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Ray Bradbury - Las maquinarias de la alegría

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Ray Bradbury Las maquinarias de la alegría

Las maquinarias de la alegría: resumen, descripción y anotación

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Una gran colección de relatos al mejor estilo Bradbury, donde los cohetes espaciales, los artilugios técnicos o los escenarios fantásticos ofrecen un marco distinto desde el que reflexionar sobre los eternos problemas humanos.

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No habla Blake en alguna parte dijo el padre Vittorini de las Maquinarias - photo 1

—¿No habla Blake en alguna parte —dijo el padre Vittorini— de las Maquinarias de la Alegría? Es decir, ¿no promueve Dios los ambientes y luego intimida las naturalezas dando vida a la carne, llevando, a hombres y mujeres de aquí para allá, como nos ocurre a todos? Y así felizmente lanzados hacia adelante, dotados de gracia e ingenio, en calmos mediodías, en climas serenos, ¿no somos las Maquinarias de la Alegría de Dios?

—Si Blake dijo eso —comentó el padre Brian—, nunca vivió en Dublín.

Título original: The Machineries of Joy

© Ray Bradbury, 1949,1952, 1953, 1957, 1960, 1962, 1963, 1964

Traducción: Aurora Bernárdez

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Una gran colección de relatos al mejor estilo Bradbury, donde los cohetes espaciales, los artilugios técnicos o los escenarios fantásticos ofrecen un marco distinto desde el que reflexionar sobre los eternos problemas humanos.

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Ray Bradbury

Las maquinarias de la alegría

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GONZALEZ22.03.13

Para Ramona,

que lloró cuando supo

que el sabueso de los

Baskervilles estaba muerto…

Para Susan,

que respondió con un gruñido

a las mismas noticias…

Para Bettina,

que se rió…

y para Alexandra

que les dijo a todos

que se salieran del camino…

Este libro, queridas hijas,

con cuatro diferentes clases

de amor, para vosotras

Las maquinarias de la alegría

E L PADRE B RIAN se entretuvo un rato antes de bajar a tomar el desayuno, pues pensó que había oído al padre Vittorini allá abajo, riendo. Vittorini, como de costumbre, desayunaba solo. ¿Con quien se reía entonces, o de qué?

De nosotros, pensó el padre Brian, de eso se ríe.

Escuchó otra vez.

Del otro lado del pasillo el padre Kelly estaba también encerrado, o meditando quizá, en su propia habitación.

Nunca dejaban que Vittorini terminara de desayunar, no; siempre se las arreglaban para llegar abajo cuando Vittorini masticaba ya el último trozo de tostada. De otro modo no hubiesen podido cargar con la culpa a lo largo del día.

De cualquier manera era risa, ¿no?, lo que se oía allá abajo. El padre Vittorini había descubierto algo en el Times de la mañana. O, peor, se había pasado la mitad de la noche en compañía de ese espectro profano, el aparato de televisión que estaba en la entrada como un huésped indeseable, un pie en la extravagancia, el otro en la calma ecuatorial. Y, la mente blanqueada por la bestia electrónica, Vittorini planeaba ahora alguna brillante y nueva diablura; los engranajes le daban vueltas en la mente silenciosa, sentado a la mesa, y ayunando deliberadamente, esperando atraer a los curiosos con el sonido del buen humor italiano.

—Ah, Dios.

El padre Brian suspiró y pasó el dedo por el sobre que había preparado la noche anterior. Lo había guardado en la chaqueta como una medida protectora, pues quizá se decidía a dárselo al pastor Sheldon.

¿Lo detectaría el padre Vittorini a través de la ropa con esa visión suya de rápidos y oscuros rayos X?

El padre Brian se pasó firmemente la mano a lo largo de la solapa para borrar el más mínimo contorno de la carta. Allí le pedía a Sheldon que lo transfirieran a otra parroquia.

—Adelante.

Y murmurando una plegaria, el padre Brian fue escaleras abajo.

—Ah, padre Brian.

Vittorini alzó los ojos del tazón todavía colmado de cereales. La bestia ni siquiera había azucarado los copos de maíz.

El padre Brian se sintió como si hubiera adelantado un pie en el hueco de un ascensor.

Extendió en seguida una mano para no caer. Tocó la caja del aparato de televisión. El aparato estaba caliente. El padre Brian no pudo dejar de decir:

—¿Hubo sesión aquí, anoche?

—Estuve en vela con el aparato, sí.

—¡En vela es la expresión exacta! —gruñó el padre Brian—. ¿No se pasa uno la noche en vela con los enfermos o los muertos? Yo mismo me entretenía en otro tiempo con la tabla ouija. Era algo bastante más inteligente. —Brian apartó los ojos del idiota eléctrico y miró a Vittorini—. Y escuchó usted gritos lejanos y chillidos de monos desde… ¿cómo se llama? ¿Cañaveral?

—Cerraron la transmisión a las tres de la mañana.

—Y aquí está usted ahora, fresco como una margarita. —El padre Brian se adelantó meneando la cabeza—. Lo cierto no es siempre hermoso.

Vittorini derramó vigorosamente la botella de leche sobre los copos.

—Pero usted, padre Brian, parece que se hubiese paseado toda la noche por el infierno.

Afortunadamente, en este momento entró el padre Kelly. Se quedó helado cuando vio también que los fortificantes del padre Vittorini estaban casi intactos. Murmuró un saludo, se sentó, y le echó una ojeada al perturbado padre Brian.

—Es cierto, William, parece usted un poco ausente. ¿Insomnio?

—Algo.

El padre Kelly miró a los dos hombres, ladeando la cabeza.

—¿Qué pasa aquí? ¿Ocurrió algo mientras yo estaba afuera, anoche?

—Tuvimos una pequeña discusión —dijo el padre Brian, jugueteando con los copos secos de maíz.

—¡Pequeña discusión! —dijo el padre Vittorini. Tenía ganas de reírse, pero se contuvo y comentó simplemente—: El papa italiano preocupa al sacerdote irlandés.

—Por favor, padre Vittorini —dijo Kelly.

—Permítale que siga —dijo el padre Brian.

—Gracias por el permiso —dijo Vittorini, muy cortés, y asintiendo amablemente con un movimiento de cabeza—. El papa es un motivo constante de reverente irritación para algunos o quizá para todos los clérigos irlandeses. ¿Por qué no un papa llamado Nolan? ¿Por qué un sombrero rojo y no verde? ¿Por qué no mudar la catedral de San Pedro a Cork o Dublín, y que venga el siglo veinticinco?

—Espero que nadie haya dicho eso —observó el padre Kelly.

—Soy un hombre malhumorado —dijo el padre Brian—. Y saqué esa conclusión en medio de mi enojo.

—¿Enojo? ¿Por qué? ¿Y cómo sacó esa conclusión?

—¿Escuchó lo que dijo acerca del siglo veinticinco? —preguntó el padre Brian—. Bueno, es el tiempo en que Flash Gordon y Buck Rogers entran volando por las claraboyas del baptisterio y su seguro servidor escapa como puede.

El padre Kelly suspiró.

—Ah Dios, ¿otra vez esa broma?

El padre Brian sintió que se le encendían las mejillas, pero se dominó mandando la sangre de vuelta a regiones más frescas del cuerpo.

—¿Broma? Mucho más. Durante todo un mes Cañaveral por aquí y trayectorias y astronautas por allá. Parece que fuera el cuatro de julio. Se pasa la mitad de la noche mirando los cohetes. Quiero decir, ¿qué clase de vida es esta, de la medianoche en adelante divirtiéndose en compañía de esa máquina Medusa que le congela a uno la inteligencia si la mira un rato? No puedo dormir pensando que toda la rectoría saldrá volando en cualquier minuto.

—Sí —dijo el padre Kelly—. ¿Pero qué es eso acerca del papa?

—No el último, el penúltimo —dijo Brian fatigado—. Muéstrele el recorte, padre Vittorini.

Vittorini titubeó.

—Muéstrelo —insistió Brian firmemente.

El padre Vittorini sacó un pequeño recorte y lo puso sobre la mesa.

Aun cabeza abajo, el padre Brian alcanzaba a leer la mala noticia: EL PAPA BENDICE EL ASALTO AL ESPACIO .

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