© HarperCollins México, S.A. de C.V., 2020.
Publicado por HarperCollins México
Insurgentes Sur 730, segundo piso.
Colonia Del Valle Norte.
03100, Ciudad de México.
Huyendo con mi madre.
Running with Mother, by Christopher Mlalazi.
First published by Weaver Press, Harare, Zimbabwe, 2012.
© Christopher Mlalazi, 2012
All rights reserved.
Todos los derechos están reservados, conforme a la Ley Federal del Derecho de Autor y los tratados internacionales suscritos por México. Prohibida su reproducción total o parcial en cualquier forma o medio, incluidos los digitales, sin autorización expresa del titular del derecho de autor.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales hechos o situaciones son pura coincidencia.
Traducción: Enrique Calderón Savona.
Diseño de forros: Genoveva Saavedra / acidita.
Diseño de interiores: Ana Paula Dávila.
Imágenes de portada: Shutterstock / Olga Nikonova (Anillo de fuego), MSNTY (flores) y KrisArt (mariposas).
ISBN: 978-607-8589-54-8
Primera edición: marzo 2020.
Edición Epub Marzo 2020 9786078589524
Impreso en México
CONTENIDO
Guide
M i escuela está muy lejos. Pero, me guste o no, es la única secundaria que hay en los cuatro pueblos de la zona de Saphela, en el distrito de Kezi.
Aunque la escuela está lejos, es fácil llegar. Sólo tienes que seguir la gran carretera de Saphela —que se construyó hace poco y atraviesa Mbongolo, nuestro pueblo— y te llevará directo a la puerta de la Secundaria Godlwayo, en el pueblo vecino.
Antes de que se construyera la nueva carretera había un camino sinuoso. El viejo camino ahora pasa al lado del nuevo, a veces lo cruza y lo vuelve a cruzar como si fuera un borracho. Ambos caminos pasan frente a mi casa en la parada de autobuses de Jamela. Jamela es mi apellido. Soy Rudo Jamela.
No circulan muchos automóviles ni por la carretera vieja ni por la nueva. El autobús del tío Ndoro pasa a última hora de la tarde todos los viernes hacia Godlwayo y los otros pueblos que están más allá; los sábados por la mañana vuelve a Bulawayo, donde mi padre trabaja y vive.
También está el viejo camión del señor Donga. Él es dueño de la tienda de Godlwayo cerca de la secundaria; también tiene otra tienda en Mbongolo, que está al lado de la primaria. Su camión ya está muy destartalado, y cuando lo ves no puedes evitar sonreír. Va de arriba abajo entre sus dos tiendas cargando mercancía. A veces, si tenemos suerte, el señor Donga nos da un aventón, pero cuando somos demasiados, simplemente grita: “¡Son muchos!”, y pasa de largo. Por eso su apodo es Muchos, pero no creo que lo sepa.
* * *
Era una tarde muy calurosa, mi madre, encantadora, dice que esa temperatura podría sacar a los peces del agua. Caminábamos de regreso de la escuela por el sendero estrecho que serpentea entre las dos carreteras de Saphela, ya estábamos cerca de la curva en S, que marca la mitad del camino entre la casa y la escuela. Iba con mi prima Sithabile y mis dos amigas, Nobuhle y Belinda —todas vamos en segundo grado B—, y llevábamos puesto el uniforme escolar verde con franjas de color crema. Yo iba al frente con Nobuhle. Ella es la hija de Mabhena, el jefe del pueblo de Mbongolo, es una chica alta y atractiva, que ya tiene los pechos como una adulta, no como los míos. Yo soy una niña muy baja, demasiado pequeña para mi edad, tengo catorce años, pero puedo pasar con facilidad como una niña de diez. A veces es bueno cuando las personas no calculan bien mi edad, porque me puedo escapar de algunas cosas como los castigos de la escuela, pero en ocasiones mis compañeros me dicen “chaparra”. Por lo general, no me importa, a menos que alguien quiera ridiculizarme. Mi madre dice que un día alcanzaré a todos los demás, pero no le creo. De cualquier modo, mi padre es un hombre bajo, así que tal vez me parezca a él.
Belinda es una vecina, la hija de Sibanda, que es el mensajero del jefe del pueblo. A veces también trabaja como policía del pueblo, aunque vende cerveza en su casa.
Tenía sed. Habíamos bebido un poco de agua del pozo de la escuela antes de irnos, pero hacía tanto calor que me volvió a dar sed. Por suerte, un poco más adelante estaba el pozo de la primaria de Mbongolo y decidimos ir a beber ahí. La primaria de Mbongolo no está lejos de mi casa, y es donde estudié toda la primaria.
* * *
La regla de oro cuando se camina por un camino largo es no mirar hacia adelante: concentrarse sólo en un paso a la vez. Pero hoy habíamos roto esa regla porque el cielo estaba lleno de humo. Ya habíamos pasado la tienda de Donga en Godlwayo. Belinda fue la primera en verlo, pero no le dimos mucha importancia porque los incendios controlados son comunes en primavera, ya que las personas preparan sus campos para plantar y a veces queman las matas que arrancan. Pero cuando salimos de Godlwayo y entramos en Mbongolo, una niebla oscura cubría todo el pueblo como si se tratara de un mal presagio.
—Creo que es un incendio de matorrales —dijo Nobuhle—. Hay demasiado humo como para que alguien esté limpiando su campo.
Los incendios de matorrales no se toman a la ligera. Unos meses antes, nuestro jefe del pueblo, el señor Ndlovu, nos había dicho en la asamblea que una parte del pueblo de Lotshe —que se encuentra al oriente, cerca de las montañas de Phezulu— había sido destruida por un incendio que causaron unos chicos que fumaban mbanje o marihuana. Aunque nadie había muerto, nos advirtió que nunca jugáramos con cerillos o fuego.
Sin darnos cuenta, cruzamos el sendero y aceleramos el paso tanto como pudimos por la gran carretera nueva. En el fondo, todas estábamos ansiosas por saber de nuestras familias. Yo iba al frente porque soy más rápida que las demás: soy la campeona en la prueba de cien metros para menores de 14 años en la escuela, título que había ganado el mes anterior, justo antes de mi cumpleaños.
—Se acerca un auto —oí decir a Sithabile.
Más adelante, ya cerca de la curva en S, una columna de polvo espeso se elevaba hacia el cielo.
—¿Estás segura de que no es un remolino de arena? —pregunté, porque no sonaba a un motor. Los remolinos también son comunes en primavera. Es divertido perseguirlos cuando pasan por el pueblo.
Nobuhle presionó la oreja contra el suelo. Hice lo mismo. Sentí la tierra caliente contra mi mejilla.
—¿Es un autobús? —preguntó Belinda.
—No. Deben de ser muchos —dijo Sithabile.
—No puede ser —interrumpí—. Vi su camión estacionado detrás de su tienda.
—¿Qué crees que sea, Rudo? —dijo Nobuhle—. ¿Qué es?
Adivinar la marca de un automóvil por su sonido era un juego que jugábamos normalmente cuando caminábamos por la carretera. Quien ganaba obtenía el título de monarca nkosikazi y todos le aplaudían.
Este vehículo, o lo que fuera, todavía no aparecía, pero la nube de polvo se hizo muy espesa, como si una escoba gigante estuviera barriendo la carretera.
—No es un autobús —dije—, es un tractor.
El sonido, que era más fuerte que el de un autobús, de algún modo se escuchaba diferente, como si llevara una sobrecarga. Pero me equivoqué. Sí era el autobús. Apareció en la curva, y todas lo vimos con sorpresa. Iba a toda velocidad, como nunca antes. Detrás del autobús, a la distancia, se alzaba otra nube de polvo, que indicaba que un coche iba detrás de él.