Platos típicos de Asturias es una obra bien documentada que explica con sencillez, en el lenguaje usual de las amas de casa, todo lo que es preciso para obtener un buen éxito.
En ella están presentes los platos más famosos de Asturias, desde las humildes patatas guisadas con laurel, o las socorridas «patates viudes» a las comidas de las montañas, que desde hace siglos preparaban los pastores, o las ricas calderetas de los puertos de mar, sin olvidar la repostería que, en tierras del Principado tiene una importancia capital.
María Luisa García
Platos típicos de Asturias
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Salay 25.08.14
Título original: Platos típicos de Asturias
María Luisa García, 1970
Editor digital: Salay
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MARÍA LUISA GARCÍA SÁNCHEZ, nació en Figaredo (Mieres), cocinera y experta en gastronomía, cursó estudios en la Escuela de Especialidades Julio Ruiz de Alda, de Madrid.
Impartió cursos de cocina en casi toda Asturias, así como por Centros Asturianos de todo el mundo.
Durante la visita de Juan Pablo II a Covadonga, el arzobispado de Oviedo le encomendó la preparación de las comidas de su Santidad y todo sus acompañantes.
Conocida por sus publicaciones culinarias: El arte de Cocinar, Platos típicos de Asturias y El arte de la Repostería; podría presentarse a esta asturiana con la definición de José María Alfaro: «Un gastrónomo es el hombre que ha convertido la necesidad de alimentarse en el arte entre pantagruélico y sutil, de la cocina y de la mesa. La gastronomía se nos presenta pues, como u paradigma de la creación cultural. Elevar el apetito primario a maestría civilizada. En cierto modo, una operación contigua a la del amor».
Colaboró también en El libro de oro de la cocina española, revistas y programas de radio.
Entre sus numerosos galardones figuran el Urogallo del Centro Asturiano de Madrid o la Insignia de Oro de la Hostelería de Asturias.
María Luisa García Sánchez falleció en Avilés el 17 de febrero de 2011.
PLATOS
PRÓLOGO
María Luisa García Sánchez es la popular María Luisa, sin más. Una experta acreditada y reconocida en el bello y noble arte de la cocina y una enamorada de la culinaria regional de su tierra.
María Luisa es asturiana de Mieres del Camino. Tengo sus libros dedicados y he seguido de cerca los resultados de sus cursillos sobre platos típicos de Asturias, impartidos en muy diversas localidades del Principado.
Las amas de casa dicen de ella que sus recetas son infalibles, que no hay más que aplicarlas al pie de la letra y todo sale a pedir de boca. Ahí están sus obras con un montón de ediciones a cuestas, aumentadas, corregidas y enriquecidas.
Este prologuista no es de los que anda entre pucheros, levantando la tapa de las cacerolas por las cocinas. Sí cree conocer bastante bien su tierra y los hombres que la habitan, porque la ha recorrido y la sigue recorriendo en todas direcciones, en busca de la Asturias un tanto perdida pero nunca olvidada. O, si lo prefieren, en busca de la Asturias un tanto olvidada pero nunca perdida.
Sinceramente, hay que convenir con los que —como Luis Antonio de Vega— dicen que los asturianos somos unos comilones magníficos, que tenemos una cocina espléndida, a la que ha acusado con poca justicia de ser corta; que disponemos de unos productos vegetales y animales soberbios, pero que luego damos la sorpresa, porque resulta que nos ven muy aficionados a la dulcería, afición ésta —afirman— importada por nuestros indianos. Por fin, algunos asturianos grandones proclaman que tenemos una cocina gloriosa. Bueno, esto acaso sea «pasarse» un poco.
Lo de comilones magníficos es muy cierto. Además, la cosa viene de muy atrás. Ya lo había advertido Estrabón: entre gallegos, astures y cántabros eran muy frecuentes los grandes banquetes familiares.
De entonces acá cayeron muchos siglos, pero no cayeron los comilones magníficos. Sabemos que los grandes banquetes en Asturias continuaron sin interrupción, haciéndose suntuosos los nupciales.
Nos recuerda Prieto Bances, que «en el siglo XIV los excesos de lujo en estas comidas provocaron en Oviedo un malestar social; la emulación y la envidia arruinaban a muchas familias y los efectos eran tan desmoralizadores que el concejo de Oviedo, reunido en el año 1318 en la iglesia de San Tirso, tomó diferentes acuerdos para contener el despilfarro. Mas todo fue inútil, como también fueron inútiles las provisiones y las pragmáticas dictadas por los Reyes Católicos y por Carlos V con el mismo fin…».
En cuanto a que la afición a la dulcería haya sido importada por nuestros indianos, lo ponemos en duda. La raíz puede estar en el cantelo o roscu, que era un pan hecho con huevos y azúcar que llevaba la «moza de la cesta» detrás del padrino en la comitiva nupcial. Este roscu de nuestras montañas se ofrecía en las grandes solemnidades y terminaba subastándose después de la misa cantada. Del roscu hecho con huevos y azúcar se pasó al dulce y a la dulcería, que era refinamiento, ostentación. O sea un cantelo de lujo.
La afición a la dulcería se ha hecho imparable. Existe en todos los pueblos de Asturias, incluidas las brañas y aldeas. En más de una braña me sirvieron como postre «brazo de gitana» en vez de las clásicas natas o del genuino requesón, que llevaban siempre y siguen llevando las vaqueiras por las casas de Luarca.
Después vinieron los envíos de dulces en platos de porcelana y enseguida la tarta nupcial, coronada por una ridícula pareja de novios, costumbre, al parecer, impuesta por la Rubia Albión. Con lo cual desterramos el cantelo, del que tanto sabían por la Pola de Allande y Grandas de Salime, ignoramos aquel roscu quirosano y perdimos el profundo significado del llamado por Cangas del Narcea y Tineo «pan del tsoru».
Que nadie se me enfade: nuestra cocina no ha trascendido a los niveles alcanzados por la vasca, la gallega, la catalana.
De fecha relativamente reciente datan nuestras sociedades gastronómicas y más aun las de la Buena Mesa, y no por falta de «vocación». Aquí hay mucho «gourmet» y poquísimo «gourmand».
Con cierta proyección pública está bullendo la de la Buena Mesa que preside en Oviedo el Académico Emilio Alarcos, cuyos cofrades suelen cincelar sabrosas crónicas en las páginas de la prensa local, como las de Gracia Noriega, Méndez Riestra, Velarde y otros. Juan Santana me decía hace pocos días que era inminente la salida de un nuevo libro suyo el tema. Lo celebramos de antemano, él también pertenece a aquella Buena Mesa. La última crónica que he leído estaba firmada por el Rector de la Universidad, Teodoro López Cuesta —en su investidura como cofrade— en la cual denota cierta querencia bañuguera y luanquina. Bien está. En casa de Néstor, y en vida de Néstor, comí yo el primer besugo a la espada en mi vida; y posteriormente, en la misma villa, la primera langosta con verdura. Estaba de rechupete, pero confieso que no me hizo olvidar la «langosta a la catalana» de mi pueblo. Ahora mismo no puedo aclarar por qué le llaman «langosta a la catalana», porque en Cataluña pude comprobar que desconocen esa receta.