Mara Torres - La vida imaginaria
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- Libro:La vida imaginaria
- Autor:
- Editor:Planeta
- Genre:
- Año:2012
- Índice:5 / 5
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La vida imaginaria: resumen, descripción y anotación
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La vida imaginaria — leer online gratis el libro completo
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Esta novela fue Finalista del Premio Planeta 2012
A quienes forman parte de mi doble vida:
la real y la imaginaria
Se rompió la cadena que ataba el reloj a las horas.
Se paró el aguacero, ahora somos, flotando, dos gotas.
Agarrado un momento a la cola del viento me siento mejor.
Me olvidé de poner en el suelo los pies y me siento mejor.
Volar, volar.
Dulce introducción al caos, E XTREMODURO
SI_NO_ES_AHORA_CUÁNDO
LA VIDA
La vida es una mierda. Que yo no digo siempre, digo ahora. Que yo no digo que la vida sea una mierda desde que nací, yo digo estos días, estas semanas, estos meses. Estos en los que abro la ventana por las mañanas y me da igual si el pruno que hay enfrente está florido o se ha podrido. Estos meses que no tienen color, que ni siquiera son en blanco y negro, sino que son planos. Como las hojas del calendario, como las mañanas en el curro, como las tardes en las que me tiro en este sofá y miro atentamente la pared hasta que todo está emborronado y tengo que parpadear porque se me ha nublado la vista.
Yo nunca pienso si_no_es_ahora_cuándo / si_no_eres_tú_quién, como me dijiste tú aquel día. Nunca lo pienso. A mí lo que me gusta imaginar es que un día nos encontramos en una ciudad cualquiera, en una ciudad en la que no vivimos. Tendría que ser una ciudad del extranjero donde no existiera ni una sola posibilidad de encontrarte, donde no te esperara ni tú me esperaras a mí, aunque ya sé que esto último tendría más lógica porque hace bastante tiempo que tú no me esperas... ¡Joder! Ya estoy dramatizando. Paso de dramatizar. Estábamos en una ciudad donde encontrarnos.
Tendría que hacer frío. París valdría, por ejemplo. Sí, París estaría bien.
Hace frío, yo voy con gorro porque con el pelo corto se me enfrían las orejas. Llevo el gorro de punto que me ha hecho mi abuela para este invierno. Me sale un poco el pelo por la frente y, como ya me va creciendo, también se me escapa alrededor del cuello. Voy con vaqueros y unas botas altas que me llegan hasta las rodillas. Las botas son de cuero, esas que me compré cuando fui contigo a aquel concierto de Bilbao y yo llevaba sandalias y cuando dijeron en la radio que en el norte iba a llover, te hice dar la vuelta con el coche y volver al centro porque quería comprarme unas botas. Y como me parecieron tan chulas salí de la zapatería con ellas puestas haciendo el ridículo, porque aquí hacía un calor de aúpa y en Bilbao resulta que también. Veintidós grados. Y encima, como no tenía calcetines, me dejé puestas las bolsitas de plástico que te dan para calzártelas y se me achicharraron los pies. Pero no importa, ése no es el tema. Desde entonces han pasado seis meses y las botas ahora parecen viejas, aunque se ve que son buenas. Viejas pero buenas. En París no puedes llevar cualquier cosa. A París tienes que ir bien. Así que el día de nuestro encuentro yo tendría que llevar esas botas de cuero y el abrigo verde que me echaron los Reyes. Qué curioso, ahora que me he puesto el abrigo verde me veo con el pelo largo, y hace un momento me lo veía corto. Pero siempre con el gorro de mi abuela. Se ve que imaginar es gratis, o se ve que ha pasado el tiempo, o se ve que me estoy imaginando que nos encontramos en París dentro de muchos meses, quizá años.
—¡Hola!
—¡Coño! ¿Qué haces tú aquí?... ¡Hola! —Me das un abrazo.
No, no, espera, no puede ser tan sencillo, no puede ser que nos encontremos de golpe en una ciudad inesperada y sólo se me ocurra decir «¡Hola!». No, no, no. Además, tú nunca dirías «¡Coño!», ese taco no lo usas. Voy a centrarme. Primero voy a situarme. En realidad, me gustaría mucho más que nos encontráramos en Nueva York. Sí, ¿por qué no? Nueva York es mucho mejor y, además, hemos estado allí juntos. Sería mucho más de puta madre la historia si nos encontrásemos en una ciudad en la que hemos estado juntos, porque quizá los dos pensaríamos que encontrarnos allí no es precisamente una casualidad .
Todo lo que he escrito antes vale también para Nueva York, aunque en Nueva York también llevaría unas gafas de sol porque allí todo el mundo va con gafas aunque no haga sol. Así que hemos quedado en que iría con el pelo largo, gorro y gafas de sol. Continúo.
No pienso en cómo irías tú vestido. Se ve que me da igual.
En Nueva York podríamos coincidir en los alrededores de Central Park. Es domingo, yo estoy allí por algo profesional, igual que tú, pero como es nuestro día libre no tenemos nada que hacer. Ahora tengo que buscar bien mi excusa de trabajo, porque es fácil que tú estés allí con algún proyecto del estudio de arquitectura, pero ¿yo? ¿Qué diablos hago yo en Nueva York? Bueno, no importa, ya lo pensaré. Ahora voy a centrarme en el encuentro.
Entro en un deli a comprar un café y algo de desayunar y, cuando estoy saliendo con la bolsa de papel marrón, nos encontramos:
—¡Anda! Pero bueno... Pero ¿qué haces tú aquí?
Nos damos un beso y un abrazo. El abrazo es largo. Estamos un ratito así, abrazándonos con los cuerpos muy juntos, tú tan delgado y yo tan pequeña, tú abarcándome con los brazos por la espalda y escondiendo la cara en mi cuello. Yo te huelo. Hueles como siempre. Hueles como siempre. Hueles como siempre. Basta.
—La persona que menos esperaría encontrar —me dices.
—¡Joder, y yo!
—¿Qué haces aquí?
—He venido porque tenía que dar una conferencia en un congreso de filólogos que organizaba el Cervantes. Llevo en la ciudad una semana, pero ya hemos terminado.
—¡Qué casualidad! —dices pensando que no es precisamente una casualidad —. Yo he venido porque tenía un proyecto para un cliente y, al final, entre unas cosas y otras, nos han dado las mil todos los días. Ha sido una auténtica locura, porque estos neoyorquinos están muy locos, Nata... Menos mal que nosotros también hemos terminado. Oye, ¿cuándo sale tu avión?
—Mañana por la mañana, ¿y el tuyo?
—También mañana. Y... —Sacas un cigarro, te lo enciendes, echas el humo, sonríes y me preguntas—: ¿Has quedado con alguien o nos tomamos juntos un café?
Se nota claramente que estoy imaginando, porque yo nunca iría a una conferencia de filólogos en Nueva York, tendrían que cambiar mucho las cosas en mi vida, la verdad. Para empezar, tendría que ser filóloga y no publicista. Y tendría que dar conferencias por el mundo y no currar en una agencia de Madrid. Y, además, tú nunca serías el que dirías que si me tomo un café contigo; incluso creo que, si esto ocurriera de verdad, tú harías como que no me habías visto, y si fuera inevitable, si por ejemplo nos chocáramos de frente, te inventarías cualquier excusa para no quedarte conmigo, por lo menos ahora que no eres capaz de contestar a una sola llamada y que no se te ha ocurrido marcar mi número ni siquiera una vez para preguntarme cómo estoy. Pero bueno, joder, la imaginación es libre, puedo pensar lo que quiera, como si quiero pensar que en ese preciso momento sueltas la bolsa de papel llena de cruasanes, te pones de rodillas, me dices que soy el amor de tu vida y somos felices y comemos perdices. Si quisiera podría imaginarlo, pero, ¡joder!, vamos a ser un poco realistas: nos hemos encontrado en Nueva York y nos hemos ido los dos con el desayuno a sentarnos en el césped de Central Park.
Resulta que tengo un cumpleaños y no puedo seguir, se me ha echado la hora encima. Así que cierro el ordenador por hoy, voy a pegarme una ducha y a vestirme y me voy a ir. Y mañana si me apetece sigo con la historia y si no, no sigo. Adiós.
REINSERCIÓN SOCIAL
Nada más llegar me he dado cuenta de que, aunque intente disimularlo, llevo escrita en la frente la palabra «Reinsertada». He sido la única que se ha presentado con tacones porque Rita y Carlota iban con sus plataformas y sus zapatillas de deporte. Me han dicho que ya no es como antes (antes de ti, he querido entender) y que ahora, cuanto más tirada vayas, mejor vas. Les he dicho que podrían haberme avisado y así no me habría tirado toda la tarde pensando qué me ponía, y me han dicho que sí, que podrían haberme avisado, pero que bueno, que no pasa nada. Les he dicho que sí, que no pasa nada, que sólo se me nota a la legua que estoy fuera de lugar.
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