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María C. García - Yo velaré tu sueño (2ª Parte)

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María C. García Yo velaré tu sueño (2ª Parte)

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YO VELARÉ TU SUEÑO (II)

María C. García

1ª Edición: Enero 2015

Texto © María C. García 2015

Todos los derechos reservados

La presente novela es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y sucesos descritos son producto de la imaginación del autor. Cualquier posible semejanza con la realidad es pura coincidencia.

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor.

Para Óscar. Siempre.

CAPÍTULO 1

Aquellos meses de verano fueron largos y tediosos. David se decidió a intentar olvidarse de Sara, algo que no se presentaba como una tarea fácil, pero por desgracia estaba convencido de que no tenía ninguna otra opción. Para conseguirlo, comenzó a pensar por primera vez en cómo quería encaminar su vida. Nunca había pensado en el futuro hasta entonces, y le costaba tomar decisiones dado que nunca hasta ese momento lo había hecho. Nunca se había parado a pensar en si quería estudiar, y mucho menos una carrera, aunque su hermano había sido muy insistente en que debía estudiarla. Según él, tenía potencial de sobra para ello, y debía elegir su camino al fin. Ya no era ningún niño y era hora de madurar. Aquello mantuvo su mente ocupada durante aquellas melancólicas tardes en que sólo quería volver a estar con Sara, volver a acariciarla y besarla, poder tocar su hermosa y suave piel. Revivía cada momento que había estado con ella, con ráfagas de imágenes que acudían a su mente sin que fuera capaz de controlarlo, desde cuando se conocieron hasta la fatídica noche en que todo se vino abajo. No paraba de pensar en qué hubiera ocurrido si aquella noche no hubiera bebido, si su hermano le hubiera impedido salir y hubieran podido hablar, si aquella chica cuyo nombre ya casi había olvidado no hubiera intentado besarle,... Todo era un sinfín de incógnitas que, lamentablemente, no llevaban a ninguna parte. Pero no era capaz de liberarse del pasado. Intentando apartarlo de su mente decidió hacer caso a su hermano, al fin y al cabo era mayor que él y, pensó que con seguridad sabía más de la vida. Además, él estaba haciendo una carrera y estaba encantado, y, aunque nunca se lo había planteado, más que nada porque no había estudiado demasiado en su vida, pensó que nunca le había costado demasiado sacar buenas notas en los exámenes, aunque a la vez era consciente de que la Universidad sería más dura. Pensó que estudiar una carrera en la que ayudase a los demás sería lo que más le llenaría, quizá salvando vidas, al igual que él sentía que su familia había salvado la suya. Incluso empezó a ir al psicólogo, algo a lo que siempre se había negado en rotundo, sólo porque ellos se lo habían pedido. Sabía que se merecían eso y mucho más después de todo lo que les había hecho pasar, así que no lo pensó demasiado antes de aceptar también aquel consejo, y, aunque le costara admitirlo, se sentía mejor desde que empezó a visitar a su nueva psicóloga. Aunque las pesadillas no habían terminado de irse, dormía mejor por las noches, y la angustia e inseguridad que siempre le habían acompañado, razón por la cual, según le había explicado, no era capaz de creerse que su familia adoptiva le quería, iba disminuyendo no sin esfuerzo. También le sirvió para comenzar a controlar sus ataques agresivos, que tenían su origen en una infancia poco común marcada por episodios violentos que, al parecer, llevaba toda su vida intentando bloquear, y al fin parecía que casi lo había conseguido, aunque seguían emergiendo de forma incontrolada en sus sueños. Por ese motivo costó mucho más de lo normal volver a recordarlos de forma consciente en las duras sesiones que había mantenido para ello con su psicóloga. Para esto fue también de gran ayuda el haber comenzado un nuevo deporte de contacto: el muay thai. Según le había explicado, practicar este tipo de boxeo thailandés le desahogaba, y unido al trabajo que hacía con ella, había conseguido que comenzara a tener una vida bastante tranquila, lejos ya de todas las turbaciones anteriores, hasta el punto de que casi no se reconocía a sí mismo.

La Universidad fue un capítulo aparte en su existencia. Al final decidió estudiar medicina, carrera que le atrajo desde un primer momento por su idea de ayudar a los demás, tal como deseaba, y con lo que disfrutaba mucho más de lo que en un principio podía haber imaginado. Se cortó un poco el pelo, aunque no demasiado, puesto que seguía llevándolo más largo que el resto de estudiantes masculinos de su edad, y comenzó una nueva vida. Los primeros años intentó centrarse únicamente en sus estudios y su familia, apartándose de forma consciente de toda persona que había a su alrededor. Simplemente, no le interesaba hacer amigos. Estaba tan abrumado por el nuevo rumbo que había tomado, que junto con el deporte y las visitas a la psicóloga quedaba agotado. Aún así cada noche pensaba en Sara, sintiendo un inmenso dolor difícil de soportar, antes de dormirse. No quiso hablar de ese tema con la psicóloga, aunque quizá le hubiera ayudado, pero no era capaz. No soportaba la idea de verbalizar su dolor, no en aquello. Ya había tenido suficiente suficiente. Y así fue hasta su cuarto año de carrera. Hasta que la conoció a ella.

Sonia era todo lo que cualquier hombre podía desear. Era guapa, con el pelo rizado rozándole los hombros, y aquellos ojos oscuros, a juego con su cabello. Sin embargo, él ni siquiera se había dado cuenta de que existía. La ignoraba al igual que a todos los demás hasta que ella decidió pedirle los apuntes de una clase a la que faltaba cada miércoles sin remedio. David no entendía por qué se había dirigido a él directamente. Ella era una chica popular, podía pedirle cualquier cosa a cualquier chico de aquella facultad y él se lo daría con gusto. Pero fue a él a quien se lo solicitó, y no sólo en aquella ocasión, sino cada miércoles durante más de dos meses. David no tuvo problema en hacerle el favor, aún sin entender muy bien los motivos que tenía para ello, pero fiel a su intención de no mezclarse con los demás, intentaba no darla mayor conversación, hasta que un día fue ella la que, después de devolverle los apuntes, le dijo con una sonrisa:

―Debes de estar harto de mí... ¿puedo invitarte a algo luego para compensarte?

David hubiera podido negarse para continuar siendo el solitario que había terminado por aceptar que era, pero no lo hizo. Su sonrisa le transmitía algo positivo, irradiaba felicidad a su paso, y aquello le atraía sin remedio hacia ella de un modo que no podía explicar. No tardó en comenzar a salir con ella algunas noches, junto al resto de sus amigos, puesto que cada día que pasaba su dulzura le hacía más difícil negarse a cualquiera de sus peticiones. Hasta que una noche en que dos de los chicos que les acompañaban estaban insistiendo en sacarla a bailar mientras ella les ignoraba, se fue con él fuera de la discoteca, doblando la esquina hasta que ambos quedaron a solas, y le besó.

―Sonia, yo... Verás...― Le había dicho, dudando de si sería aconsejable para ella comenzar algo con un chico como él― No creo que esto sea buena idea.

―¿Por qué?― Preguntó ella con curiosidad.

―Porque sólo puedo hacerte daño y no quiero... Tú eres maravillosa y te mereces al mejor de los tíos...

―Y eso llevo buscando toda mi vida― Le había contestado con una sonrisa― Hasta que, al fin, lo he encontrado. Está ahora mismo frente a mí.

Ante aquella respuesta, David no había intentado seguir convenciéndola. Era imposible, la conocía, e intentar evitarlo le llevaba a lo contrario que él buscaba, al percibirlo ella como una especie de reto. Nunca aceptaría una negativa y, aunque no sabía nada sobre él, pensó que quizá en un principio no sería necesario. Además, estar con ella calmaba el inevitable tormento que sentía cada noche por la ausencia de Sara. Era lo único que conseguía empezar a mitigarlo, al menos en parte.

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