«Soy una auténtica fósfora de su espacio», aseguró tan tranquila una oyente cuando quería decir forofa. Así pues, fósforo es la persona que se confiesa seguidor de un espacio concreto, a una hora concreta, y que toma su nombre de este afortunado desliz lingüístico.
«Aquí tienen ustedes, queridos amigos, la expresión llana, sencilla y brillante, surrealista y conmovedora de un buen puñado de oyentes representativos de los muchos que han conformado ese conglomerado fascinante llamado La fosforera».
Con estas palabras asistimos a la mejor invitación de Carlos Herrera: reírnos sin parar, gracias a la mejor selección de opiniones, despistes, anécdotas y recuerdos de muchos de los fósforos que participan en una hora desde todos los puntos cardinales, y que con las más dispares edades y tendencias despliegan un talento escénico prácticamente único.
-El guardés de una finca le puso de nombre a su cuarto hijo Susdoy. ¿Por qué? Porque señores… «Jesús, José, y María, Susdoy el corazón y el alma mía».
-Un turista alemán estaba comiendo en un restaurante de la costa balear. Al levantarse, se le quedó un testículo atrapado en la silla de anea. Su mujer empezó a darle vueltas a la silla para sacarlo. Pero cada vez estaba más hinchado… y menos aliviado. Al final, imagínense cómo pudo acabar la cosa.
-Roberto, que se tragó la pastilla de jabón en el vuelo Moscú-Madrid… Llegó a Barajas echando espuma por la boca como la niña de El exorcista.
Los mejores momentos del programa relatados con gracia y un estilo directo, conciso y brillante.
Carlos Herrera
La hora de los fósforos
Las intervenciones más divertidas y escuchadas de la radio
ePub r1.0
kraken61 21.07.14
Título original: La hora de los fósforos
Carlos Herrera, 2002
Editor digital: kraken61
ePub base r1.1
CARLOS HERRERA (Cuevas del Almanzora, Almería, 1956). Andaluz de 45 años, Carlos Herrera estudió la carrera de Medicina antes de pasar a dedicarse en plenitud a una sorprendente labor en los medios de comunicación. Está casado con Mariló Montero y tiene dos hijos.
Su arrolladora y brillante actividad radiofónica, televisiva, periodística y literaria la tiene repartida entre Barcelona, Madrid y Sevilla, ciudad donde reside un cuarto de siglo; ha recibido la Medalla de Andalucía, y ha pronunciado el último Pregón de su Semana Santa, de Sevilla, hermosísimo, irrepetible, que alguien ha calificado de El Inmortal.
Dueño del gracejo en la palabra y de su difícil sentido de la improvisación, basados en una sólida cultura, su trayectoria profesional viene siendo una sucesión constante de éxitos que le han hecho acreedor, entre otros numerosos galardones, a tres premios Ondas, a dos Antenas de Oro, al premio Víctor de la Serna, al premio Nacional de Periodismo Pedro Antonio de Alarcón, al premio del Club Internacional de Prensa, y a un largo etcétera que sobrelleva con la mayor de las naturalidades y sin ánimo ninguno de molestar.
Es autor de La cocina de Carlos Herrera y Catálogo de pequeños placeres.
Prólogo
Aquí tienen ustedes, queridos amigos, la expresión llana, sencilla, brillante, surrealista y conmovedora de un buen puñado de oyentes representativos de los muchos que han conformado ese conglomerado fascinante llamado La Fosforera. ¿Qué es un «fósforo»?: alguien que se confiesa seguidor de un determinado tipo de radio —la que hacemos en Onda Cero por las tardes— y que toma su nombre del afortunado desliz lingüístico en el que incurrió una deliciosa oyente de un programa que realizaba en Radio Nacional de España cuando intentaba decir que era una auténtica forofa del espacio.
Aquello de «fósforo» prendió en la audiencia y pasó a ser un término de consumo generalizado con el que identificarse aquel que nos escuchaba a diario. El término viajó con quien esto suscribe y es utilizado hoy como muestra de identificación por muchos oyentes de radio en España. Con sólo decir «Soy fósforo» ya sé que me he encontrado con un auténtico oyente de mi programa y que quien me está hablando no está soltando un cumplido del tipo «Lo escucho todos los días». No, quien de verdad me escucha utiliza siempre la palabrita en cuestión.
La hora de los «fósforos» no es ningún invento personal ni una aportación inaudita a la radio mundial. Es algo que se ha hecho siempre. El locutor —a mí me sigue gustando esa palabra en desuso— sugiere un tema de conversación y la audiencia participa a través del teléfono. No puede ser más sencillo. Todo consiste en que la realización de esa hora resulte extraordinariamente dinámica y que se instale en la conciencia del oyente la necesidad de ser breve, conciso, directo y, a poder ser, brillante. No existe casting alguno ni preparación previa: muchos días decidimos el tema del día minutos antes de comenzar la hora y tan sólo una persona atiende al teléfono en cuestión. Tal como llaman, son saludados.
La lectura de estas páginas le devolverá la sensación que experimentara en su día si pudo escuchar cada llamada. En caso contrario, podrá conocer alguna de ellas en el disco adjunto. Observarán que tan sólo hemos seleccionado aquellas que corresponden a los días en los que abordamos temas jocosos o curiosos. No siempre invitaron a la carcajada o a la sonrisa: en muchas ocasiones hemos hablado de asuntos dramáticos, trágicos o socialmente espinosos. Creemos que la intensidad emocional de aquellos momentos merece el respeto de archivarlos en la memoria.
Todos los que confeccionamos esta hora nos seguimos sorprendiendo a diario de la capacidad de síntesis y de la muchísima gracia de nuestra audiencia: gente de todos los puntos cardinales, edades, estratos y tendencias despliegan un talento escénico prácticamente único. Nosotros, Naranjo, Luciíta, Rafasimancas, Lorenzo y yo nos dedicamos a una de las cosas más difíciles de la radio de hoy en día: callarse. Efectivamente, un desmedido afán protagonista de muchos habladores ante el micrófono estropea la fuerza soberbia de los testimonios que consiguen: en la radio —me enseñó un viejo y querido maestro— hay que saber callarse y tan sólo intervenir cuando sea absolutamente imprescindible. Sólo hay algo que no podemos hacer: evitar las carcajadas.
Confío en que disfruten sin límite de la inventiva de nuestros oyentes. Verán que cada ocurrencia esconde un talento desmedido.
La familia unida…
En la siguiente visita vivirán las más cómicas y desternillantes situaciones que acontecen dentro del núcleo familiar: antojos, la selección de nombre del niño, la niña que se echa novio por primera vez, los hijos gorrones que no se van de casa de sus padres o, viceversa, padres que no se van de casa de sus hijos. Incluso conocerán a los más mimados animales de compañía. La anécdota, sin ir más lejos, de la madre primeriza llegó a convertirse en un chiste popular, y no olvidamos al pobre Alejandro que, desde el nacimiento de su niño —ahora tiene veinte años—, nunca volvió a dormir. El caso es que no sabemos si es peor ver cómo tu mujer se tira del coche a la carretera para comer alquitrán en un ataque de antojo prenatal o imaginar a ese pobre padre inexperto que limpió el culito de su bebé con la escobilla del váter. En fin, siéntense y empápense del espíritu de los fósforos.