PENSAMIENTO HERDER |
Dirigida por Manuel Cruz |
Fernando Broncano
La melancolía del ciborg
Herder
Diseño de la cubierta: Claudio Bado
Maquetación electrónica: produccioneditorial.com
© 2009, Fernando Broncano
© 2009, Herder Editorial, S. L., Barcelona
© 2012, de la presente edición, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN: 978-84-254-3027-5
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
www.herdereditorial.com
Índice
Una vez el paisaje y los dulces vecinos cultivaron un cerco de boj para el filósofo y su interlocutor. Cuando salieron por la espiral del pensamiento, hambrientos encontraron la mesa puesta: hubo en ellos aún palabras de alabanza a las fresas.
Aníbal Núñez
Alzado de la ruina
Agradecimientos
Este libro se fue formando en las muchas discusiones de sala y café con Carlos Thiebaut: si acaso alcanza a ver algo en la distancia, es subido a sus hombros intelectuales. La audiencia entusiasta del Ateneo de Cáceres en sus conferencias anuales y sus incansables organizadores, Esteban Cortijo y Raquel Rodríguez, me dieron ocasión y estímulo para redactar varios capítulos. José Gómez Isla y Carmen Velayos, de la Universidad de Salamanca, me invitaron a dejar libre mi pensamiento en otros dos capítulos. La cercanía humana e intelectual con José Corbí, Antonio Gómez Ramos, Diego Lawler, Javier Moscoso, Javier Ordóñez, Fernando Rodríguez de la Flor y Jesús Vega está presente por todo el libro más de lo que reconocen y deberían haberlo hecho las citas. Algunas preguntas y muchos silencios de Fernando Broncano Berrocal están también por ahí escondidos en el texto. La lista completa y necesaria de todos los agradecimientos agotaría la paciencia del lector, aunque mostraría cuán dependiente es mi pensamiento de la palabra de tantos.
Capítulo 1
Ciborgs entre otros seres de la frontera
Lo que contaré ya ha sido contado por autoras y autores como Donna Haraway, María Lugones, Rosi Braidotti o Andy Clark, por citar algunos cercanos, contemporáneos, pero mucho antes ya fue ilustrado por la novela barroca española. Todo se reduce a la idea de que somos seres que habitan en el viaje a un mundo subjetivo que llamo mundo de la frontera, un lugar imaginario de refugio que acoge formas variadas de resistencia. La figura que mejor los representa es la de los ciborgs, seres que no saben lo que son, seres a los que no les dejan saber lo que son porque son interpretados por categorías dominantes, hechas de dicotomías que tienen en sí la semilla de la dominación y la exclusión. Lo que contaré es una meditación metafísica, uno es filósofo a pesar de uno, pero es también y sobre todo una invitación a mudarse a vivir a ese mundo del limen, de la frontera y el exilio, un espacio en el que las subjetividades se reconocen con la mirada seca, rápida y comprensiva que sólo los iguales se dirigen entre sí en la encrucijada del laberinto.
1. Todos somos Galatea
Convento de la Veracruz de los franciscanos de Ayamonte (Huelva): la iglesia, del siglo XVI , está construida con materiales pobres. El techo de artesonado disimula la modesta cubierta de madera sobre una única nave a la que se abren dos pequeñas capillas dedicadas a sendos cristos. En la capilla de la izquierda, una talla de León Ortega, imaginero de Ayamonte, viejo anarquista condenado a muerte que curvó su carrera de escultor hacia la imaginería religiosa. La talla es llamada el Cristo de las Aguas . Sólo alguien con esa distancia compasiva que permite el anarquismo sobre la cultura barroca andaluza pudo captar la esencia de una fe idólatra que se hizo contra la iconoclasia del mundo musulmán. El cristo ha sido modelado representando el instante postrero a la expiración, cuando todos los músculos se han aflojado y el cuerpo se mueve en un desprendimiento espontáneo que paradójicamente se resuelve en una suerte de abrazo interrumpido por los clavos. La imagen está casi viva en la muerte, en ese movimiento involuntario que rompe absolutamente todo hieratismo. El escultor ha querido darle vida en la muerte. Una oscura versión de Pigmalión y Galatea que da vida a una imagen muerta de un muerto.
Uno más entre los ilimitados esfuerzos de los creadores de imágenes por que dejen de serlo y cobren vida, como si su existencia de imágenes perfectas pidiera con urgencia el trascender su estado de representación para convertirse en realidad viva. Hay una oculta simetría entre el impulso creador de León Ortega, que se esfuerza en dar vida al tronco de cedro, y la experiencia de la mujer piadosa que ha pasado tantas horas ante la imagen y que ocasionalmente deja caer una lágrima de compasión por la Semana de Pasión. En lo que llamamos la experiencia estética o en lo que llamamos experiencia religiosa hay una reconciliación con una forma de ser que está entre la vida y la muerte, entre la representación y la realidad, entre el cielo y la tierra, entre lo divino y lo humano. Esa frontera es realmente el lugar de la experiencia humana. Una experiencia de lo otro que adquiere densidad y peso cuando uno se encuentra ante un ser que no acaba de estar categorizado en una de las clases familiares que, por ser familiares, no despiertan esa forma especial de contacto con el mundo que llamamos experiencia. Nace esa experiencia de una oculta fuerza por repetirse, por crear seres que sean desde lo que aún no es. ¿Qué otra conexión nos llevaría desde la imaginería barroca al niño-robot de IA de Spielberg? Ambos seres tienen esa extraña hibridación de lo orgánico y lo artesano. Es ese niño un remedo del hijo muerto como el cristo de madera es un remedo del dios que se adora. ¿Qué es ese ser robot?, ¿es un ser artificial? Tiene, ciertamente, inteligencia artificial; conformación corpórea también artificial; es, de hecho, un ser artificial, pero es también una Galatea amada por la madre; un remedo del hijo muerto que pese a ello ha sido elevado a la categoría de hijo por el amor de la madre y que al cabo de un tiempo, como recordamos, deja de ser amado porque es sustituido en el cariño de la madre por un niño «verdadero». Como Galatea, llega a la vida por amor, aunque el mito no cuente qué habría ocurrido con ella si Pigmalión hubiera dejado de amarla. Es de suponer que, como el niño-robot, hubiese emprendido un viaje al país de los seres abandonados. Lo que les propongo es que piensen por un momento en esta figura de Galatea abandonada y seguramente tendrán una figura inquietante de la condición humana. Al ser abandonada, Galatea vuelve a un estado extraño que no es ya el de estatua ni es el de ser amado que se mantiene viva por la mirada amorosa del diseñador. Galatea existe en un ámbito que ya no es lo natural ni lo artificial: lo artificioso de su estructura ha sido desvelado por el abandono, pero su naturaleza no se explicaría sin la emoción por la obra de Pigmalión. Lo que les propongo es que consideren que todos somos Galatea abandonada, producto de la indeterminación del origen y la indeterminación de la existencia.
Una larga tradición nacida en el territorio de la antropología filosófica, que se remonta al mito de Prometeo y Epimeteo contado por Platón en el Protágoras , sostiene la idea de que el hombre es, a diferencia de otros animales, un ser inadaptado, que llega al mundo con sus funciones indeterminadas y que la técnica viene a suplir y cubrir sus necesidades. Es lo que narra el mito de Prometeo, un dios menor que resuelve el problema creado por su hermano Epimeteo, a quien Zeus le encargó el trabajo de dotar a los animales de dones y propiedades. Epimeteo realizó su trabajo con un sentido del equilibrio y el juego limpio excelentes, pues dotó a los animales de cualidades complementarias: al lento, le dotó de medios de defensa; a la presa, de velocidad para escapar, etcétera. Pero olvidó al hombre, que quedó desposeído de facultades específicas y, como sabemos, fue Prometeo quien resolvió el problema robando el saber técnico a los dioses, junto con el fuego que permitía desarrollar las técnicas.