La captura del cátaro Bélibaste corresponde a los últimos tres capítulos del libro Inquisición en Pamiers, de Jean Duvernoy, editado por Éditions Edouard Privat. En ellos, el autor traduce del latín y anota una deposición ante el tribunal de la Inquisición. Esta edición es, a su vez, la traducción del francés al castellano de dicha deposición.
Jean Duvernoy
La captura del cátaro Bélibaste
Delación ante el tribunal de la Inquisición de Pamiers, el 21 de octubre de 1321
ePub r1.1
Titivillus 31.10.17
Título original: Inquisition à Pamiers
Jean Duvernoy, 20 de Marzo 1987
Traducción: Mario Muchnik
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
Corrección de erratas: Gracias a la inestimable colaboración de xavier11, por leer y cotejar con el libro original este epub
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JEAN DUVERNOY (Montbéliard, Francia, 1917). Fallecido el 18 de agosto de 2010 en Toulouse, es un medievalista y jurista francés.
Doctor en Derecho y Licenciado en Letras, fue elegido mantenedor de la Academia de los Juegos Florales de Toulouse en 1989. Después de enfocar el cantón de Vaud, Jean Duvernoy es a partir de 1958, el autor de los textos, transcripción y traducción de los cátaros y la inquisición . Su traducción francesa de Inquisición Registro Jacques Fournier es el origen del libro de Emmanuel Le Roy Ladurie pueblo de Montaillou occitano 1294-1324. Su preocupación por encontrar las fuentes (en especial los que se mantienen en el Vaticano ) ha dado una visión completa y sin obstrucciones del esoterismo, el movimiento religioso cátaro.
CAPITULO PRIMERO
CAPITULO SEGUNDO
CAPITULO TERCERO
EN EL AÑO DEL SEÑOR 1321, a 21 de octubre.. El susodicho Arnaud recibió dineros para llevar a cabo lo que acaba de decirse, y cumplió fielmente su misión.
Sedujo al hereje y lo llevó a la villa de Tirvia, en la diócesis de Urgel, haciéndose allí arrestar con él; fueron luego llevados a Castelbó, en la misma diócesis, y luego el hereje, por orden de nuestro señor el Papa, fue devuelto a Carcasona de donde se había fugado, y el dicho Arnaud lo llevó con los agentes de monseñor el Inquisidor hasta el muro de Carcasona.
Después, dado que dicho Arnaud había denunciado ante monseñor el obispo que Guillaume Maurs de Montaillou se contaba entre los adeptos de este hereje y que con frecuencia había sido visto en su compañía, monseñor el obispo envió al dicho Arnaud y a Guillaume Mathéi, de Ax, a Puigcerdá, con el fin de arrestar al susodicho Guillaume, igualmente fugitivo por herejía. Lo encontraron en ese lugar ya en trance de escapar y lo arrestaron o lo hicieron arrestar. Este Guillaume, buscado por monseñor el obispo, le fue finalmente entregado por el religioso Hermano Armengaud Gros, inquisidor del reino de Mallorca. Fue traído por los susodichos Guillaume y Arnaud y otros familiares de monseñor el obispo a la sede de Pamiers, y entregado al señor obispo.
Y como se encontraran en la confesión de dicho Guillaume Maurs varias y numerosas fechorías cometidas en materia de herejía por diversas personas junto con el dicho hereje Guillaume y sus adeptos, monseñor el obispo quiso informarse más completamente de los hechos y dichos de este hereje y sus adeptos, y, en este día, asistido por el mencionado Hermano Gaillard, en presencia del religioso messire Germain de Castelnau, archidiácono de la Iglesia de Pamiers, del Hermano Arnaud de Caylar de la Orden de los Predicadores, del convento de Pamiers, y de mí mismo Guillaume Pierre Barthe, notario suyo, testigos convocados con este fin, hizo comparecer ante él al dicho Arnaud Sicre en la Cámara de la sede episcopal de Pamiers; el cual Arnaud constituido en juicio juró sobre los cuatro santos Evangelios de Dios decir la verdad pura e íntegra acerca de la acusación de herejía, tanto sobre él como sobre los otros, vivos o muertos. Prestado que hubo este juramento, dijo, confesó y depuso lo que sigue:
Hace cosa de tres años y medio (ya no recuerdo la fecha con precisión), me desplacé para ver a mi hermano Pierre Sicre, en la Seo de Urgel, pidiéndole me aconsejara sobre el modo de recuperar la casa de nuestra madre, Sibille den Baile, retenida por el señor conde de Foix a título de caución por la herejía de mi mencionada madre. Pierre me contestó que no veía otro modo de recuperar esta casa sino cogiendo a un hereje y entregándolo a las manos de un señor. Le dije entonces que habían puesto precio de cincuenta libras tornesas a Pierre Mauri, Guillemette Mauri, de Montaillou, y Raimond Issaura, de Larnat, como así a muchos más de la diócesis de Pamiers. Mi hermano me respondió que si yo era capaz de descubrir a un hereje de sotana podría recuperar todos los bienes que había perdido por culpa de nuestra madre.
Dicho lo cual me hice al camino en busca de herejes, con la esperanza de atraparlos. Después de haber recorrido varios lugares del reino de Aragón sin haber hallado el menor rastro de ellos, llegué, casi exhausto, a la ciudad de San Mateo en donde pasé varios días en el taller de Jacques Vital, zapatero de esta ciudad, ayudándole a hacer zapatos. Me encontraba trabajando un día en el taller cuando apareció una mujer que gritó, en medio de la calle: «¿Hay trigo para moler?», a lo que un tal Garaud, que se encontraba conmigo en el taller, me dijo:
—Arnaud, ahí tienes a una paisana tuya.
Al oírlo dejé el trabajo, salí a la calle y pregunté a esta mujer de dónde era. Me dijo que de Saverdun.
Pero como hablaba la lengua de Montaillou me la llevé aparte y le dije que no era de Saverdun sino de Prades o de Montaillou. Entonces me preguntó:
—Y vos, ¿de dónde sois?
Le dije que de Ax, hijo de Sibille den Baile, y ella me dijo que esa Sibille había sido una mujer bien honrada. Le pregunté si sabía dónde podía estar Bernard Sicre, mi hermano, que se hacía llamar Jean, y me dijo que no lo sabía. Luego, suspirando, agregó:
—¡Aymé, hay tantos amigos de Dios que erran por la comarca y que se ignoran entre sí! —y agregó, —¿tienes entendimiento del Bien?
Le contesté que sí, «de todo Bien, plazca a Dios». Entonces me dijo:
—Nosotros vivimos en esta ciudad y podríamos vernos los domingos y los días de fiesta.
Unos días más tarde, el día de mercado en esta ciudad de San Mateo, trabajaba yo en el taller cuando se presentaron Guillemette Mauri, su hijo Jean Mauri, o Pierre Mauri (no recuerdo cuál de los dos), como así Guillaume Bélibaste, el hereje.
—Dios os salve, messire —me dijo Guillemette.
Alcé los ojos y vi a estas tres personas a las que saludé a mi vez. Guillaume Bélibaste me miró atentamente y se marchó sin pronunciar palabra, mientras que Guillemette me dijo:
—¡Siga, siga su trabajo, messire, en nombre del Señor!
Unos días más tarde Guillemette volvió y me dijo:
—¿Por qué no venís a vernos?
Le contesté que no conocía su casa y me dijo que se hallaba en la calle de los Labradores, y que vivía en la casa de los Cerdans. Pocos días después, un día de fiesta, fui a casa de esta Guillemette y la encontré con Jean y Arnaud, sus hijos, y Pierre Mauri, su hermano. Bebimos, luego Guillemette me cogió por la mano y me llevó consigo al patio, diciéndome: