Título original: Algo está pasando
Primera edición: Marzo 2015
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ISBN: | Tapa Blanda | 978–8–4163–3933–4 |
Libro Electrónico | 978–8–4163–3934–1 |
Contents
Aprender es descubrir
Lo que ya sabes.
Actuar es demostrar que lo sabes.
Richard Bach (del libro Ilusiones)
Una paloma vino hacia mí,
me dio una pluma de sus alas.
Y empecé a escribir.
Araceli Banyuls
Rodaba el coche por la carretera conducido por Raúl: mientras guiaba escuchaba música a todo volumen.
Era de noche los faros no le iluminaban bien, tenía que revisarlos y la niebla empezaba a extenderse.
Apago la radio pues había oído un extraño y fuerte ruido que lo alarmó. Detuvo el motor y vio un pájaro muerto que estaba encima del parabrisas, luego cayó otro y otros más. Bajó del coche y pudo observar como estaba la carretera y los alrededores llenos de pájaros muertos.
Nunca había visto nada semejante: Sintió miedo y algo asustado entró en el coche. Los pájaros muertos eran de verdad. –Algo sabia de ello–, pero no pensaba que iba a suceder tan pronto.
No podía hacer nada; así que pisó el acelerador a fondo y escapó de aquella pesadilla.
¿Qué estaba pasando? –se preguntó–. Por unos instantes había olvidado a donde iba y que hacía en aquella autopista.
Vagamente recordaba que salió de la habitación de un motel por la mañana, sin rumbo fijo ni un destino a donde llegar.
Observaba las cosas que pasaban a lo largo del camino sin más.
Algo cansado y preocupado, aparco en un descampado cerca de un río. Pensando en los pájaros se durmió
Amanecía: tenues rayos de sol iluminaban las ventanas del coche. Unos golpes en los cristales despertaron a Raúl
–Señor, señor, salga del coche, dijo una voz.
Medio dormido, se frotó los ojos y miro hacia la ventana, había un policía que le hablaba, bajó el cristal y preguntó
–¿Que pasa agente, he hecho algo mal?, me sentí cansado y he dado una cabezada.
–No señor: no ha cometido ninguna infracción, solo que ha estado durmiendo al lado del rio “Azula”. Donde se han muerto unos miles de peces y no sabemos por qué. Tiene que irse. Este lugar está contaminado.
¿Peces, No eran pájaros? –¿Se encuentra bien señor? dijo el policía. –Sí, sí, gracias; pero
estoy algo despistado, creía que estaba en Lukansa donde ayer vi pájaros muertos.
–Cierto: allí también cayeron pájaros muertos del cielo en varias ciudades.
–¡Ayer; pensó! Estoy muy lejos de Lukansa, Tan rápido he conducido o tal vez lo habré soñado.
Salió del coche y pudo ver con gran tristeza un rio lleno de peces muertos.
Se fue directo al auto, dio la vuelta. No sabía por dónde tirar, toda esta situación le estaba afectando bastante.
Sintió una opresión en su corazón. La rabia contenida y una sensación de ahogo, le hicieron reaccionar.
–Adelante– sigamos esta realidad, tan autentica como desconcertante.
Pisó a fondo el acelerador, y a unos kilómetros vio la luz de un bar. Necesitaba tomar algo caliente aparco y entro.
Pidió un café con leche, lo estaba tomando y cogió un periódico que había encima del mostrador. En la primera página aparecía con grandes titulares
“Miles de abejas se están muriendo ”. Peligra la cadena de polinización y la supervivencia humana. Los pesticidas (nos matan)
Una energía removió su cuerpo: el corazón se aceleraba, tuvo que sostenerse en la barra para no caer.
Conocía lo de las abejas; los pesticidas las estaban matando, lo mismo que los peces y los pájaros.
El último sorbo del café removió la moviola en su mente.
Raúl era biólogo y bueno, demasiado legal y autentico. Lo despidieron del trabajo por eso. Había presentado un proyecto que iba en contra de las grandes empresas que fabrican pesticidas (Y aunque suene duro. Esas empresas hacen negocio de la muerte)
Miro a su alrededor. La gente charlaba de cosas triviales; todo parecía muy habitual y normal.
Como podía decirles a aquellas personas lo que estaba pasando, y que podría afectar a sus vidas. Mejor olvidarlo.
Pago su café y salió a la carretera: estuvo un largo rato paseando con la mirada perdida los acontecimientos vividos en las últimas horas parecían irreales, pero él lo había visto con sus propios ojos Los peces muertos, los pájaros y las abejas.
Algo en su interior le hizo vibrar. Necesitaba creer en sí mismo y en el ser humano.
Esa era la única manera de poder parar el exterminio.
Inspiro profundamente el olor de la noche. Se acabaron los duelos, tenía que volver al trabajo; encontraría alguna empresa honesta que le contratara.
Se dirigió a su coche y pensó “los faros” Alguien se acerco y le dijo
–Hola Raúl he arreglado las luces de tu coche para que te iluminen en la carretera.
–Gracias señor me hacía falta, pero ¿Cómo sabe mi nombre?
–Ha salido al azar: te vi entrar al bar un poco triste, y tu coche con los faros mal. Soy mecánico y me dije; este señor saldrá del bar con sus pilas recargadas, y las bombillas del auto puestas. Y así ha sido, –¿No?–
–Es verdad: gracias señor mecánico, necesitaba un empujón para retomar lo que empecé, y usted me lo ha dado.
El mecánico le saludo con la mano y entro en el bar.
Raúl subió al coche: puso la llave, encendió los faros, lucían potentes. Le dio al contacto y piso el acelerador con una sonrisa esperanzadora.
Pensó que la experiencia pasada le había servido para mucho. No se ven pájaros, abejas, peces muertos, en los despachos. Hay que verlos en su hábitat. Cruelmente asesinados por las empresas que creen “Que a ellos no les toca”.
Ahora tenía muy claro quién era: adónde iba.
Y lo que tenía que hacer.
Alberto ese día empezó a vestirse con más estímulo que de costumbre. La camisa blanca, el pantalón y chaqueta negros, solo le faltaba ponerse la pajarita y estaba perfecto para coger su instrumento, el contrabajo, y salir a la calle, había quedado con los compañeros músicos. Por un momento miro su bajo, quieto, dentro de su funda silenciosa. Sonrió, desde pequeño amaba la música. Ese día tenían que dar un concierto importante en el “Palau Ducal de Gandía”.
El grupo estaba compuesto por un quinteto: cuatro violines y un contrabajo, Rebeca, el primer violín, Alberto el contrabajo, Nuria Emilio y Julio reforzaban el grupo.
Se dirigió a la Plaza del Carmen. Allí estaban los demás, cogieron los instrumentos y subieron a la furgoneta desde valencia a la Safor.
El otoño doraba los campos con el arroz. Los sueños de los chicos volaban charlando sobre corcheas, armonías, y proyectos.
Ilusiones que se pararon casi en seco, cuando apareció la pequeña montaña del castillo de Bayren; anunciaba que ya estaban en Gandía, y debían pensar en el concierto
Después de dar varias vueltas por la ciudad, llegaron al Palau: Entraron por el Patio de Armas, Descargaron los instrumentos y los dejaron en el escenario.
Todavía tenían tiempo para afinar y prepararse. Cada uno se puso en su sitio y cuando iban a probar, se dieron cuenta de que Rebeca no estaba. Andrés refunfuñaba, –Ya está como siempre perdiéndose por ahí y este palacio tiene bastantes historias algo tenebrosas y oscuras.
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