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Echevarría Ignacio - Mundo cruel

Aquí puedes leer online Echevarría Ignacio - Mundo cruel texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Barcelona, Año: 2016, Editor: Malpaso Ediciones, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Echevarría Ignacio Mundo cruel

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Un chiquillo muestra el camino que conduce al Altísimo por la senda de la desviación, el dueño de un perro difunto necesita a un taxidermista que lo inmortalice, dos comadres dictan sentencia sobre las impudicias del prójimo, un mariquita chismoso despelleja a un mariquita indeciso, un buscón arduamente casado se topa con el crimen y cae en él, un hombre abraza a su amado moribundo, dos figurines contemplan el fin de su propia exquisitez: no pueden soportar la indiferencia. La crueldad del mundo es un gozoso dolor que Luis Negrón plasma en todos los registros del alma y del habla. Un humor a veces grueso, a veces malvado, a veces disparatado, a veces conmovedor, a veces desgarrado; pero humor, siempre humor, mucho humor , afirma Ignacio Echevarría en el prólogo.;Intro; Portada; Índice; Dedicatoria; Citas; Prólogo: cuentos leves; El elegido; El vampiro de Moca; Por Guayama; La Edwin; Junito; Botella; Muchos o de cómo a veces la lengua es bruja; El jardín; Mundo cruel; Agradecimientos; Créditos; Colofón

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LUIS NEGRÓN

MUNDO CRUEL

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BARCELONA MÉXICO BUENOS AIRES NUEVA YORK

ÍNDICE

Para Adriana,

con todos los besos de mariposa.

Para Rita Duprey,

por darme las palabras.

La patería es siempre una subversión.

EDUARDO ALEGRÍA

—¿Entonces un melodrama es un drama hecho por quien no supo, señorita?

—No exactamente, pero en cierto modo sí es un producto de segunda categoría.

MANUEL PUIG ,

Un destino melodramático

PRÓLOGO:
CUENTOS LEVES

En la entrevista que Kathleen Wheaton hizo a Manuel Puig para The Paris Review en 1989 hay un pasaje que llamó mi atención desde la primera vez que lo leí, y que recuerdo a menudo. Wheaton le pregunta a Puig: «¿Cree que la gente está determinada por sus circunstancias?». Y éste responde: «Es algo horrible. A todos nos determina muchísimo nuestra cultura. Sobre todo porque aprendemos a representar papeles. Para mí empieza con los espantosos roles sexuales, tan poco naturales. Creo que el sexo es totalmente banal, carece de peso o valor moral. Sólo es diversión, la inocencia en sí misma».

Suscribo apasionadamente esta concepción del sexo como algo «totalmente banal», sin por ello restarle —como tampoco hace Puig— ningún ápice de su interés, de su protagonismo, de su juerga.

«El principio del sexo es el placer, eso es todo —sigue diciendo Puig—. Considero que el sexo es un acto de la vida vegetativa, vegetativa en el sentido de comer y dormir. El sexo es tan importante como comer o dormir, pero del mismo modo carece de sentido moral.»

Para quien haya leído sus novelas, tantas de ellas inolvidables, estas palabras cobran unas connotaciones muy particulares. Más aún si se recuerda que Manuel Puig era, como es bien sabido, homosexual. Escribo esta palabra y me viene enseguida a la cabeza uno de sus últimos artículos, «El error gay», de 1990, que empieza con esta categórica frase varias veces repetida a lo largo del texto: «La homosexualidad no existe». Puig reitera en ese artículo, casi literalmente, las ideas sobre el sexo volcadas en la entrevista con Wheaton. Con ello explica su resistencia a clasificar a las personas en razón de su sexo. «Trascendencia, significados ocultos, peso moral: he aquí el malentendido peligroso, porque incluso los menos reaccionarios, al negar el componente demoníaco de la sexualidad, entraban en la dialéctica de los grandes significados y terminaban olvidando la característica más determinante del sexo, que es precisamente su no pertenencia a la esfera moral. Una vez establecida la artificial trascendencia de la vida sexual, se volvía importante, significativa, cualquier elección sexual. Y se establecían así los roles sexuales.»

El artículo de Puig (recuerden: año 1990) terminaba con estas palabras:

De cualquier manera, pienso que es imposible prever un mundo sin represión sexual. Me esfuerzo en imaginar como resultado una gran disminución de la llamada homosexualidad exclusiva y una gigantesca disminución de la llamada heterosexualidad exclusiva. Y nada de esto tendría ninguna importancia: todos estarían demasiado empeñados en su propio goce para preocuparse en contabilizarlo. Por eso, yo admiro y respeto la obra de los grupos de liberación gay, pero veo en ellos el peligro de adoptar, de reivindicar la identidad «homosexual» como un hecho natural, cuando en cambio no es otra cosa que un producto histórico-cultural, tan represivo como la condición heterosexual. La formación de un gueto más no creo que sea la solución, cuando lo que se busca es la integración. Y por esto me parece necesaria una posición más radical, si bien utópica: abolir inclusive las dos categorías, hétero y homo, para poder finalmente entrar en el ámbito de la sexualidad libre. Pero esto requerirá mucho tiempo. Los daños han sido demasiados. Sexualmente hablando, el mundo es una disaster area . En el próximo siglo muy probablemente nos verán como un rebaño tragicómico de reprimidos; un montón de curas y de monjas sin el hábito, pero disfrazados de grandes pecadores, todos víctimas de nuestras represiones.

Y bien, ya estamos en el nuevo siglo, pero ese «rebaño tragicómico de reprimidos» sigue ahí. ¡Somos nosotros! Por supuesto que las cosas se han movido un poco, y que lo han hecho, en el mejor de los casos, en la dirección apuntada por Puig, en varios sentidos un adelantado de la hoy tan en boga teoría queer , que empezó a articularse justamente a partir de 1990, el mismo año de su muerte. Pero conviene no dejarse engañar: los daños, en efecto, fueron demasiados, y la galopante liberalización sexual de las últimas décadas mantiene intacto el reparto de los roles y, sobre todo, la importancia que se concede al sexo, hoy menos abrumado por el peso de la moral religiosa, si se quiere, pero gravado, en cambio, de forma cada vez más acuciante, por la moral del capitalismo, que lo ha consagrado como índice de prestigio social y como mercancía.

Valgan estas consideraciones —algo subidas de tono, me doy cuenta— para encuadrar problemáticamente la lectura de Mundo cruel , el debut como narrador de Luis Negrón (Guayama, Puerto Rico, 1970). Y digo «problemáticamente» porque, a la luz de ellas, tanto cabe celebrar la banalidad, la comicidad, la frescura de estos cuentos como, más ceñudamente, objetarles el énfasis que parecen poner en la identidad homosexual y en, por decirlo así, cierta estética del gueto.

Comencemos por lo primero, por esa banalidad que, después de leer a Puig, sabemos que es —o que puede ser— todo lo contrario a un defecto. Antes de Puig, Italo Calvino había propuesto la levedad como uno de los rasgos que habían de caracterizar la literatura del nuevo milenio —este que ahora habitamos—, pero cuidándose bien de no confundirla con la frivolidad. Admitamos que los cuentos de Negrón se sitúan en la difusa frontera que media entre estas dos cualidades, cuyo punto más equidistante quizá sea, precisamente, esa banalidad que Puig invocaba. Para ser ecuánimes, tracemos un campo semántico jalonado por estos tres conceptos: banalidad, levedad, frivolidad; en él diría yo que se instalan no sólo los cuentos de Negrón, sino, más ampliamente, la más conspicua literatura gay, en la que se inserta la de Negrón sin aprensión ni disimulo algunos, también sin ningún prurito de originalidad.

Las marcas características de esa literatura son, en buena parte, las mismas que estos cuentos tienen: loquerío desmelenado, picaresca sexual, irresistible propensión al melodrama y empleo recurrente de los registros lingüísticos del habla, lo cual se refleja en la incorporación a la escritura de toda suerte de modismos y, por lo general, en un excelente oído para los diálogos... Todo ello envuelto en un humor a veces grueso, a veces malvado, a veces disparatado, a veces conmovedor, a veces desgarrado; pero humor, siempre humor, mucho humor.

A esta panoplia de recursos cabe añadir, en según qué autores, la voluntad de transgresión o, más comedidamente, de provocación. Pero eso es algo por completo ajeno o estos cuentos de Negrón, en los que todo lo más se amaga cierta denuncia dirigida sobre todo a la hipocresía que en materia sexual sigue manifestando una sociedad regida en este terreno —como en tantos otros— por una doble moral.

Pese a la impostada amargura del título, los cuentos de Mundo cruel están escritos con un talante desenfadadamente cáustico, alegre, extravertido. Sus argumentos son a menudo los propios del vodevil, al menos en la acepción con que el DRAE recoge este término: «Comedia frívola, ligera y picante, de argumento basado en la intriga y el equívoco». Pero la fuente en la que Negrón bebe más espontánea y asiduamente es mucho menos sofisticada y se remonta mucho más atrás en el tiempo: es la «comedia humana» del Decamerón de Boccaccio («una biblia para mí», declaraba en una entrevista) y, muy ligada a ella, la picaresca. Estos referentes clásicos sirven para subrayar dos rasgos significativos de estos cuentos: su amoralidad y su perspectiva desclasada.

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