D ios muchas veces hace lo extraordinario a través de lo ordinario. Pareciera que sus misterios se revelan de una manera más plena a través de los corazones más sencillos y confiados que permanecen en Él cada día. Una vez Jesús oró: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños” (Lc. 10:21). Él se refería, en parte, a que a veces sabemos con nuestros corazones lo que nuestra mente no puede comprender.
Jesús está buscando creyentes, cristianos corrientes como tú y como yo a través de los cuales pueda eliminar el miedo, revelar su esperanza, y mostrar una nueva dimensión del amor, sobre todo en estos turbulentos días en los que la desesperación se ha apoderado de muchos corazones.
Estamos viviendo un tiempo que pareciera establecer un paralelismo con los acontecimientos en el libro de Hechos en cuanto a la expectativa sobre los acontecimientos del Apocalipsis. Hemos visto a Jesús en medio de nosotros y hemos sido comisionados a difundir las buenas nuevas, pero no hemos llegado al momento en que Jesús regresará por los suyos. Y así como pareciera que nuestra capacidad para llegar a los rincones más lejanos de la tierra con el evangelio ha crecido, la oposición a ese mensaje también ha crecido como nunca antes.
Satanás no solo quiere evitar que les hablemos a los demás de Jesús. Él quiere que aquellos que conocemos a Jesús nos alejemos de Él. Personalmente creo que a Satanás le encantaría poder hacer estallar la tierra. Eso no solo acabaría con todos los creyentes, sino que evitaría que la Palabra llegara a cualquier otra persona a través de ellos. Esto que acabo de decir suena alarmante, especialmente si tomamos en cuenta que hay suficiente energía en manos de la gente en este momento como para destruir el planeta, excepto por una cosa: los santos ángeles de Dios.
El apóstol Juan, observando la tierra a través de visión telescópica espiritual, dijo: “Vi a cuatro ángeles en los cuatro ángulos de la tierra” (Ap. 7:1).
Ahora, consideremos lo que hemos aprendido sobre la tierra por parte de la ciencia. La Biblia no dice que la tierra es cuadrada, sino que tiene cuatro esquinas, o cuatro prominencias, por decirlo de alguna manera. Cuándo el astronauta Ed White y su equipo fotografiaron la tierra desde su posición privilegiada en el espacio exterior, sus imágenes mostraron cuatro prominencias distintas en la tierra. La primera va desde el norte de Irlanda hasta el Polo Norte; la segunda desde Sudáfrica hasta la Antártida; la tercera desde las islas de Nueva Guinea hasta Japón; y la cuarta es de aproximadamente doscientas millas (trescientos veintiún kilómetros) al oeste de Perú.
Según lo veo, los ángeles apostados en estas cuatro esquinas están reteniendo los vientos de destrucción o el poder de dañar la tierra y el mar. Los ángeles no solo tienen esa potestad; yo también creo que algún día atarán a Satanás y lo echarán en el lago de fuego, donde será atormentado con otros engañadores para siempre (ver Ap. 20:10).
Yo espero ansiosamente el día en que
“el Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego los que estemos vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados junto con ellos en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Y así estaremos con el Señor para siempre”.
—1 TES. 4:16-17
Él cuenta con nosotros para lograr muchas cosas antes de que venga de nuevo. Esto podría significar que tengamos que caminar por fe y no por vista, pero tenemos el estímulo de saber que una gran hueste angelical está a nuestro lado en cada paso del camino.
Betty Malz escribió diez exitosas obras:
Ángeles a mi lado
El cielo: un lugar resplandeciente y glorioso
Making Your Husband Feel Loved
Morning Jam Sessions
Una visita a la eternidad
Prayers That Are Answered
Simplicity
Living Super Natural
Touching the Unseen World
Women in Tune
Fue también una conocida oradora especialista en el tema de los cielos, los ángeles, y lo sobrenatural. Su visita al cielo después de haber sido declarada clínicamente muerta está registrada en su muy estimada obra Una visita a la eternidad, cuyo prólogo fue escrito por Catherine Marshall, y que ha tocado los corazones de millones de lectores desde su publicación en 1977.
Betty nació en Terre Haute, Indiana, y se consideraba una hoosier hasta la médula. Con su primer esposo, John Upchurch, tuvo dos hijas: Brenda y Abril. Su amor por Florida la llevó con su segundo esposo Carl Malz a la hermosa costa de este estado.
Betty era una mujer alta, elegante, y amante de la diversión. Su fotografía preferida de ella misma era en una en la que aparece en su convertible MG. Betty falleció en febrero de 2012.
ENTRE
DOS MUNDOS
C uando salimos de vacaciones aquella primavera de 1959, no tenía idea de cómo mi vida estaba a punto de cambiar. Mi marido, mi hija, y yo, salimos junto a mis padres hacia la soleada Florida y, aparte un malestar persistente que elegí ignorar, mi vida no podía haber sido mejor.
Atribuía mi seguridad a mi fe práctica: le había entregado mi corazón a Jesús siendo niña, y sabía que iría al cielo cuando muriera, así que estaba satisfecha en mi negativa a creer cualquier cosa que yo no pudiera ver o explicar. Como no había razón alguna para sentirme preocupada, continué ignorando una ligera molestia en el costado que necesitaba ser atendida.
Entonces, de repente una noche pasé la etapa de la advertencia. Sentí como si algo estuviera a punto de explotar en mi costado; como algo hirviendo que me quemaba sin piedad. Fui llevada en una ambulancia a un hospital cercano al hotel.
Los médicos lucharon durante días para encontrar un diagnóstico, hasta que una cirugía reveló que había sufrido la ruptura del apéndice once días atrás, y que una masa gangrenosa había recubierto todos mis órganos, causando que se desintegraran. A pesar de que caí en coma yo seguía en negación mientras mi familia oraba y daba gracias a Dios por haberme permitido vivir hasta ese momento. Los doctores se reunieron con mi familia sin estar yo presente para informarle que debido a que mi estado se había complicado debido a una neumonía y unas venas colapsadas, las probabilidades de sobrevivir eran mínimas.
Una mañana temprano, después de haber permanecido en coma durante cuarenta y cuatro días, la enfermera de turno en el tercer piso vino a revisar mis signos vitales y no encontró respuesta a sus sondeos. Había cruzado de esta vida a la otra. A las cinco en punto de la mañana un doctor me declaró clínicamente muerta, me tapó la cara con la sábana, y salió de la habitación a oscuras. Ese fue el estado en el que mi padre, que había despertado en medio de la noche con un imperioso deseo de estar conmigo, me encontró veintiocho minutos más tarde.
Yo por supuesto no sabía nada de estas actividades terrenales. Yo sentía como si estuviera en una montaña rusa en Disneylandia, y hubiera llegado a mi destino en la cima más alta de la euforia. Fue como tomar el avión más rápido imaginable desde la tierra hasta otro planeta, un lugar brillante y glorioso bajo un cielo azul profundo en el que no había miedo, sino solo paz y belleza.
Inmediatamente advertí una música majestuosa, llena de exquisitas armonías producidas por innumerables coros. Alrededor de mis pies, flores ondulantes salpicaban con su color los prados de verde terciopelo.
Me sentía realizada, joven, viva, mientras caminaba de manera firme y decidida hacia una ciudad brillante sobre una hermosa colina. Nunca había experimentado tal alegría o ansiedad.
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