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Erica Spindler - Frío En El Alma

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Frío En El Alma: resumen, descripción y anotación

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Veintitrés años antes, Anna North había sobrevivido a una pesadilla. Un loco la había secuestrado y le había cortado el dedo meñique. En la actualidad, Anna vivía en Nueva Orleans, escribiendo novelas de suspense bajo seudónimo. Por fin se sentía a salvo. Pero, súbitamente, la vida de Anna dio un giro aterrador. La novelista empezó a recibir cartas misteriosas. Una amiga suya desapareció de pronto. Allanaron su apartamento. Alguien había comenzado a acosarla… Desesperada, Anna acudió al inspector Quentin Malone, pero el policía estaba más preocupado por los recientes asesinatos de dos mujeres en el Barrio Francés. Sin embargo, tras el hallazgo de una tercera víctima, pelirroja como Anna y con el meñique amputado, Malone comprendió que la novelista era el nexo de unión entre los asesinatos y que podía ser la siguiente víctima…

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Erica Spindler Frío En El Alma Malone Killian 1 Título original Bone cold - photo 1

Erica Spindler

Frío En El Alma

Malone & Killian, 1

Título original Bone cold Traducido por Paco Reina Prólogo Junio de 1978 - photo 2

Título original: Bone cold

Traducido por: Paco Reina

Prólogo

Junio de 1978

Sur de California

El terror mantenía paralizada a la joven Harlow Anastasia Grail, de trece años de edad. Permanecía acurrucada en un rincón de la oscura habitación sin ventanas, con Timmy llorando a su lado.

La moqueta desprendía un leve olor a orina, como el colchón en el que Timmy y ella se habían despertado horas antes. ¿O había sido días antes? Harlow no lo sabía. Había perdido por completo la noción del tiempo desde que Mónica, la niñera de confianza de su padre, los indujo a subirse en un coche qué Harlow no había reconocido.

Él los estaba esperando dentro. El hombre al que Mónica llamaba Kurt.

Harlow se estremeció, recordando la frialdad de su sonrisa. Había sabido instintivamente que aquél hombre deseaba hacerles daño; había gritado al tiempo que buscaba frenéticamente la manija de la portezuela, pero él la sujetó con fuerza mientras Mónica le inyectaba algo que llenó su mundo de negrura.

– Quiero irme a casa -gimió Timmy-. Quiero ir con mi mamá.

Harlow atrajo al niño hacia sí en un gesto protector. Timmy estaba allí por culpa suya. Tenía el deber de protegerlo.

– Todo irá bien. No dejaré que te hagan daño.

De la habitación contigua les llegó el sonido de un televisor. En ese momento se estaba emitiendo el telediario:

– …sobre el secuestro de la pequeña Harlow Grail y su amigo, Timmy Price. Harlow Grail, hija de la actriz Savannah North y del cirujano plástico Cornelius Grail, fue raptada de los establos de la finca de la familia. El hijo del ama de llaves, de seis años de edad, que aparentemente había acompañado a Grail a los establos, también fue secuestrado. Las autoridades no creen que el niño figurase en el plan original de los secuestradores, y según el FBI…

Se oyó un fuerte golpe, seguido por el ruido de madera astillándose.

– ¡Hijos de puta!

– Kurt, cálmate…

– ¡Les dije lo que pasaría si avisaban a la policía! ¡Estúpidos cabrones de Hollywood! Se lo advertí,…

– Kurt, por el amor de Dios, no…,.

La puerta se abrió con tanta fuerza que se estrelló estrepitosamente contra la pared. Kurt apareció en la jamba, resollando, con el rostro lleno de ira. Mónica y la otra mujer, llamada Sis, permanecían detrás de él, horrorizadas.

– Vuestros padres no hicieron caso -dijo Kurt con voz queda y repleta de odio-. Lo siento por vosotros.

– ¡Deje que nos vayamos! -lloró Harlow, apretando a Timmy contra sí. El pequeño se aferró a ella, sollozando histéricamente.

Kurt emitió una risotada impregnada de crueldad.

– Putita mimada. Si dejo que os vayáis, ¿cómo conseguiré lo que quiero?

Cruzó la habitación y agarró a Timmy, arrebatándolo de su lado.

– ¡Harlow! -gritó el pequeño aterrado.

– ¡Déjelo en paz! -cuando Harlow intentó trabajosamente ponerse en pie, Mónica y Sis se acercaron raudas para sujetarla. Harlow se resistió, pero las mujeres eran demasiado fuertes. Le agarraron los brazos, clavándole las uñas en la piel, y la inmovilizaron.

Kurt arrojó a Timmy en el mugriento jergón.

– Observa con atención, princesita -le dijo a Harlow-. Mira lo que tus padres han provocado. No me hicieron caso. Les advertí que no avisaran a las autoridades. Les dije cuáles serían las consecuencias. Ellos tienen la culpa. Esos estúpidos cabrones de Hollywood.

Carcajeándose, Kurt agarró una almohada y la apretó contra el rostro de Timmy.

– ¡No! -el grito de Harlow levantó ecos en las paredes-. ¡No!

Timmy forcejeaba. Clavó las uñas en las manos de Kurt mientras sus piernecitas se debatían salvajemente al principio, y luego con menos fuerza. Harlow lo observó todo horrorizada, con el rostro lleno de lágrimas y una letanía de súplicas en los labios.

Timmy se quedó inmóvil.

– ¡No! -gritó Harlow-. ¡Timmy!

Kurt se incorporó. Luego se giró para mirarla con una sonrisa diabólica.

– Es tu turno, princesita.

Entre él y Mónica la arrastraron hasta la cocina. Harlow se dijo que debía luchar, pero el terror la había despojado de cualquier capacidad que fuese más allá del ruego. Mónica la obligó a colocar la mano sobre la porcelana del manchado fregadero.

– Lista o no, allá voy.

Harlow vio el brillo metálico. Comprendió que se trataba de unas tijeras para podar o un cortaalambres, y un grito se le formó en la garganta.

Kurt acercó las tijeras a su mano derecha y las cerró sobre el dedo meñique. Primero le llegó el dolor, ardiente, cegador. Luego el crujido del hueso al partirse en dos. El fregadero se tiñó de sangre.

A Harlow se le nubló la vista antes de quedar sumida en la oscuridad.

El dolor emanaba de la mano vendada de Harlow y ascendía por su brazo en abrasadoras oleadas. Con cada palpitación, la boca se le llenaba de un regusto acre y amargo que amenazaba con ahogarla. Se mordió con fuerza el labio inferior para no gritar. Tenía que mantenerse callada. Completamente inmóvil. Kurt y sus compañeras creían que estaba dormida, atontada por el analgésico que Mónica le había administrado. El analgésico que Harlow sólo había simulado tomar.

La oleada cesó y Harlow experimentó un respiro momentáneo de la agonía. Sus ojos se inundaron de lágrimas de horror, de desesperanza. Con la emoción le llegó otra oleada de dolor. Mareada, a punto de desvanecerse, Harlow se obligó a respirar. No desmayarse ahora. No podía ceder ante el dolor o el miedo, si deseaba sobrevivir. Sus padres pagarían el rescate esa noche. Había oído a Kurt hablar con sus compinches. Les había dicho que la dejaría libre en cuanto tuviese el dinero.

Era un mentiroso. Un sucio bastardo mentiroso. Había matado a Timmy aun cuando el niño no le había causado ninguna molestia. El dulce y pequeño Timmy, que sólo había deseado volver a casa.

Aquel bastardo asqueroso también pensaba a matarla a ella, a pesar de sus promesas. Harlow podía tener tan sólo trece años, pero no era ninguna estúpida.

Harlow se bajó del jergón, con cuidado para que no crujieran los muelles, y se arrastró por la moqueta del suelo hacia la puerta. Luego pegó el oído. Kurt estaba hablando, pero Harlow no captaba con exactitud lo que decía. Tenía relación con ella. Y con el rescate.

Sería aquella misma noche.

Harlow regresó presurosa al jergón, se tumbó en él y cerró los ojos. Oyó el chasquido del pomo y el suave sonido de la puerta al abrirse. Alguien se colocó a su lado.

Tampoco en esa ocasión habían cerrado la puerta con llave. ¿Por qué iban a hacerlo? Creían que estaba profundamente dormida por efecto de las drogas.

Su visitante se inclinó sobre la cama y Harlow comprendió que era Sis, la más vieja. Podía reconocerla por su olor a rosas y a polvos de talco, fragancias dulces que sólo disimulaban en parte el asqueroso hedor a tabaco.

Sis se inclinó más sobre ella. Harlow notó su aliento en la cara y se esforzó por permanecer absolutamente quieta.

– Dulce criatura -susurró la mujer-. Ya casi se ha acabado. Cuando Kurt tenga el dinero, todo irá bien.

Kurt se había ido para recoger el rescate. El tiempo se estaba agotando.

– Antes no pude detenerlo. Estaba furioso y… Tus padres no debieron desafiarlo. Ellos tienen la culpa. Han sido ellos quienes… -la voz de la mujer se espesó-. Hice lo que pude. Tienes que entenderlo. Él…

«No hiciste lo que pudiste. Pudiste haber salvado a Timmy, vieja bruja. Le hiciste muchos mimos pero no moviste ni un dedo para salvarlo. Te odio».

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