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Alcantara Menendez Rosa - La Señora Pinkerton Y Sus Demonios

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Alcantara Menendez Rosa La Señora Pinkerton Y Sus Demonios

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La señora Pinkerton

y sus demonios

Rosa Alcántara Menéndez


Copyright © Rosa Alcántara Menéndez 2017

ASIN: B073Z4R4ZY

Diseño Portada © R.A.M.2017

https://www.rosamenendez.com

https://www.facebook.com/RosaMenendz/

@RAlcantaraM


Los personajes, sentimientos y todas las situaciones de esta novela son ficticios, son producto de la rigurosa locura de mi imaginación y las experiencias que me ha proporcionado la vida, la literatura y todos los documentos que han servido para que esta historia sea creíble. Cualquier semejanza con la realidad no sería posible, siempre me quedaría corta.


No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación de un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del titular del copyright.


Índice

A María y Elena
Prólogo

« La libertad existe tan solo en la tierra de los sueños »

Friedrich von Schiller

L LEGÓ, VIO Y VENCIÓ , dijo Julio César. En mi caso, es más apropiado: llegué, callé y huí. Ni siquiera me he molestado en mirarlo a la cara, no quería que el rencor se me clavara en las retinas para los restos. En la puerta del juzgado, beso cariñosa en las mejillas a mi abogado. Tal es mi entusiasmo que me resulta imposible en este momento recordar cuánto me ha costado llegar hasta aquí. Estoy pletórica.

Cuando uno es consciente de estar malgastando su vida al lado de una persona que solo le aporta negatividad, esta decisión puedo considerarla como un paso adelante hacia el bienestar emocional que persigo. Esto es, sentirme a gusto conmigo misma. No voy a arrepentirme por haberme quitado una molesta piedra del zapato, al contrario, ahora podré andar más ligera. Haré lo que me plazca, pero sola. Aquí y ahora me prometo olvidar a los hombres durante una larga temporada, no me han traído más que problemas. Para dos satisfacciones que me han dado, no soy capaz de enumerar los disgustos; me irá mejor renegando de ellos.

« La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un sirviente fiel. Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y ha olvidado el regalo »

Albert Einstein

— ¡ C YNTHIA! —GRITA Pierre—. ¡A mi despacho! ¡Ahora!

Aparto la vista de la pantalla del ordenador y la enfoco en mi jefe, Pierre LeBlanc. Es un hombre atractivo pese a su edad, que no confiesa, aunque yo la conozco porque si noto que alguien intenta ocultarla me intriga y no paro hasta averiguarla; soy así de curiosa. Pues como iba diciendo, el señor LeBlanc tiene un buen punto para sus sesenta añitos. Es alto, con un cuerpo bien cuidado al estar obsesionado por la imagen; de cabello espeso y plateado, sería el colmo de la ridiculez si lo llevara teñido, por ahí se salva; sus ojos azules son bonitos, claros pero intensos; y su rostro bronceado, donde apenas se ven arrugas, sugiere una genética bastante buena como para despertar admiración en muchas mujeres, que no en mí porque no me van los hombres tan maduros, prefiero a los de mi edad, unos espléndidos cuarenta y tres recién cumplidos, tanto que ayer mismo fue mi cumpleaños.

Me pongo en pie y avanzo hacia él sin apartar la mirada de sus ojos. Que está enfadado lo he sabido por el tono y el volumen de su voz, pero ahora, al tenerlo a pocos metros, soy consciente del nivel. Está hecho un basilisco, y no sé por qué. No quiero reparar en mis compañeros, disimulan aunque todos están pendientes de nosotros. Me fastidia, lo saben. Y aún me fastidia más que anden perdiendo el tiempo cuando siempre están quejándose de ir con la lengua fuera para acabar sus artículos en el plazo insignificante que suelen darnos en la revista.

—Dime, Pierre —hablo de buen talante, incluso fuerzo una sonrisa discreta.

—Entra y cierra la puerta.

De nuevo, sonrío. Hago lo que me pide y vuelvo a ignorar las miradas curiosas de mis compañeros. Cerrar nos ofrece algo de privacidad auditiva, que no visual porque el despacho es una pecera donde Pierre es una orca hambrienta y yo la foca indefensa. Bueno, prefiero compararme con un estiloso delfín, así me animo ante una bronca inminente.

—¿Quieres verme en la indigencia?

Al oírlo, aprieto la frente.

—No, ¿por qué? —pregunto moviéndome hasta su mesa. Pierre se ha sentado. Sigo con el buen talante y unos modales correctos. Me siento frente a él y, al verlo coger de malos modos el ejemplar de La Vie del mes pasado, me pongo en guardia—. ¿Qué te pasa?

—Voy a decírtelo sin rodeos, Cynthia, estás despedida.

—¿Qué? —exclamo al levantarme como si me hubiera impulsado un cohete—. ¿Cómo que estoy despedida?

—Estoy harto de bregar con alcaldes encabronados, con concejales de turismo o con jefes de prensa. Y estoy todavía más harto de ti. Vas a buscarme una ruina. ¿Por qué te has empeñado en hundir mi revista? ¿No puedes escribir tus artículos de viaje dejando entrever algún aspecto positivo? ¿No entiendes que los lectores son sugestionables y los predispones a no ir a esas ciudades?

—¿Quién se ha quejado esta vez? —pregunto con ironía—. ¿El alcalde de Bruselas?

—Da igual quien haya sido, Cynthia —responde, y se coloca unas gafas de vista con la montura azul eléctrico—. ¿Tú crees que esto es normal? —Pierre hojea la revista hasta detenerse en el artículo de la discordia, titulado: Cuervos y Paraguas. Empieza a leer en voz alta—. Bruselas, la ciudad europea considerada una joya, esconde sus brillantes tesoros para que los turistas no se extasíen y salgan zumbando de ella sin mirar atrás. La primera impresión mientras el avión tomaba tierra en el aeropuerto de Charleroi ya me dio varias pistas de la ciudad. Supongo que a todos os habrá pasado, es una impresión espontánea pero clave para saber a qué tipo de ciudad acabas de llegar. Desde ahora mismo tengo que advertir a los supersticiosos, la pista de aterrizaje estaba infestada de cuervos; peor presagio que ese: imposible. En el interior de la terminal, bastante pequeña e insulsa, también te desencantas. No se oye una mosca, ni siquiera a los niños, y más raro que eso: imposible. En esta ciudad pasa algo extraño. Pues sí, queridos lectores asiduos a viajar desde vuestro cómodo sillón, lo que ocurre en Bruselas, extendido a todo el país, aunque este mes solo escribiré sobre la capital, se llama “clima de mierda”. —Pierre me observa durante un instante—. ¿No podías haber descrito la lluvia de una forma más poética?

—Dudo que ningún turista, después de haber planificado sus vacaciones con ilusión, ahorrado o vete a saber qué, ante un aguacero detrás de otro, diga: “oh, el agua del cielo moja tristemente mis vacaciones, pero no importa… ¡Qué feliz soy!”. Si al político de turno le ha molestado, que emigre de país. En el suyo llueve a traición, y eso fastidia y mucho a los turistas.

—Muy bien, pues deja que lo descubran por sí mismos. Estamos en Londres, aquí llueve también casi a diario, imagina que alguien extranjero se dedicara a arremeter contra nuestro clima de esa forma.

—Pierre —empiezo a decir—, no creo que haya nadie en el planeta Tierra que no sepa que aquí llueve, y tenemos turistas en masa en cualquier época del año. ¿Por qué? Porque saben qué les espera, vienen preparados. Es más, se sorprenden cuando sale el sol. En cambio, Bruselas la conocen cuatro belgas y sus familias. Si eludo el clima estaría obviando un factor muy importante para decidir dónde va uno de vacaciones, teniendo en cuenta que no creo que mis artículos tengan tanto peso a la hora de que nadie elija un destino turístico. Cuando empecé a escribirlos la idea fue destacar tres o cuatro detalles curiosos sin profundizar, y es lo que hago —hablo en un tono suave, aunque Pierre me conoce y advierte un reproche solapado. Él me animó a ser más irónica en cuanto empezaron a llegar a la redacción mensajes de lectores entusiastas—. Siento mucho que estés enfadado, pero siento mucho más haberme quedado sin empleo por hacer bien mi trabajo.

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