José Agüero - Cómo votan los muertos
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- Libro:Cómo votan los muertos
- Autor:
- Editor:La Siniestra Ensayos
- Genre:
- Año:2021
- Ciudad:Lima
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Como votan los muertos
La Siniestra Ensayos es una editorial de ciencias sociales y humanidades. Apuesta por promover nuevos lenguajes y saberes para imaginar diversos rumbos en nuestro país y América Latina. Nuestro objetivo es desempolvar clásicos, convertir tesis en libros, impulsar traducciones y provocar debates.
Lo siniestro de nuestra labor es escapar de los espacios comunes y visibilizar temas pendientes que necesiten verdades, originalidad, pasión y buen juicio.
Pablo Sandoval
José Carlos Agüero
Como votan los muertos
José Carlos Agüero Cómo votan los muertos Lima. La Siniestra Ensayos, 2021. Colección Cuadernos rojos 1. Democracia 2. Ciudadanía 3. Autoritarismo 4. Perú 5. Desigualdad |
Cómo votan los muertos
Primera edición digital: mayo 2021
Disponible en: www.lasiniestraensayos.com
© 2021, José Carlos Agüero
© 2021, Estación La Cultura
Para su sello La Siniestra Ensayos
Av. Fray Luis de León 391, San Borja, Lima, Perú
info@estacionlacultura.pe
Sello dirigido por Pablo Sandoval López
Dirección editorial: Melissa Pérez García
Corrección de estilo: Lenin Pantoja Torres
Diseño de colección: Carlos Yáñez Gil
Prensa y comunicaciones: Diego Bardález
ISBN: 978-612-5030-02-3
Mayo 2021
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción y distribución total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, fotocopiado u otro; sin la autorización escrita de los editores, bajo las sanciones establecidas por la ley.
El Perú del 2021 será, sin duda, un hito en la memoria de los futuros peruanos, un pozo hondo en la línea de tiempo de varias generaciones. Quizá ahora no se aprecia con claridad, pero estamos afrontando una tragedia que, aparentemente, nos llevará al borde de la disolución como comunidad.
Muchas crisis antiguas, así como procesos de desintegración institucional y moral han coincidido y generado una especie de traslape de tiempos y de miedos. El vínculo social se ha hecho casi imposible. La realidad misma ha sido puesta en cuestión, incapaz de generar efectos más relevantes que muchas ilusiones, mentiras e imposturas discursivas.
La crisis política rompió el sentido mismo del gobernar, lo hizo imposible. En cinco años, se sucedieron cinco presidentes, cada cual peor que el anterior. En muy corto tiempo, un presidente fue vacado y a otro le dieron un golpe de Estado. Mafias se apoderaron de los espacios para ejercer el poder. La corrupción acabó por recobrar los niveles de institucionalización del periodo de la dictadura fujimorista en los 90 del siglo pasado.
Un capitalismo biológico se impuso como una naturaleza y eliminó, como un excedente, todo el sentido de dignidad, solidaridad y bien común que se había acumulado en décadas de conquistas sociales. La pandemia de COVID-19 trajo un horror que no se había conocido nunca antes en toda nuestra historia. Cientos de miles enfermaron y, al menos, ciento cincuenta mil murieron. El duelo inconcluso, arrastrado desde el periodo de violencia política, se extendió hacia el porvenir, interminable, cubriendo con su manto todo el mundo subjetivo.
El colapso sanitario y administrativo se volvió humanitario. Los grupos de poder, pese a la masacre de la población, por la enfermedad, pero, sobre todo, por la falta de amparo estatal, se resistieron a modificar su modelo económico neoliberal. Presionaron a los funcionarios para que las decisiones sobre la pandemia se tomaran dando prioridad a sus intereses; en la práctica, suspendieron el derecho a la vida de las personas, convertidas solo en piezas de un cálculo de probabilidades.
Conscientes, a su manera, de este marco de precariedad esencial, de esta casi absoluta falta de amparo por parte de las instituciones, los peruanos y las peruanas hemos luchado por sobrevivir y sustituir, con nuestros recursos, la inexistencia de marcos de referencia y autoridad. En medio de esta vivencia, con una profunda crisis económica y una pérdida de capacidad de prever el más corto futuro, se han producido las elecciones generales.
Las elecciones reflejan, a su vez, este vaciamiento de sentidos. Pasan a la segunda vuelta dos opciones que, de pronto, configuran una paradoja. Ambas son indeseadas. A su modo, ambas representan tradiciones que han sido causa de este colapso. Pero, desprovista de la capacidad de elegir libremente, la ciudadanía se ve obligada a participar de un evento de autoinmolación colectiva. No puede evitar escoger a su próximo estafador.
En este momento, se impone una sensación de ansiedad, de conflicto, de confrontación que hace casi imposible cualquier ejercicio de discernimiento. Se impone el miedo. Y las elecciones, como una fatalidad, parecen colocar a todo un país ante un dilema sin solución. Elegir a Fujimori es optar por una mafia corrupta y antidemocrática que, además, representa la negación del cambio, que aparece como casi la única fuerza positiva en el horizonte. Elegir a Castillo es optar por un grupo improvisado, incapaz de superar una identidad progresista autoritaria que amenaza, además, con traer más incertidumbre a un país que no soporta un gramo más. Pero que al mismo tiempo representa la posibilidad de algún cambio, alguna reforma, alguna variación de las realidades posibles.
Una de las opciones creativas para vivir este momento, puede ser negarse a ser constreñidos por el marco electoral y su esquema dilemático. Quizá no valga la pena habitar hasta el agotamiento y la culpa este cuadro, porque quizá no es falso y no tiene una solución correcta. Quizá lo mejor es directamente salir de él. Nuestro ser político, lo que haya quedado de él, no se agota en un voto. Hay luchas que valen la pena afrontar, y estas nos van a necesitar para recuperar algo de lo perdido en estas décadas de deshumanización.
Alguien me dijo: «¿cómo votan los muertos ?, ¿ cómo votan los familiares de los muertos por esta pandemia inacabable?». Es posible que estas familias quieran acabar con todo esto, reventar, lanzar todo por los aires. Desde allí, desde la posición más legítima para decir algo verdadero, es que podemos devolver al acto de elegir a su dimensión real, acotada, sencilla. Desde este lugar, ambos candidatos representan casi lo mismo: dos formas de mandar todo a volar de una vez.
Es esta aflicción la que debemos acoger. Eso es lo que está expresando el voto que nos duele como inaceptable. Acoger y, al mismo tiempo, aceptar en su modestia el acto de votar. No estamos resolviendo la Historia. De todos modos, alguien será el ganador. Aunque agraviemos a nuestros semejantes o nos martiricemos con la sensación de complicidad, igual alguno de estos candidatos estará a cargo de la presidencia el año de nuestro bicentenario como república independiente. De todos modos, quien asuma el cargo será profundamente imperfecto, incluso destructivo. Pero miremos un poco hacia atrás, con honestidad. ¿No es eso más o menos lo que pasa de modo regular? ¿Alguna vez tuvimos grandes ofertas a la mano?
Quisiera invitar entonces a algunas acciones: a detenernos brevemente para pensar y compartir; a votar sin ser chantajeados por el miedo, evitando sentir que nos hipotecamos como seres humanos en este ejercicio; a que optemos por el cambio, aunque seamos plenamente conscientes de que viene arropado por un pésimo agente; y, sobre todo, a que no nos dejemos atrapar por el marco de la paradoja electoral, que podamos identificar nuestras futuras demandas y que nos preparemos para recuperar, poco a poco, el control de nuestras vidas y destinos, sabiendo que, en los siguientes años, habitaremos este país con los que hoy están votando de un modo diferente.
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