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Helen Rappaport - Atrapados en la Revolución Rusa, 1917

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Helen Rappaport Atrapados en la Revolución Rusa, 1917
  • Libro:
    Atrapados en la Revolución Rusa, 1917
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2016
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Atrapados en la Revolución Rusa, 1917: resumen, descripción y anotación

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AGRADECIMIENTOS

No recuerdo el momento exacto en el que empecé a recopilar los testimonios de los extranjeros que vivieron la Revolución rusa de 1917, pero ese interés creció rápidamente durante los años 90, cuando trabajaba como editora independiente. En esa época manejé muchos manuscritos históricos, y me sorprendió la diferencia entre el número de rusos que habían escrito sobre la revolución, y los relativamente pocos que encontré de los muchos no rusos que, por diferentes motivos, se quedaron atrapados en Petrogrado ese año. Sabía que tenía que existir algo más que la publicitada narración de un solo hombre, John Reed, en apariencia dominante, con sus Diez días que estremecieron al mundo.

También sabía que había muchas mujeres, además de la pareja de Reed, Louise Bryant, que asistieron al desarrollo de los acontecimientos. Y ¿qué pasó con todos los demás periodistas, por no hablar de los diplomáticos, empresarios, industriales, enfermeras y médicos o voluntarios, y las esposas e hijos que, con frecuencia, les acompañaron? ¿O con las institutrices y niñeras inglesas que, sabía, abundaban en Rusia en la época? No ignoraba que en la capital había existido una animada colonia inglesa desde el siglo XVIII, igual que en Moscú, y que el Archivo Ruso de Leeds, en mi antigua universidad, guardaba documentos fascinantes sobre algunos de ellos.

Así pues, empezando por las personas que aparecían en el ARL, empecé a buscar a otros testigos perdidos y olvidados de Petrogrado en 1917, especialmente de las comunidades diplomáticas de Francia y EE. UU. Por el camino encontré también a varios de otras nacionalidades, y ese interés, que había comenzado como una afición, pronto se convirtió en un empeño más serio. Hace diez años me di cuenta de que podía convertirse en un libro, pero debía apresurarme, porque también era consciente de que el mejor momento para una obra así sería el centenario de la revolución, en 2017.

En el curso de mi recolección, feliz pero cada vez más obsesiva, de personas que habían asistido a las convulsiones en Petrogrado, muchos amigos –algunos antiguos y otros recientes– me ayudaron con sus sugerencias, buscando material para mí y ayudándome a seguir el rastro de los personajes más huidizos. Agradezco enormemente las diversas y numerosas formas en las que han contribuido a hacer posible este libro: a mis colegas eslavistas Doug Smith y Simon Sebag Montefiore por las conversaciones sobre Rusia y los Romanov, y sus sabios consejos; a mi buena amiga Candace Metz-Longinette Gahring de Saint Louis, por ayudarme a acceder a documentos en Missouri y otros lugares; a Roger Watson por instruirme acerca de las cámaras que utilizó Donald Thompson; a Mark Anderson de la Biblioteca Pública de Chicago, un genio a la hora de buscar artículos difíciles de encontrar en revistas antiguas; a Ilana Miller por hacer lo mismo en California; a Marianne Kouwenhoven por ayudarme a seguir la pista de los diplomáticos belgas y holandeses; a Ken Hawkins por compartir amablemente su tesis sobre Arno Dosch-Fleurot; a Amy Ballard del Smithsonian; y a Griffith Henniger, Henry Hardy, June Purvis, Jane Wickenden y William Lee por sus valiosas aportaciones.

Me siento especialmente agradecida con Harvey Pitcher, autor de Testigos de la Revolución rusa (John Murray, 1994), que me dio consejos muy valiosos cuando le visité en Noruega, y con gran generosidad compartió sus investigaciones conmigo; a Sue Woolmans por revisar el material de los archivos de la BBC, y por ser una amiga incondicional y una defensora incansable de mi trabajo; al historiador del cine David Mould de la Universidad de Ohio por compartir tanto su conocimiento sobre Donald Thompson como su original y tenaz deseo de encontrar sus películas perdidas; al fiel Phil Tomaselli por facilitarme, una vez más, la búsqueda en los Archivos Nacionales; a Charles Bangham y a Brian Brooks por compartir conmigo sus recuerdos familiares de Edith Kerby; y a John Carter por dejarme leer las cartas de Petrogrado de su abuelo, Bousfield Swan Lombard. También le debo un enorme agradecimiento a mi amigo David Holohan por sus excelentes traducciones del material de los testigos franceses, y por fotocopiar algunas fuentes de difícil acceso en Londres. Finalmente, estoy una vez más en deuda con Rudy de Casseres, en Finlandia, un eslavista extraordinario, que leyó y comentó el manuscrito y me ayudó a acceder a algunas fuentes importantes en ruso, repasando muchos ejemplares del periódico Novoe vremya por mí, tarea que superó mi agudeza visual.

A la hora de ofrecer nuevas perspectivas sobre la revolución de fuentes no citadas hasta ahora, tuve que investigar en profundidad, durante mucho tiempo, en libros olvidados, bibliotecas online y catálogos de archivos, con la satisfacción de sacar a la luz una gran cantidad de material nuevo, especialmente en EE. UU. Por desgracia no pude utilizar todo, pero quiero expresar mi gratitud a los siguientes archivos y documentalistas, por el material que me proporcionaron con tanta generosidad y disponibilidad: a la Biblioteca y Archivo de Colecciones Especiales Falers de Nueva York, a la Sociedad de Historia de Indiana, a la Sociedad de Historia Estatal de Missouri y a su Museo de Historia (Saint Louis); a la Biblioteca del Congreso; a la Biblioteca de Manuscritos Seeley G. Mudd, en la Universidad de Princeton, y al Archivo de la Universidad de Harvard. Ron Basich, en California, me buscó una vez más fuentes en la Institución Hoover, y consiguió que pudiese fotocopiarlas. Siempre se ha intentado, de todas las formas posibles, contactar con los propietarios de los derechos para citar las fuentes contenidas en esos archivos.

Durante la escritura de Atrapados en la Revolución buceé entre gran cantidad de fuentes en archivos de todo Estados Unidos, y, aunque no siempre aparecen citadas en este libro, me proporcionaron un trasfondo muy útil, por lo que quiero agradecérselo: a Carole Hsin de Yale; a Robin Carlaw de Harvard; a Dale Stieber del Occidental College; a Lee Grady de la Sociedad de Historia de Wisconsin; a Karen Kukil del Smith College; a Thomas Whittaker, de la Biblioteca de la Universidad de Chicago; y a Tanya Chebotarev, del Archivo Bakhmeteff.

En Inglaterra, estoy en profunda deuda con mi amigo y colega eslavista Richard Davies, documentalista del Archivo Ruso de Leeds, por su respaldo, importante y constante, a este proyecto, y por su paciencia y buen humor a la hora de lidiar con la larga lista de fuentes que consulté cuando fui allí, y por sus constantes y sabios consejos. La dedicación de Richard al ARL durante muchos años ha logrado que esa maravillosa institución ocupe un lugar único en Inglaterra para los que investigan sobre los británicos en Rusia antes de la revolución, y quiero aprovechar esta oportunidad para animar a todos aquellos que conserven documentos familiares relativos a que tomen en consideración la posibilidad de donarlos al ARL. Todas las citas de las fuentes del ARL se incluyen con permiso de sus titulares, cuando ha sido posible localizarlos. También debo mi gratitud a los herederos del legado literario de Arthur Ransome; a Bridget Gillies de la Universidad de East Anglia por permitirme utilizar el material del deslumbrante archivo de Jessie Kenney; a la Biblioteca John Rylands y a la Universidad de Manchester; a la Biblioteca Nacional de Gales por el testimonio de sir George Bury en 1917; a Peter Rogers, del Museo Stewart, en Burnby Hall; y al Archivo Nacional y al Museo Imperial de la Guerra por el acceso a los manuscritos que custodian. En los archivos de BBC Radio 4 hay una enorme cantidad de material sin transcribir, desde los años 50, al igual que en el de su televisión. Agradezco a Vicky Mitchell y al Archivo de BBC Radio el permiso para citar las entrevistas de Louisette Andrews. También me gustaría señalar especialmente las valiosas pistas que obtuve de la fascinante tesis de Lyubov Ginzburg «Confronting the Cold War Legacy: The Forgotten History of the American Colony in St Petersburg» (Universidad de Kansas, 2010), que me encaminó hacia uno de los héroes de este libro, Leighton Rogers.

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