto a dieta y luego he vuelto a mi peso y un poco más». «¿Significa eso que necesito consultar al médico?»
Una de las dificultades de trabajar en asuntos de comidas es que hay aspectos no muy claros. Es mucho más fácil tratar con adictos al alcohol o a las drogas —se bebe o no se bebe, se es o no se es drogadicto—, pero todo el mundo tiene que comer algo, y el límite de lo que es excesivo es muy particular.
Nuestra definición de una persona que come en exceso y compulsivamente no se basa en algún límite o porcentaje de peso fijo, como decir que alguien tiene 13 kilos más de lo normal. En lugar de eso, nos concentramos en las causas subconscientes de esta conducta obsesiva.
Definimos a las personas que comen en exceso compulsivamente como aquellas que lo hacen para satisfacer su ansia emocional, de la que pueden o no estar conscientes. El que come mucho con ansiedad puede tener desde unos pocos kilos a cincuenta o más de sobrepeso. El asunto no es cuánto pesa, sino más bien sus motivaciones para comer.
Puede ser adicto a la comida tanto como el alcohólico al alcohol, o el que trabaja en demasía lo es al trabajo. Esta fuerte dependencia de algo externo, que lo hace a uno sentirse bien interiormente, se llama «codependencia». A menos que sean identificadas las causas de estas conductas, la persona nunca se librará de una relación codependiente con la comida.
Tres desórdenes alimenticios
El comer en exceso compulsivamente, como lo hacen Bárbara y Ralph, es sólo un tipo de desorden en la alimentación. Otros dos son la anorexia y la bulimia.
La anorexia es una autoprivación crónica de comida, al punto de llegar a tener más de un veinte por ciento por debajo del peso ideal para el cuerpo. Es el intento de la persona de controlar algo de su entorno —por ejemplo un padre rígido y autoritario—, por medio del límite de la comida. Con frecuencia los anoréxicos tienen tanta ansia de amor, que dejan de satisfacer su hambre física. Su ayuno anestesia el dolor provocado por la falta de amor. La
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