Ángel García Expósito - La chica de la tarta (Spanish Edition)
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- Libro:La chica de la tarta (Spanish Edition)
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- Año:2013
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La chica de la tarta (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación
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La chica de la tarta
La chica de la tarta
Ángel García Expósito
A ti, que siempre creíste en mí.
A ti, que siempre supiste qué decir.
A ti, que siempre estuviste a mi lado.
Mi vida sin Adrián
Uno
Fruta de temporada. Así es el amor a veces. A veces, los hombres lo ven así. Consumir preferentemente antes de que haya implicación emocional. A veces, la vida nos trata como a una naranja de la huerta que debe ser consumida aquí y ahora porque es fresca y tiene vitaminas. Otras veces, el bolo alimenticio da un revés y acabas convertida en piña en almíbar.
Víctima (del lat.), persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio; que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra; persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita; persona que muere por culpa ajena o por accidente fortuito; hacerse alguien la víctima, quejarse excesivamente buscando la compasión de los demás. Me han acusado toda la vida de ser una víctima, pero, ¿cómo no sentirte desdichada si no tienes nada?
En casa somos siete: Mi padre, un señor mayor, regordete, con bigote, calvo, canoso, de horóscopo leo, maquinista de tren retirado y desapasionado para todo lo que no sea juzgar a todo el mundo; mi madre, una señora de su casa, castaña, pelo rizado, delgada y menuda, piscis, una estatua de sal, adicta a las novelas románticas.
Ella era, bueno, es, la mujer más enamorada que he conocido nunca, pero no de mi padre, sino de alguien al que conoce desde que era una niña. Está enamorada perdidamente de un hombre que se creó en su cabeza y al que nunca ha conocido, pero que la hace feliz. A veces la veo bailar con él a solas, y a veces discutir porque él no la escucha. Mi madre tiene que quejarse hasta con su amor imaginario. A veces, hasta la hace llorar. Ella también lleva toda su vida soportando que la llamen víctima.
Sus hijos somos tres chicas y dos chicos. La mayor, Susana, mujerona alta y gordita, pelo azabache rizado, y géminis incansable que se tiró a media comarca en los ochenta, se casó y tuvo cuatro hijos en los noventa y la década siguiente se la pasó comiendo como una cerda. Su marido se tiraba a la chacha y, aunque ella consentía la situación, nunca lo habría hecho de saber que éste la dejaría por Walda y ahora ésta era la que disfrutaba del apartamento en Fuengirola, la tarjeta del club social y el servicio doméstico. Walda fue más lista que mi hermana. Puso a limpiar a una vieja de tetas caídas y ésta, a diferencia de su antecesora, no sisa. Susana odia a todos los hombres y en la próxima década estallará si sigue comiendo a este ritmo.
El que le sigue es David. Delgado, alto, sonrisa de canalla, pelo castaño, escorpio. Mientras mi hermana Susana se pasaba por la piedra a todo el mundo, él consolaba a sus novios. Vamos, se los tiraba también. En casa fue un escándalo que saliera del armario porque mi padre no tenía planeado eso para él, y claro, él lo tenía planeado todo y no podía permitir otra cosa. David ha tenido demasiados novios. Los ha dejado a todos cazando moscas. A la quinta pareja formal a la que destrozó, decidí no encariñarme más con cuñados de quita y pon, es agotador. David nunca ha trabajado en serio. Siempre lo han mantenido sus novietes y sus trabajos como dependiente que le duran dos semanas. Si mi hermana Susana odia enfermizamente a los hombres, él no se queda atrás con las mujeres.
Mercedes es la tercera. Tauro. Rubia con mechas ceniza, vestida de Pedro del Hierro y Adolfo Domínguez, voz que no sale del cuerpo. Maestra de escuela. La niña mimada de papá. Se sacó magisterio en el neolítico y consiguió plaza en el jurásico, ayudada por un amigo de mi padre que participaba en el tribunal. Se casó en la edad de bronce con su novio de toda la vida, tuvo dos niñas rubias que son dos horrores y vive en un palacete quejándose de la vida que llevamos el resto. Debería haber sido juez. Es más intolerante que papá.
El más pequeño es Julio. Aries. Para los amigos, Julitros. Es un pajillero de veinte años que se ha enamorado mil y una veces. Vive continuamente cautivado por la belleza de cualquier mujer. Mi madre le compra condones y crema para los picores de huevos, todo de marca buena. Es su ojito derecho. No quería hacer nada productivo en la vida, pero ahí estaba mi padre para espabilarlo.
En casa vivimos Julio, David, mis padres y yo. Es una de esas típicas casitas con un pequeño jardincito detrás y con una verja con enredadera por delante. Tiene la puerta de la entrada pintada de verde intenso, las rejas en blanco y la fachada encalada. La puerta de dentro es de madera color caoba y está vestida por un arco con sendas macetas sobre los pronunciados capiteles de cada lado. El jardín está lleno de petunias, jazmines, flor de azahar, rosales y setos cortados en línea con la verja, todo ello mezclado con adoquines de colores para poder deleitarse de cerca con aquel espectáculo visual. Es importante que la gente vea que todo está perfecto en nuestro jardín. Sólo así quizás piensen que, de puertas para adentro, todo también está en su sitio.
La casa está en una buena zona del pueblo. Eso y el prestigio de mi padre, tras cuarenta años de profesión a los mandos de un tren, nos convierte en una familia distinguida dentro del ránking de popularidad de nuestros paisanos.
Falto yo por describirme, pero es que siempre he sido muy vergonzosa. Me llamo María, sagitario. Tengo veintidós años, soy licenciada en bellas artes, he terminado con mi novio y he vuelto al nido. Estoy desquiciada.
Dos
En Granada, todo eran risas. Miguel, virgo, veintisiete años. Técnico de sonido. Fumeta. Follaba como Dios. Nunca fui tan feliz como con él. Lo conocí hace dos años y medio, en un concierto de Lori Meyers. Él los cableaba en la Mae West o similar. Yo estaba allí porque Sergio, capricornio, regordete, bajito, rubio y con gafas, era muy fan y llevaba meses insistiendo en ir. No sé qué sería de mí sin él. Es mi alma gemela -maricón perdido-.
Total, Sergio se lo pasó como una perra en celo metiéndose mano con todos los talifans gayers de los Lori, y yo buscaba una esquina en el lugar para echarme un piti sin que se me echaran los de seguridad encima para sacarme fuera.
Ahí estaba él, bebiendo tintorro en una cuba de litro, apoyado en la pared y fumando marihuana. Menudo tío. Yo me apoyé tras una columna, para no ponerme colorada. Él la rodeó y me dijo:
— ¿Quieres?
— No fumo.
Siempre miento a desconocidos.
— Esta gusta a todo el mundo.
Aquella calada fue mi perdición. Me cogió de la mano y me acercó a un palco privado. Abrió la puerta:
— ¿Pasas?
Miguel nunca esperaba las respuestas. Tiró de mí y me metió dentro. Me emborrachó a posta. En verdad, me dejé emborrachar. Me habló de su trabajo, montando el sonido de las actuaciones desde los catorce años, para la empresa de su padre. Me habló de los grupos que le molaban, dónde quería pasar el verano… Me habló de gilipolleces para hacer hora y poder irse a la cama conmigo. Y yo lo sabía. Puso a su padre cara de hoy follo y me llevó en moto a su casa. Gran Vía de Colón, centro de Granada. Un ático con parqué, nevera no frost y la play.
Nos abrazamos. Aquella noche no hicimos el amor.
Mira, qué coño, aquella noche no paramos de follar. Hicimos todas las posturas que conseguían que yo notara lo grande que la tenía. El muy cabrón sabe cómo enganchar a una mujer. El muy cabrón sabe cómo hacer que todo parezca casual. A golpe de chill out me fue haciendo mujer como nunca nadie había sabido hacerlo.
Tampoco es que yo tuviera demasiada experiencia. Estuve con un chaval guapísimo cuando llegué a Granada. Yo salía con Sergio, me llevó a la Zoo y ligué con el único hetero de una disco de ambiente: el recogevasos. Nos hinchamos a reír y me acompañó a casa. Más bien me llevó a cuestas a casa, con mis tacones en sus manos. Perdí mi virginidad, pero ni me enteré. A la semana, había vuelto con su ex. Su ex novio.
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