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Anna Lárina - Lo que no puedo olvidar

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Anna Lárina Lo que no puedo olvidar
  • Libro:
    Lo que no puedo olvidar
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1993
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Lo que no puedo olvidar: resumen, descripción y anotación

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APÉNDICES
CARTAS DE LOS LECTORES SOVIÉTICOS
1

2 de octubre de 1998

Querida Anna Mijáilovna:

Gracias por sus memorias. Ante alguien como usted, me inclino con gran respeto.

Soy una persona sociable por naturaleza y me atrevo a decir que también soy gran amante de la paz pero, sencillamente, odio a los estalinistas. Tal vez sólo los antisemitas despierten en mí una reacción semejante, aunque a menudo unos y otros coinciden.

Desde los años de mi juventud, el nombre de su esposo ha estado ligado para mí a cierto incidente trágico.

Antes de la guerra, vivíamos en una zona forestal de la región de Sokolnikov. Las familias de los guardas que vivían allí mantenían unas relaciones muy amistosas, sobre todo mis padres —Aleksandr Petróvich Grachov y Valentina Timoféyevna Grachova— eran amigos de la familia Spitsin. Recuerdo que Iván Yakóvlevich Spitsin era un hombre delgado de mediana edad (tenía cincuenta y cinco años por entonces), con una barba gris en forma de cuña. Su esposa, Galina Demiánovna, era la hija del guarda forestal Mochalski, que en aquella época hizo mucho por la conservación de los bosques de las afueras de Moscú. Hasta hace poco tiempo, había una calle que llevaba el nombre de Mochalski cerca de la estación de metro Semionovskaya (ahora se llama Ibrammov). Vladímir Korolenko [el famoso escritor] era un buen amigo de la familia Mochalski. Galina Demiánovna tenía un excelente conocimiento del francés, pues había estudiado en la Sorbona antes de la revolución.

(Por el amor de Dios, perdóneme por describirlo todo con tanto detalle. Pero desde que era una niña, la tragedia de esta familia me causó una gran impresión y ejerció cierta influencia en mi forma de pensar).

Spitsin era un hombre muy agradable y formaba parte de la intelligentsia; era inusualmente modesto y, según tengo entendido, estaba completamente alejado de la política. Iván Yakóvlevich vivía absorto en su trabajo. Galina Demiánovna se ocupaba de la casa, educaba a su hija (el suyo fue un matrimonio tardío, y en aquella época su hija tenía nueve años de edad, igual que yo) y leía novelas francesas.

Todo cambió la víspera del 1 de mayo de 1940. Por la mañana, se descubrió que Iván Yakóvlevich había desaparecido. A menudo salía a dar paseos matutinos por el bosque, pero en aquella ocasión se daban dos hechos inquietantes: el primero, que había abandonado la casa mucho más temprano de lo habitual, y el segundo, que todos sus zapatos estaban en la vivienda (sólo faltaban sus zapatillas). La hija se puso nerviosa y comenzó a rebuscar entre el calzado de su padre: «Mamá, los zapatos de papá están aquí, y estos otros también». Después de llevar a su hija a la escuela, Galina Demiánovna vino corriendo a nuestra casa. Mi madre resultó ser la primera en ir a mirar en el desván (los Spitsin vivían en una casa de madera de un solo piso). Vio a Iván Yakóvlevich ahí colgado (después de aquello, mi madre sufrió de los nervios y hasta se sometió a un tratamiento psiquiátrico). La versión oficial del suicidio fue la siguiente: locura transitoria. Yakóvlevich dejó tras de sí una nota «trivial»: «Ruego que no se acuse a nadie de mi muerte».

Los años pasaron y mis padres me contaron la verdad. Lo que había ocurrido era que «las nubes habían comenzado a cernirse» sobre Iván Yakóvlevich en aquellos tiempos. La gota que colmó el vaso fue la comunicación oficial según la cual se le informaba de que no debía tomar parte en la manifestación del primero de mayo (no era digno de ello). Obviamente había alguna otra cosa, pero desconozco de qué se trataba. Hoy ya no tengo nadie a quien preguntar (mis padres murieron hace diez años). Para salvar a su mujer y a su hija, Iván Yakóvlevich se quitó la vida. Y verdaderamente las salvó: nadie las «tocó» nunca. Claro que, al haber perdido al sostén de la familia, cayeron en una terrible pobreza (tal vez no hubieran sobrevivido de no ser por la ayuda de sus parientes y amigos). El mayor «pecado» de Iván Yakóvlevich fue su estrecha relación (¡casi una amistad!) con Nikolái Ivánovich Bujarin.

Querida Anna Mijáilovna, ¿le dice algo el nombre de Iván Yakóvlevich Spitsin? Seguramente no. Y es que la relación de Nikolái Ivánovich con Spitsin data, según parece, de los años veinte, cuando usted era una niña…

Por favor, le ruego que responda a mi pregunta. Me interesa mucho este «detalle» de la vida de un amigo de mis padres. Pero contésteme sólo en el caso de que sepa algo sobre Iván Yakovlevich: después de todo, comprendo cuántas cartas de lectores debe de estar recibiendo (y seguirán llegando), y que no puede contestarlas todas.

OLGA ALEKSANDROVNA GRACHOVA

Auxiliar de biblioteca, Biblioteca Lenin

Miembro del partido desde 1966

Moscú

2

6 de octubre de 1988

Querida Anna Mijáilovna:

Gracias por sus memorias Lo que no puedo olvidar, publicadas en el número 10 de la revista Znamya. Tengo cincuenta y ocho años de edad y soy un muzhik de Viatka de naturaleza poco sentimental. Pero le diré sin rodeos que lloré al leer las páginas sobre el «camino al calvario» de Anna Mijáilovna. ¿Por qué, por qué «pecados»? Aquellos oprichniks, malditos sean tres veces, aquella escoria inhumana se burló y asesinó a las mejores y más nobles personas de nuestro país. Usted pasó por el horror de las cárceles y los campos pero lo soportó sin derrumbarse, y ahora ha desvelado la verdad a la gente sobre usted misma y sobre Nikolái Ivánovich Bujarin, devolviéndole así a la vida.

He recordado aquellos años terribles en que la gente temía pronunciar en voz alta el nombre de Nikolái Ivánovich Bujarin. Sólo se podía hablar de él en términos condenatorios. Pero no todo el mundo se creía las mentiras monstruosas que se decían sobre él. Yo, por ejemplo, tuve la certeza después del XX Congreso del partido de que, tarde o temprano, la verdad triunfaría. Y así ha sido. Nunca pude creer que el amigo y compañero de armas de Lenin pudiera ser un enemigo. Vaya palabra: «enemigo». Fue pronunciada en primer lugar por aquel que le mató, el más execrable verdugo y la mayor abominación con aspecto humano. Hay que reconocer que no se puede comparar a Stalin con ningún otro tirano. Jamás existió otro igual antes que él. Todos los atilas, nerones y sullas fueron también inhumanos, pero su traición y su crueldad, comparadas con las de Stalin, son como un pequeño ratón frente a un cocodrilo devorador de hombres.

No debemos dejar de escribir sobre aquellos años terribles. Cuantas más memorias haya, mejor. Ellas son la garantía para que nunca vuelva a ocurrir nada semejante.

Gracias también por hablar en Lo que no puedo olvidar no sólo de los monstruos, sino también de las familias de los perseguidos. Gracias por la madre de Tujachevski. Sí, surgirá el poeta que escriba sobre aquella madre. Pero también escribirán sobre Anna Mijáilovna. Sobre su valentía, su ánimo, su entereza y sobre el poder de la lealtad de una esposa. ¿Acaso sus actos pueden compararse realmente con otros como, por ejemplo, los de las esposas de los decembristas? ¡Son cien veces más grandes! ¡Esta es la clase de mujer que tenemos en nuestra Rusia!

Espero, Anna Mijáilovna, que [en las próximas entregas] escriba todo lo que recuerda y todos los detalles sobre usted misma y especialmente sobre Nikolái Ivánovich. Nadie podría hacerlo mejor que usted. Dios le dé la salud y los años necesarios para realizar este trabajo, que tanto necesita el pueblo. Que tenga buena salud, o como decimos por Viatka, que tenga la salud de un jabalí, para que pueda soportar cualquier adversidad y cualquier daño.

Me inclino ante una verdadera mujer rusa y le diré a todo el mundo, a todos los que hay aquí, que lean Lo que no puedo olvidar. Estoy seguro de que nuestro Estado cuidará de Anna Mijáilovna, de que la rodeará de la más sincera atención. El nombre de Nikolái Ivánovich Bujarin siempre estará próximo al de Lenin. Y viviremos para ver el día en que el fiel amigo de Lenin tenga un monumento en Moscú.

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