Del mismo modo que existen diferentes formas de relacionarte con el mundo que te rodea, existen muchas otras de hacerlo contigo misma y con la comida. Ninguna es necesariamente buena o mala; todas pueden enseñarte mucho de ti. En este libro de Marta García (Alimenta tu Esencia) encontrarás una serie de herramientas que te ayudarán a convertir la comida en tu mejor aliada gracias a 11 capítulos que son otros tantos pilares de tu bienestar. Aprenderás que es necesario parar, coger aire y dejar de culpar a la comida o a tu cuerpo de tu infelicidad. Gracias a las historias que encontrarás en Comer sin prejuicios y a las experiencias de otras muchas mujeres, te liberarás de las ideas preconcebidas que te impiden disfrutar de la comida y sentirte bien en tu cuerpo.
A ti, quiero agradecerte…
Hay algo que en mi casa siempre me han inculcado: reconocer que los logros no solo llegan gracias a una misma, sino que detrás de cada voz hay otras muchas que la conforman; detrás de cada objetivo alcanzado hay muchas manos y brazos empujando para hacerlo posible.
Sin duda siento que este libro no es solo mío, aunque sea yo quien, de algún modo, lo esté materializando. Forman parte de él muchísimas personas que me han ofrecido su cariño, su amor incondicional, su apoyo y sus conocimientos.
Este libro es de mi familia, que cree en mí y me apoya en todas mis decisiones. Es de mi pareja, que me anima a cuestionarme y a no dar nada por sentado. Es de mis amigas, fuente incondicional de amor. Es de mi tía y de mi abuela, que me enseñaron a no guardarme nada dentro y a expresar todo lo que sienta en cada momento.
Es de las personas que no me quisieron bien, pues gracias a ellas aprendí todo lo bueno que merezco. Es de Canadá, mi país adoptivo, que me aportó la calma y la serenidad que necesitaba para escribir estas páginas. Es de la naturaleza, siempre disponible, dispuesta a mecerme cuando más lo necesito. Es de mi compañera Dana, que me ayuda a relativizar y me recuerda lo que verdaderamente importa. Es de mi pequeño lince Ollie, que me enseñó que vivir libre y salvaje no es sencillo, pero sin duda merece la alegría.
También este libro es de María José Pubill, de quien aprendí que un «buen» psicólogo no es solo aquel que sabe mucho, sino también aquel que arriesga y cultiva su propia sabiduría. Es de Manuel Villegas, de quien aprendí que los trastornos no son más que construcciones humanas que pueden ayudar a muchos psicólogos y pacientes, pero que no tienen por qué ser útiles para todos. Es de Guillem Feixas, quien me acercó todavía más al constructivismo y me enseñó que el ser humano construye activamente su experiencia y que, por lo tanto, debemos confiar en sus recursos y en su inteligencia por encima de todo.
Es de Maria Monini, quien me enseñó a comprender que las emociones importan y que en ellas reside nuestra gran brújula interior. Es de Robert A. Neimeyer, de quien aprendí que no hay nada que debamos aparentar, que podemos hablar sobre temas peliagudos, como la muerte y el duelo, en chanclas y calcetines largos y que no importa. Porque el conocimiento y la sabiduría son capaces de eclipsar a tu público, sin que tu apariencia importe.
Es de Laura Contino, con quien he supervisado cientos de casos y que, con mucho cariño y respeto, me ha hecho ver que a veces tengo demasiada prisa por que el paciente elimine su malestar. De ella aprendí a respetar los ritmos naturales de cada persona y a cultivar la paciencia. Sin duda también es de Ana Arizmendi, quien me dio la oportunidad de comprender que nuestra relación con la comida es un reflejo de la relación con nuestro mundo interno. Ella me animó a ampliar la mirada y a ir más allá de la conducta.
Es de todas mis colegas psicólogas y nutricionistas, que siempre están ahí para echarme un cable y para inspirarme con su inmensa sabiduría. Es de mi equipo, ¡un enorme gracias a cada una de vosotras! Y, por supuesto, es de todos mis pacientes, que con tanta valentía, amor y confianza se han enfrentado y siguen enfrentándose a sus propios procesos. Gracias por confiar en mí y por permitir que pueda seguir aprendiendo y mejorando cada día de mi vida.
Introducción
No es casualidad que esté escribiendo un libro sobre cómo mejorar nuestra relación con la comida. Al igual que tampoco creo que sea casualidad que este libro haya caído en tus manos.
Recuerdo aquellos largos días en Barcelona en los que observaba cómo muchas mujeres se acercaban a nuestro centro de nutrición y dietética (mío y de mi querida hermana Mireya, graduada en Dietética y Nutrición) preguntando por el coste de un acompañamiento dietético. Por aquel entonces tan solo hacía dos años que había acabado la carrera de Psicología y estaba cursando el primer año del máster que tres años más tarde me acreditaría como psicoterapeuta.
Yo, como un lorito, informaba a esas mujeres sobre nuestros servicios y sobre cómo mi hermana iba a poder ayudarlas. Cuando acababa de ofrecerles la información, la mayoría hacía la misma pregunta: «¿Cuánto peso voy a perder al mes?». Me daba cuenta de que parecía que perder peso era lo que más deseaban en sus vidas.
Hubo un aspecto en particular que me llamó mucho la atención, y fue que esas mismas mujeres que, tras unos meses de tratamiento, parecían haber logrado unos buenos hábitos alimentarios y habían perdido peso, regresaban al centro. Algunas al cabo de aproximadamente un año; otras, tan solo unos pocos meses después del alta.
«¿Puedes darme hora con la dietista? ¡Quiero volver a perder peso!» En algunas de aquellas mujeres podía intuir la vergüenza, en otras la culpa y en otras muchas, la indiferencia. La mayoría estaban acostumbradas a ir de profesional en profesional buscando lo que parecía ser su santo grial: la dieta que les asegurase la pérdida de peso definitiva. O lo que es lo mismo: la dieta que les proporcionase la felicidad eterna.
Eran justamente esos instantes los que me hacían plantearme una serie de preguntas: «¿Cómo es que han tirado todo por la borda? Si la pérdida de peso es tan importante para ellas, ¿por qué han vuelto a los hábitos anteriores? ¿Es entonces una cuestión de “malos” hábitos? ¿O hay otros aspectos implicados?». Mi cabeza preguntona empezó a cuestionarse muchas cosas.
Más pronto que tarde comprendí algo: las dietas no funcionaban porque el peso y la comida nunca habían sido el problema. La comida jamás había sido la enemiga de esas mujeres, gracias a las cuales empecé a derrumbar muchas creencias que llevaban mucho tiempo acompañándome. A través de sus supuestas recaídas (de esto hablaremos más adelante) y sus idas y venidas empecé a comprender que la comida era una aliada que simplemente se adaptaba a todo lo que necesitaban en cada momento de sus vidas, y que no había nada de malo en su cuerpo, ni era la causa de todas sus insatisfacciones, sino otro fiel compañero incondicional que nunca iba a abandonarlas.