Jorge L. Tizón
Jorge L. Tizón
Nancy L. Bakalar
«El objetivo del arte es entender, ante todo».
«Si escuchamos con atención, podremos oír el leve
revoloteo de alas, el suave movimiento de vida y esperanza».
— A LBERT C AMUS
Prólogo a la primera edición en español
Marie Saba Veile
Desde sus inicios, el psicoanálisis buscó permitir que fuese el cuerpo el primero en hablar, y lo que se intentaba escuchar era eso que estaba en silencio. La cura a través del habla es también una cura a través de la escucha y de la mirada. Necesitamos algo que se encuentra más allá de las palabras para acceder a eso que el silencio comunica, como nos recuerda Bryan Lask, a través de la letra de una canción: «Y la visión que quedó sembrada en mi mente, aún permanece dentro del sonido del silencio».
El niño en silencio. Comunicación más allá de las palabras habla de esos silencios que todos llevamos dentro, de los momentos en los que nos quedamos sin palabras, sin poder conectar, así como también de los probables vestigios de lo que no se logró comunicar. Silencios crudos en los niños, silencios que quizá el «ruido» cubrió en los adultos. Sin embargo, el énfasis está puesto en la comunicación , en todo lo que se dice con o sin palabras; especialmente en el extraordinario intercambio que se da en la relación entre personas que logran conectar.
Los casos presentados en este libro nos hacen pensar que el silencio suele ser un retiro, pero es a la vez un pedido . Los pacientes se encuentran aparentemente aislados, pero la escucha cuidadosa descubre a una persona que necesita y que espera, ya sin esperanza .
Al verlo de esta manera, el síndrome de retiro generalizado — a falta de conexión, el negarse a hablar, a comer e incluso a moverse— se puede entender como un rechazo a una forma de vida y no como un rechazo a la vida misma. Estos pacientes quizá se niegan a conformarse, a adaptarse, a obedecer. El self parece estar sumergido, como en esas cabinas de los experimentos de aislamiento sensorial, para protegerse de todo lo que le amenaza a seguir siendo.
Al inicio, estos pacientes parecen haber perdido el habla; nos hacen pensar en los primeros instantes de vida, sin palabras, sin miradas, sin sonidos. Pero avanzan y viene el llanto, la mirada, el tacto; señales de vitalidad, de una comunicación con el otro indispensable para vivir; y vemos cómo pueden comenzar a dar y a recibir.
Entonces, aparecen respuestas a la pregunta de si este estado es un regreso al momento en el que quedó alguna conexión, algunos hilos de vida, o si se trata de un rechazo a la vida, donde una pulsión de muerte ha tomado posesión.
No se trataría de un instinto tanático que domina para destruir, para regresar a lo inorgánico. Es posible interpretar, en estos casos, una respuesta ante la hostilidad, una defensa contra lo que se sintió como una amenaza, como algo dañino, como una irrupción devastadora.
Estos pacientes esperan conectar, pero, para poder hacerlo, exigen que el otro esté dispuesto a aceptar sus condiciones, que esté capacitado para descifrar un mapa que aún no han trazado. Una cartografía que van creando, paciente y terapeuta, a medida que se avanza. Pero los autores nos dejan claro que este mapa solo cobra sentido para el que está dispuesto a arriesgar, a entrar en un mundo nuevo, a respetar los tiempos del otro y a descifrar su idioma. Esto es posible si el terapeuta logra ofrecer y mostrar el suyo y estar abierto a aprender de esa persona que ya no puede enseñar. La persona espera , pero solo conectará con quien sospeche que es un aliado.
Vemos que, solo así, estos pacientes pueden dar el primer paso: empezar a confiar . Confianza y desconfianza es el juego que recorre todo el libro.
Sin una relación de confianza, el miedo inmoviliza. En la constelación transferencia-contratransferencia la división paciente-terapeuta se vuelve, en parte, artificial; el terapeuta siente miedo y la parálisis ya no es exclusiva del otro. Sin embargo, vemos cómo los autores de los artículos compilados en este libro, al sentir contratransferencialmente la parálisis en ellos mismos, pueden procesarla e ir saliendo poco a poco de ella. Hay poco lugar para la cobardía; los pacientes no aceptan otra opción. Estos casos demuestran que lo disruptivo se encuentra en la parálisis disfrazada de movimiento; hace pensar en esas parálisis que se manifiestan en un trabajo clínico que, si bien puede ayudar hasta cierto punto, impide llegar a lo esencial, a eso que de verdad genera un cambio. Adam Phillips, en su libro Equals , dice: «Si lo mejor que hacemos es cuidarnos entre nosotros, entonces lo peor que hacemos es pretender cuidarnos cuando en realidad estamos haciendo algo diferente». Phillips explica luego que es inevitable, a veces, hacer algo diferente; asumimos las ambivalencias e intentamos mantener un balance favorable.
El setting , encuadre o escenario, ese marco que contiene, es indispensable, representa los límites necesarios para el trabajo terapéutico. Pero, y es un gran pero el que proponen los autores del libro, el encuadre no debería ser un obstáculo para que el vínculo verdadero se desarrolle. Si se rigidiza, si solo se obedecen las «reglas» puede resultar cómodo para el terapeuta, pero estrecha el ámbito terapéutico como si se tratara de un techo bajo, donde probablemente solo se pueda avanzar en cuclillas. Los trabajos aquí presentados describen un encuadre o escenario biológico , vital, vivo, siempre en movimiento, que se construye sesión a sesión, opuesto a encuadres aprendidos, enquistados, muertos.
El proceso psicoterapéutico es muchas veces opuesto al concepto de cura médica, el cual apunta al pasado, al momento donde la «enfermedad» no había comenzado. Por lo tanto, la salud es muchas veces entendida solo como ausencia de enfermedad. La psicoterapia implica una transformación; a medida que nos desarrollamos van quedando marcas, cicatrices, huellas que deja el conocimiento. Algo se quebró, quedó fuera de lugar o quedó un vacío, y es necesario repararlo.