Prólogo
Según la tercera acepción del Diccionario de la RAE, en su artículo enmendado para la vigesimotercera edición, Prólogo significa: «Primera parte de una obra, en la que se refieren hechos anteriores a los recogidos en ella o reflexiones relacionadas con su tema central». Las demás acepciones, que cualquiera puede consultar, son más generales y menos precisas. Voy a exponer entonces algunos hechos anteriores a los recogidos en esta obra, junto con algunas reflexiones relacionadas con su tema central: «los errores del orador», que son a considerar cuando se plantea la comunicación como problema que merece ser resuelto.
Asumiendo pues la tarea de contextualizar los capítulos que siguen, refiriendo hechos anteriores a los recogidos en este libro, o reflexiones relacionadas con su tema central, diré que en el caso que nos ocupa se trata de un discurso que gira en torno a la «Comunicación» como problema. Y este problema merece ser resuelto si se aspira a conseguir un objetivo sirviéndose de la oralidad y de todo lo que la acompaña. De ahí el título Hablar bien en público es posible, si sabes cómo. Impacta, enamora y marca la diferencia con tu oratoria. Esta obra, enfocada desde los errores más comunes de la oratoria, pretende dar consciencia al lector de su existencia para que se puedan evitar, consiguiendo así mejorar la calidad de su comunicación y entregarle herramientas que le permitan realizar mensajes más persuasivos e impactantes ante una audiencia.
La interacción comunicativa, si se ha iniciado, comprende también el silencio, las retiradas, e incluso el propio abandono se halla preñado de significación escénica... Y todos podemos rememorar experiencias que así lo prueban. Y hay frases célebres que se refieren a ello, como esta: «El hombre sabio, incluso cuando calla, dice más que el necio cuando habla», atribuida a Thomas Fuller. O esta otra: «El hombre es esclavo de sus palabras y dueño de su silencio».
Realmente la oralidad fue la experiencia por donde el homo habilis inició el trabajo cooperativo con sus congéneres, asociando el acompañamiento de sonidos vocálicos con movimientos organizados coralmente para aumentar la fuerza de trabajo en grupo. Aquella oralidad primitiva brinda las primeras ocasiones de recordar y de anticipar acciones (voces, gritos, etc.) asociables a otras acciones que, gracias a ellas, pueden ejecutarse al unísono o no, pueden ser esperadas o no, pueden ser demandadas o no, y así comienzan también todos los niños a ejercitar sus primeras experiencias de reclamo y de aprendizaje de la interacción con los demás: probando y consiguiendo éxitos y fracasos mediante una oralidad muy primitiva, reducida a voces y gritos bastante desarticulados antes de progresar imitando los comportamientos orales más frecuentes de su entorno. Así, mucho más tarde, 40.000 años para nuestra especie (filogénesis) y 40.000 horas (algo más de tres años) en nuestra historia individual (ontogénesis), la oralidad se llega a practicar de manera más evolucionada, y sin que necesariamente se tengan que ejecutar aquellas acciones inicialmente vinculadas a los sonidos vocálicos, porque la oralidad procede convencionalmente según reglas propias, las reglas del habla, que es cuando las interacciones susceptibles de acompañarse componen secuencias que han adquirido un orden que el habla, también, ya ha ritualizado. Es decir, las interacciones que se han instaurado por la práctica del habla, tras un proceso largo de aprendizaje, se convierten en una costumbre que, de ponerse en obra, asegura ciertos efectos imposibles de obtener sin una expresión oral capaz de activarlos. Éste es el siguiente escalón evolutivo de la oralidad: el rito, y se llama así porque encierra la creencia de que basta decir una determinada fórmula oral, para conseguir que determinados efectos se produzcan. Por ejemplo, en todos los pueblos primitivos, la bendición (que deriva de «bien decir») y la maldición (que deriva de «mal decir») acarrean efectos atribuidos a la oralidad practicada por quien ostenta la autoridad: el chamán, o el sacerdote, el señor, el amo... Y con el rito se da paso al mito, que es la creencia colectiva donde se confunden y compiten decurso (acontecer) y discurso (relatos). La historia oral desarrolla después de tal manera los relatos del acontecer colectivo, que por ellos se aprende a concebir el futuro como continuidad del pasado, atribuyéndole así un sentido al presente donde el orden fijado por el habla, y por «las hablas» a las que cada cual se esclaviza, funda justamente la prescripción de actuaciones destinadas a evitar errores y conseguir los éxitos deseados...
Pues bien, entre los errores a evitar y éxitos a conseguir, Agustín Rosa le presta atención en este libro a los errores que más nos esclavizan, que son los de nuestras propias palabras, los de nuestra oralidad mal practicada. Frente al riesgo de dejarse llevar por ellos, es mejor callarse, pero Agustín Rosa, fundador del Club Internacional de Oratoria (CIO) a quien he tenido como alumno en el curso de «Comunicación de crisis y cambio social» del Postgrado en Comunicación Social en la Universidad Complutense de Madrid, y que actualmente prepara su Tesis Doctoral haciendo una investigación sobre el miedo escénico, le brinda al lector en este libro un rico repertorio de instrucciones y experiencias sobre los éxitos que se pueden garantizar sabiendo cómo practicar una oralidad disfrutando con las palabras sin ser sus esclavos, y haciendo de los silencios, remansos de la empatía en el curso de la comunicación...
Con las redes sociales y las conexiones virtuales a través del ciberespacio, hemos hecho del encuentro un no-lugar, pues las relaciones sociales sostenidas por contactos personales virtuales, por encuentros no-presenciales, nos evitan ser vulnerables por la proximidad, a la cercanía física que nos inmola a nuestro pesar ante el juicio del otro, y donde nunca desaparece la incertidumbre del atractivo o del rechazo. Pues en los encuentros virtuales elegimos las imágenes de nosotros mismos (podemos trucarlas con Photoshop...), seleccionamos a los amigos, nos blindamos ante la incertidumbre y permanecemos en la guarida de la intimidad, de la privacidad, lejos de la desapacible intemperie del escampado público... De ahí el miedo escénico cada vez mayor que estudia Agustín Rosa. Porque frente a los medios y redes sociales que hoy día nos brindan la oportunidad de «estar en el mundo» sin inmolarse, blindados e invulnerables, el ágora nos atemoriza, la oralidad nos descubre. Pero gracias a la experiencia y los recursos que en este libro nos brinda Agustín Rosa, el ágora se torna en lugar de placer, en un espacio de juego y de empatía, y es como la oralidad, entonces, puesta en escena dentro de un espacio físico y real, se convierte en ejercicio de la libertad.
Enhorabuena, pues, al lector que puede tener ante sus ojos este libro.
J OSÉ L UIS P IÑUEL R AIGADA
Catedrático de Teoría de la Comunicación
Universidad Complutense de Madrid
Míster Oratoria
Los aplausos resonaban en todo el edificio. Se escuchaban las voces de miles de personas al unísono gritando: «Ese Tony cómo mola, se merece una ola, ueeeeehh». Era impresionante la energía que desprendía esa sala y lo mejor de todo era la cara de felicidad de la gente al salir del auditorio. Por los pasillos, en la cafetería, en la cola del baño, en cualquier rincón del edificio, todos hablaban del ponente. Era algo que nunca había visto antes. Ese hombre tenía algo que cautivaba a los asistentes y que dejaba a todos con ganas de más.