Lógica médica
La semiología médica moderna conoce en las quejas de los vivos el daño que la disección descubrirá en los muertos.
Aquellas características del signo que no desvelen lesión alguna, que no refieran a un daño, no se consideran relevantes. El signo médico es signo porque representa una lesión y la representa sin resto.
Pero la semiología psiquiátrica no refiere a una lesión cerebral específica, no representa el desarreglo particular de una función psíquica. La falta de finura descriptiva del lenguaje o los conocimientos escasos de las ciencias básicas cargaron durante décadas con la culpa de esta pobreza de referencia. La respuesta es otra: los signos médicos se definen por series de atributos que, reunidos, están por el daño que respalda su validez semántica. Cada nota de la definición de un signo psiquiátrico, en cambio, adquiere su capacidad de significar por relación a un contexto. Cada atributo de un signo pliega una relación.
La semiología psiquiátrica no puede reconstruirse como una lógica de predicados. Es irreductiblemente relacional. Es una lógica de segundo grado. Cada signo contiene en sí un exceso, una exterioridad constitutiva que ha interiorizado.
Así el cerebro.
El cerebro no opera mediante funciones discretas que se componen. El cerebro no es sino redes funcionales de neuronas, distantes o próximas, que trabajan acordadas. La estructura íntima del funcionamiento cerebral es acuerdo en el tiempo. Daños groseros desbaratan el acuerdo, eso no sorprende. Sorprende la pluralidad indefinida de desbaratamientos posibles para cada síntoma. Pero es que posibilidad y estructura del acuerdo, del acorde, dependen ambas de la interiorización de entornos e historias. Del cuerpo, de la madre, de la cultura.
Así el individuo.
El individuo no es sustancia. Es emergencia y acontecimiento. Es puesta en uno singular de lo múltiple individuado, sin cancelación, sin supresión de lo múltiple. Apropiación y desapropiación individuante.
El individuo alberga en sí un exceso, una exterioridad constitutiva que ha interiorizado. El individuo es proceso de hacerse individuo, y la individuación, forma de aparición del exceso, tanto en el individuo consciente de sí como en la ínfima, pululante serie de individuaciones oscuras, semiconscientes, inconscientes, que lo recorren y piden cuidado.
Los síntomas psiquiátricos son casos de individuación.
El nombre del exceso que se individúa es vida. Y la vida del animal humano es hacerse cargo de un exceso que sostiene lo individuado, pero solo se conoce como lo indisponible de lo individuado. La experiencia del movimiento individuante de la vida es experiencia de nada y su extravío, la merma de libertad en la relación con lo indisponible, la fijeza en el movimiento individuante de la vida es el grano de nada donde acontece la enfermedad mental.
La subjetividad es el lugar de manifestación del exceso y de esa relación de nada con sus individuaciones. La historia de la subjetividad cuenta las formas concretas en que los occidentales hemos acogido ese exceso y ese cuidado.
La locura es su nombre empobrecido, casi siempre.
Este libro es la persecución de los descarríos en el trato con el exceso que habita el individuo.
1. Uno y distinto (I)
1.1. Quién será este que siempre va conmigo
En la primera nota a su traducción del Cuento de un tonel , Cristóbal Serra glosa la amargura de Swift ante la fastidiosa condición del individuo, que ni en la locura siquiera puede desprenderse de sí y dejar de ser uno y distinto. Si algo tienen estas condiciones en común es que los que las padecen hacen, dicen o ven cosas que no saben ni deberían saber cuando son ellos mismos los que hablan o actúan.
El repliegue o desalojo en sí o fuera de sí acompaña las enfermedades del alma desde el llano de Troya hasta la Modernidad. Muchas palabras griegas para la locura recogen este apartarse de la propia mente (phrén) o del recto juicio, ya con el prefijo ek -, fuera (ékstasis , ekphrén , exebakkheúsen) o pára -, a un lado (paraphrén , paránoia o parakopé) , un golpe que lo mueve a uno al costado del conocimiento justo y la acción medida. El sano está, por el contrario, émphron (con la phrén dentro o dentro de la phrén ) o sóphron (con la phrén segura). El vocabulario griego antiguo no disponía de términos o de interés para un concepto como el sí mismo individual, interior. Este ir y venir de fuera adentro o al costado de la mente, el conocimiento o el ingenio de cada cual, la experiencia recogida en estas palabras de ser golpeado más allá de uno mismo es lo más cerca que el griego nos deja de formalizar la intuición de que la locura nos saca de nosotros y nos llena de algo ajeno.
Se ha discutido si el griego de la Ilíada carecía de nombre para una totalidad corporal unificada o si, más bien, la propia abundancia de palabras que denotan partes suponía la propia experiencia de la unidad que se fragmentaba. Sí parece que, en el griego trágico, maduro ya cuando aparece la prosa médica, términos como phrén , kardía , kholé , que aparecen con frecuencia en el discurso acerca de la locura, tienen como referentes partes concretas del cuerpo que manifiestan una irritante autonomía con respecto a la voluntad del individuo, a saber, las vísceras. Otras, como thymós o noûs , aun sin referente material equivalente, importaban a su esfera semántica esta materialidad de las vísceras y añadían una experiencia de fluidez, como si esa solidez visceral pudiera volverse líquida, entrar, salir o desbordar el cuerpo. Así, la experiencia de una cierta impropiedad propia, de una ajenidad de la que, sin embargo, hay que cuidarse, como la del hígado, aparece tematizada con un vocabulario corporal específico bien temprano en la historia letrada de Occidente.
Y, sin embargo, en la prosa médica, y en la prosa general, la palabra manía aparece con más frecuencia que estos compuestos con ek- o pará -. Manía está emparentada con ménos , algo así como fuerza colérica. Describe antes una intensidad que un irse fuera de sí en lo ekstatikós , por mucho que podamos suponer una cierta unidad implícita de lo uno y lo otro, que un manikós es un ekstatikós.
Junto a la manía y la frenitis, que lo extravían a uno de sí, la melancolía fue el otro gran grupo antiguo de enfermedades del alma. Comenzó por ser un término coloquial, casi vulgar, para la locura, y acabará por denotar, en Robert Burton o en Marsilio Ficino, un estado en el que algo, la bilis negra, pongamos, nos recentra demasiado en nosotros. La tristeza y el temor, Nos vuelven demasiado conscientes de la distancia y la intimidad entre lo personal y lo impersonal nuestro.
No hay manera de que locura y extravío de sí se puedan desatar, se piense este vínculo o no. Que tal cosa como una locura parcial fuera posible, que un delirio afectara unos aspectos de la vida de un ciudadano pero le conservara el juicio en otros fue uno de los dolores de parto de la psiquiatría, ya en el siglo XIX . Todavía en 1821 Maine de Biran y Royer-Collard podrán cruzarse informes y notas de lectura sobre este asunto, y Maine de Biran podrá todavía insistir en que una locura parcial, una monomanía, no podía concebirse. Si había yo , había voluntad y no había locura. ¿De dónde viene, entonces, la nota resignada de Cristóbal Serra? O bien, ¿cómo se articula la experiencia de lo ajeno en mí con las formas que toma la identidad personal y con el discurso médico, religioso, literario sobre la locura?