Franz Altheim - Visión de la Tarde y de la Mañana
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- Libro:Visión de la Tarde y de la Mañana
- Autor:
- Editor:EUDEBA
- Genre:
- Año:1965
- Ciudad:Buenos Aires
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Visión de la Tarde y de la Mañana: resumen, descripción y anotación
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LECTORES DE EUDEBA
CAPÍTULO II
NUEVOS PUEBLOS
I
Se ha dicho que la historia es historia de guerras. Esta frase ha sido acuñada con intencional parcialidad y a ello corresponde su validez. Basta constatar que hubo épocas en las cuales la historia era efectivamente historia de guerras, y que esas épocas se contaron entre las decisivas y trascendentales.
Desde antiguo China se ha opuesto a la guerra. Profesaba la actitud de que el ejército perfecto era aquel que se anticipaba a las crisis y revoluciones y de qua la más perfecta estrategia consistía en evitar guerras. O bien que el ejército debe ser mantenido para asegurar la paz, no para guerras de agresión. Y no obstante eso, épocas decisivas de la historia, incluso de la historia china, se han caracterizado por cambios militares y guerreros.
Hasta mediados del segundo milenio antes de Jesucristo, florecía una cultura campesina en los valles de los ríos Wei-ho, Huang-ho y sus respectivos tributarios. En el suelo, de limo calizo, se sembraba arroz y mijo, desconociéndose entonces aún el trigo. Los cerdos y el ganado vacuno ya eran animales domésticos; sus cuernos y huesos se empleaban para la confección de herramientas, además de piedras talladas. La sensibilidad artística se exteriorizaba en la confección de ollas y mucuras con sus convexidades y tiras pastosas plasmadas de arcilla maleable, y en los matices de violeta oscuro saturado, rojo cálido y bayo oscuro de la pintura empleada. Las anchas cintas, rollos y meandros ornamentales, y los colores saturados y vigorosos, encuentran su próximo parentesco en la cerámica contemporánea del territorio europeo de la Tierra Negra.
En esa zona penetró un pueblo nuevo: los Chang. Eran cazadores y guerreros, no campesinos, por lo cual contrastaban con la cultura más antigua del otro pueblo y con su existencia demétrica. Plasmaban sus recipientes de bronce blanco, duro, sonoro. Las formas y los contornos, en su totalidad, eran rígidos, nítidos y metálicos, y una voluntad plasmadora dominaba la abundancia de todo desahogo creador en las paredes y asas, patas y bordes. Ese arte ornamental estaba determinado por el animal que, allí como en otras partes, constituía el único tema. Los Chang son los creadores del primer estilo animal.
Armas superiores facilitaron la victoria a los conquistadores. Habían recibido el carro de guerra del Asia Central, y con él trajeron a China la mascarilla metálica, el casco de bronce y probablemente el arnés, también de bronce. Desde sus carros veloces y ágiles manejaban arcos de reflejo, largas lanzas y la alabarda. Su manera de combatir y sus armas acreditan a los Chang como parte integrante del gran movimiento basado en el carro de guerra y originado en las estepas eurasiáticas.
Su aparición marcó el final de la autosuficiencia campesina. Como pueblo de guerreros y vencedores ya no vivían del trabajo de sus manos, sino de los tributos de los vencidos. Ya no habitaban en aldeas, sino que gobernaban al país y a los campesinos tributarios desde “la gran Ciudad de Chang”. Por vez primera dieron a China una forma de gobierno bien definida, con todas las ventajas y desventajas forzosamente inherentes...
Hasta el año 300 a. C., China seguía apegada a lo que había aprendido de los Chang en materia de arte militar. El núcleo del ejército seguía siendo el carro de guerra, solo que por entonces éstos ya llegaban al millar, con sus dotaciones correspondientes y un séquito de cien soldados por cada carro. Lo que antaño había sido un tropel de conquistadores avanzando con velocidad arrolladora, ya para aquel entonces se había convertido en el ejército de un gran Estado. Todo había sido ordenado, organizado y multiplicado, pero precisamente ese hecho contribuyó a la disminución de la fuerza de combate de antaño. El crecimiento había traído consigo la torpeza del ejército, y la estrategia de antes ya no era suficiente para ganar guerras contra los nómadas limítrofes del Norte. Así sucedió que China experimentó por segunda vez una revolución total en el sector militar.
En la era de los “Imperios militantes”, el carro de combate se vio desplazado de la posición que había ocupado antes. Para controlar con éxito a las ágiles huestes de nómadas montados, los chinos tuvieron que aprender del adversario. Sobre todo los Hiung-nu, quienes habitaban las estepas y los desiertos del Norte y Noroeste del meandro del río Ordos, fueron los causantes de esa revolución. El emperador Wu-ling de los Dschao (325-298) fue el primero en darse cuenta de lo que estaba por suceder. Bajo su reinado, el ejército adoptó la indumentaria y las armas de los Hiung-nu y aprendió a tirar con arco y flecha, a caballo. Luego aniquiló a los Hiung-nu “de la selva” en el vigésimo sexto año de su gobierno. Al introducir Wu-ling sus reformas, remplazó los vehículos por caballos; las túnicas largas y sueltas de los chinos por la indumentaria ceñida de los nómadas, o sea pantalones y chaqueta ceñida por un cinturón; asimismo las altas botas de montar llegaron a desplazar al zapato muelle de los chinos.
Los Hiung-nu eran de origen turco, aun cuando no admitían su origen. De las tribus nómadas del Irán septentrional habían adoptado las armas, la indumentaria y la montura. Todo Hiung-nu era guerrero; ya a los niños se les enseñaba el arte militar. Quienquiera que tuviera fuerza suficiente para manejar el poderoso arco de reflejo, era alistado como jinete acorazado. Además del arco, manejaban la lanza y la espada en lucha cuerpo a cuerpo.
El combate montado de los Hiung-nu surgió de su existencia de pastores y cazadores. Pero también en este aspecto se produjo una evolución y sistematización de algo ya existente. Eso sucedió hacia fines del siglo III a. C., por obra del primero y más grande entre los gobernantes de los Hiung-nu: Mao-dun.
Había conquistado el poder por medios despiadados, y pensaba expandirlo. Incluso los hombres de su propia tribu tuvieron que aguantar su mano dura. De un desordenado tropel de guerreros nómadas que eran los convirtió en un ejército disciplinado. El granizo de flechadas que desde tiempos remotísimos solía iniciar todo combate era dirigido de manera homogénea. Una caballería organizada, integrada por unidades bien delimitadas, vino a sustituir a los desorganizados tropeles de asalto de antaño. Incluso en materia de armas se registraron mejoras: los Hinug-nu manejaban no tan solo el arco, sino también la alarbarda y la larga lanza. A los que llevaban armas livianas se unieron jinetes armados hasta los dientes, provistos de arneses.
Por medio del ejército recién creado, Mao-dun extendió su dominio hasta las orillas del río Orcon y la Selengá, hasta los kirguisios de la Siberia Meridional, la Dsungaría y el Turquestán oriental.
Las pretensiones de los Hiung-nu aumentaron considerablemente en aquel entonces sin detenerse siquiera ante los representantes del Hijo del Cielo. “Embajador de Han”, decían, “no hables demasiado. Harías mejor en fijarte en las medidas de los géneros de seda, del arroz y de la malta de arroz que Han tiene que reunir para Hing-nu, para que no haya errores y todo esté en buenas condiciones. ¿De qué otra cosa quieres hablar? Si las mercancías pendientes de entrega están completas y en buen estado, los negocios están concluidos. Si, en cambio, no lo estuvieran, nuestros jinetes, tan pronto vuestras cosechas estén maduras en otoño, acudirán a pisotearlas y a recogerlas.”
La sistematización del modo de combate de los nómadas aumentó la eficacia del mismo. Al propio tiempo, sin embargo, se había apartado de sus condiciones naturales. Antaño acondicionado por la existencia nómada, ligado a la misma y por tanto, inimitable, ese método se había convertido en una táctica que era posible aprender y transmitir. China no vaciló en aprovechar esa posibilidad. Al igual que antaño, para hacer frente al adversario, se había imitado a sus tiradores montados, China hizo otro tanto con la táctica en general.
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