Gérard de Sède - El tesoro cátaro
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- Libro:El tesoro cátaro
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1966
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El tesoro cátaro: resumen, descripción y anotación
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GÉRARD DE SÈDE (París, Francia, 5 de junio de 1921 - Allier, Francia, 29 de mayo de 2004). Pseudónimo de Géraud Marie de Sède de Lieoux. Fue un escritor francés y miembro de varias organizaciones surrealistas. Creó más de 40 obras sobre la historia alternativa, y es conocido sobre todo por su libro L'Or de Rennes, ou La Vie insolite de Bérenger Saunière, curé de Rennes-le-Château, (El oro de Rennes, o la extraña vida de Bérenger Saunière, sacerdote de Rennes-le-Château, de 1967), que luego fue publicado bajo el título de Le Tresor Maudit de Rennes-le-Château (El tesoro maldito de Rennes-le-Château), y luego otra vez en 1977 bajo el título de Signe: Rose + Croix («Signo: Rosa + Cruz»).
Gérard de Sede estuvo en el servicio activo durante la Segunda Guerra Mundial durante la ocupación alemana de París, y colaboró con las Forces françaises de l'intérieur (FFI), por lo que recibió dos menciones.
Después de la guerra, trabajó en una variedad de ocupaciones, incluyendo la venta de periódicos, la excavación de túneles, y como periodista durante los años 1950 y 1960.
Para labrar bien
hay que uncir el arado a una estrella.
EMERSON
Título original: Le Trésor cathare
Gérard de Sède, 1966
Traducción: Guillermo Lledó
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.0
[1] Zoroastro, descendiente de la familia de los Spitamas (los Blancos) y cuyo nombre significaba «astro brillante», se supone que vivió entre los siglos VII y VI antes de nuestra Era.
[2] Los textos griegos designan esta secta con el nombre de Katharoi.
[3] Según el mazdeísmo, religión primitiva del Irán que continuaron, depurándolas, las reformas de Zoroastro y de Mani, el Buey y el Fuego son los dos primeros de los «inmortales poderosos»; el Buey es la «proyección» terrestre del Buen Espíritu (Vohu Mana); El Fuego, la de Asha, garante del orden en el mundo. El Toro aparece también en otro culto iranio, el de Mitra, que, transmitido por sociedades secretas militares, había de llegar hasta Bulgaria y luego hasta las grutas pirenaicas llevado por las legiones romanas. El Fuego, objeto del culto supremo, era especialmente el fiador de los juramentos.
[4] H.Ch. Puech: Le Manichéisme, Annales du musée Guimet, París; 1949, p. 48.
[5] J. de Menasce: Mythologie de la Perse, en Mythologies de la Méditerranée et du Gange, Larousse. 1963.
[6] Mircea Éliade: Forgerons et Alchimistes, París, Flammarion, 1956, p. 108.
[7] Gilbert Durand: Les Structures anthropologiques de l'imaginaire , París, P.U.F., 1963, p. 330.
[8] Cástor, hijo de un hombre, y Pólux, hijo de un dios; Jacob y Esaú, Juan Bautista y Jesús, etc.
[9] Gilbert Durand, obra citada, p. 330.
[10] H.Ch. Puech, ob. cit.
[11] San Epifanio: Pan., LXVI, 1, 4; Efrén. Hymn. contra haer., I, 9.
[12] San Agustín: Contra Faustum, XIX (el cual, por cierto, considera «insensata» esta etimología).
[13] René Guénon: Le Roí du Monde, Gallimard.
[14] V. 34.
[15] Tito Livio. V. 34: «Durante el reinado de Tarquino el Antiguo, eran los bitúrigos los que mayor autoridad tenían entre los celtas que formaban la tercera parte de la Galia; ellos eran quienes daban un rey a la Céltica».
[16] Véase Mitología de Oc, I (al final de este libro).
[17] Véase Mitología de Oc, I (al final de este libro).
[18]Ad Aen., VII. 662: Hunc Geryonem alii Tartessiorum regem dicunt fuisse et habuisse armenta pulcherrima, quae Hercules occiso eo obduxit. De cujus sanguine dicitur arbor nata quae Virgiliarum tempore poma In modum cerasi sine ossibus ferat.
[19] Adolf Schulten: Tartessos, ein Betrag zur ältesten Geschichte des Westens, Hamburgo, 1950.
[20] Véase Mitología de Oc, II.
[21]Reyes, I, X, 22. La mención del marfil y los monos Indica claramente la existencia de relaciones comerciales entre Tartessos y el litoral del África occidental.
[22] Isaías, XXIII. 1: «Gemid, naves de Tarsis, porque vuestro puerto está destruido».
[23] «Pueblo pato» era el sobrenombre dado por los antiguos a los tartesios (y también a los fenicios), en razón a sus actividades como navegantes. Por cierto que éstos habían adoptado como emblema una pata de palmípedo, símbolo del remo. Cerca de Tartessos. Un río llevaba el nombre latino del pato. Anas (Estrabón, III), nombre que se convirtió bajo la dominación árabe en Ouadi-Anah: en la actualidad el río Guadiana, entre el Tajo y el Guadalquivir.
[24] Paul Herrmann: L'homme à la découverte du monde París, 1954, p. 37.
[25] Amédée Thierry: Historie des Gaulois, I, cap. 1, y Adolphe Garrigou: Ibères, Ibérie, Foix. 1884.
[26] Édouard Philipon: Les Ibéres, París, 1912, p. 79.
[27] Véase Mitología de Oc, II y R. P. Cesare de Cara: Hethei Pelasgi, Roma. 1894. 2 vol.
[28] Este Ogmio figura en la campana de la chimenea de la casa Molinier, calle de la Dalbade n.º 22 (antes calle del Temple), así como en la portada de dicha mansión, parcialmente construida con los restos de un antiguo templo hallado en el Garona. Según Pierre Andoque (Histoire du Languedoc, 1648), «Ambigat fue sucesor de Ogmio; en aquella época vivían Creso, rey de Lidia, y Esopo, autor de la lengua de doble sentido».
[29] Gilbert Durand: Les Structures anthropologiques de l'imaginaire , París. 1963.
[30] IV. I.
[31] Justino. XXIV, 4.
[32] Arriano, Anábasis, I, IV.
[33] Ateneo, X. 60.
[34] Justino, XXIV, 5.
[35] Pausanias, X, 19-22.
[36] Justino, XXIX, 6.
[37] Justino, XXIX, 6.
[38] Diodoro, fragmento XII.
[39] Pausanias, X, 23.
[40] Justino, XXIV, 8.
[41] Diodoro Sículo. V, 32: Ateneo, VI, 4: Apiano, Illyrica, IV; Estrabón. IV, 13: Justino, XXXII, 3.
[42] Justino, XXXII, 3: «Pero los tectósagos, una vez de vuelta a Toulouse, su patria de origen, fueron azotados por la peste y comprendieron, como les habían dicho los arúspices consultados por ellos, que no recobrarían la salud hasta que hubiesen sumergido el oro y la plata traídos de aquella guerra sacrilega en el lago de Toulouse. De este lago fue de donde, mucho tiempo después, el cónsul romano Q. S. Cepión hizo sacar todo el tesoro, de un peso de ciento diez mil libras de plata y cinco millones de libras de oro. Pero este nuevo sacrilegio había de causar la pérdida de Cepión y de su ejército».
[43] Estrabón, IV, 13.
[44] En español, san Saturnino. —N. del T.
[45] El «Rey del Mundo» gobierna con dos asesores. La triada Ambigat-Belloveso-Sigoveso de la mitología céltica, corre parejas con la tríada Conor-Cuchulainn-Connal Cernach.
[46] Robert Mesuret: Toulouse et le Haut-Languedoc, París, 1961.
[47] Los primeros tomaron Ancira y fundaron el reino gálata, en las fronteras de Lidia, una parte de la cual fue ocupada por los tectósagos. Los segundos se asentaron en la confluencia del Save y del Danubio y fundaron Belgrado (la Ciudad Blanca). Un afluente del Garona se llama también Save.
[45] Antoine Noguier: Histoire tholosaine, 1559.
[49] La confluencia del Garona y del riachuelo de Sauzet formaba en efecto, antaño, un estanque pantanoso.
[50] Estrabón, IV, 13.
[51] Diodoro Siculo, fragmento XXII.
[52] H.P. Eydoux: Monuments et Trésors de la Gaule, página 34.
[53] Estrabón (III, 8) dice al respecto: «Si hemos de creer a los galos, las minas que éstos poseen al pie del monte Pirene son muy superiores a las de Iberia. Dicen que a veces ocurre que se encuentra entre las pepitas de oro lo que se llaman “palas”, es decir, pepitas de una media libra de peso y que casi no necesitan ser purificadas. También se habla de pepitas más pequeñas de forma apezonada que se encuentran partiendo la roca. Estas pepitas, sometidas a una primera cocción y purificadas por medio de tierra aluminosa, dan una escoria que no es otra cosa que el electro. Esta escoria de oro mezclada con plata se vuelve a cocer; entonces se quema la plata y queda sólo el oro… Para la explotación de los ríos con pepitas se emplea la draga, y la arena extraída por ésta se lava cerca del lugar en artesas o platillos, o bien se abre un pozo en la orilla, sometiendo a lavado la tierra que de él se extrae. Aquí suele darse mucha elevación a los hornos de plata, a fin de que el humo que se desprende del mineral y que, por su naturaleza, es pesado y deletéreo, se disipe con más facilidad subiendo a mayor altura en el aire». Vemos, pues, que el problema de los humos industriales no es de ayer. Y, sin embargo, no puede decirse que lo hayamos resuelto, en nuestras ciudades, con una preocupación tan grande por la higiene como la de «nuestros antepasados los galos».
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