Ernesto Ballesteros Arranz - Arquitectura de la España romana
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- Libro:Arquitectura de la España romana
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:2013
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Arquitectura de la España romana: resumen, descripción y anotación
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ERNESTO BALLESTEROS ARRANZ (Cuenca, España, 1942) es Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense y doctor en Filosofía por la Autónoma de Madrid. El profesor Ernesto Ballesteros Arranz fue Catedrático de Didáctica de Ciencias Sociales en la Facultad de Educación, además de su labor como enseñante en el campo de la Geografía, manifestó siempre un particular interés por la filosofía, tanto la occidental como la oriental, en concreto la filosofía india. Buena prueba de ellos son sus numerosas publicaciones sobre una y otra o comparándolas, con títulos como La negación de la substancia de Hume, Presencia de Schopenhauer, La filosofía del estado de vigilia, Kant frente a Shamkara. El problema de los dos yoes, Amanecer de un nuevo escepticismo, Antah karana, Comentarios al Sat Darshana, o su magno compendio del Yoga Vâsishtha que fue reconocido en el momento de su edición, en 1995, como la traducción antológica más completa realizada hasta la fecha en castellano de este texto espiritual hindú tradicionalmente atribuido al legendario Valmiki, el autor del Ramayana, y uno de los textos fundamentales de la filosofía vedanta.
Ha publicado también Historia del Arte Español (60 Títulos), Historia Universal del Arte y la Cultura (52 Títulos)
Como resultado directo de la conquista de la Península Ibérica por las legiones romanas, la romanización se inicia desde el primer momento y se acentúa durante el Imperio, o sea, desde el año 19 a. de J.C. en adelante, y se completa, por influjo del Cristianismo, en los siglos III y IV de nuestra Era. Desde que en el 218 a. de J.C. Cneo Scipión desembarcó en Ampurias para luchar contra los cartagineses, iniciando así la conquista de Hispania, Roma ya no cesó en su empeño de convertirla en una provincia más del vasto territorio que tenía a Roma por centro y capital.
Junto a la religión, la lengua y las costumbres, llegaron a la Península nuevas formas artísticas con un perfecto dominio de la técnica y de los materiales, hasta el punto de que en el territorio hispano se alzaron construcciones iguales, y a veces superiores, a las de la misma Italia.
La primitiva división territorial establecida en Hispania por los romanos fue de dos provincias, Citerior y Ulterior, cuya primera línea divisoria se fijó en el río Ebro. En tiempos de Augusto, la Ulterior se fraccionó en otras dos, Lusitania y Bética, mientras que la Citerior recibió el nombre de Tarraconense. Hacia el 212 de nuestra Era, Caracalla creó la nueva provincia de Gallaecia y, años más tarde, Diocleciano establecía la Cartaginense.
Dentro de estas provincias existieron ciudades destacadas por su elevado nivel de romanización e importancia política, de entre las que destacan Corduba (Córdoba), Astigi (Ecija) e Hispalis (Sevilla), en la Bética; Cartago Nova (Cartagena), Tarraco (Tarragona), Cesaraugusta (Zaragoza), Astúrica (Astorga), Lucus (Lugo) y Bracara (Braga), en la Tarraconense; y Emerita (Mérida), Pax Agusta (Beja) y Scallabis (Santarem), en la Lusitania. Ciudades todas estas que estaban comunicadas entre sí con Roma y los puertos del litoral por una vasta red de calzadas, a las que nos referiremos más ampliamente.
Los romanos, al igual que los griegos, usaron la arquitectura arquitrabada; pero no dejaron de utilizar el arco, ni de emplear la bóveda y la cúpula para cubrir los edificios de grandes proporciones. Con gran sentido práctico -más como ingenieros que como artistas-, acomodaron estos sistemas a sus necesidades y los combinaron, Ilegando a crear una arquitectura nueva, eminentemente romana. De esta arquitectura típicamente romana, España, tan romanizada, conserva muestras que, aunque corresponden, por lo general, a los dos siglos primeros del Imperio, permiten seguir la evolución de la técnica arquitectónica romana. Los materiales empleados fueron, con preferencia, la piedra y el mármol, pero usaron asimismo el ladrillo y el adobe, a los que vino a unirse el «opus caementicum», una especie de cemento hidráulico de tierra y cal, mezclado con cantos y guijarros que, una vez fraguado, se empleaba para rellenar la parte interior de los muros revestidos de sillería por el exterior. También utilizaron los romanos los órdenes clásicos de los griegos, aunque con algunas variantes, y a los tres ya conocidos (dórico, jónico y corintio), añadieron el toscano y el compuesto.
Para la defensa de puntos estratégicos y de sus ciudades construyeron los romanos murallas y torres, de las que, aunque no se conserva mucho, lo que conocemos sirve para apreciar su importancia y su sistema constructivo. Las murallas de Tarraco (Tarragona) son en gran parte del aparejo ciclópeo y fueron construidas por los romanos a fines del S. III a J.C., probablemente en tiempos de los Escipiones, lo mismo que las de Gerona y Ampurias. La base de las murallas tarraconenses, de tipo ciclópeo, es de lo más impresionante que puede contemplarse por la técnica de su construcción, a base de grandes bloques de piedra sin labrar, algunos de los cuales alcanzan los tres metros de ancho por cuatro de largo, y pasan de las tres toneladas y media de peso. Especial mención merecen las cinco puertas ciclópeas que se conservan. Sobre esta obra ciclópea, que se atribuyó anteriormente a etruscos e ibéricos, se conservan algunos lienzos más típicamente romanos, construidos con sillares almohadillados en forma de paralelepípedo. Esta diferencia de aparejo puede provenir de un cambio de concepto, mientras se construía la muralla, o del deseo de evitar una cimentación profunda por la utilización de ese poderoso basamento. La primitiva longitud de la muralla era de unos cuatro kilómetros, de los que se conserva en la actualidad aproximadamente uno.
Del recinto fortificado de Barcelona, la Colonia Faventina Julia Augusta Barcino, cuyo trazado cuadrilongo ha sido posible reconstruir, se conservan las dos torres semicilíndricas de sillería, que flanqueaban la puerta pretoria y algunos lienzos de la muralla del lado norte.
También se conservan restos de las murallas de Ercávica (Cabeza de Griego, Cuenca), Numancia y Ocilis (Medinaceli, Soria). En Mérida se aprecian restos del antiguo recinto, al igual que en Cáceres, Coimbra y Coria (la romana Caurium).
Pero el recinto romano más completo e interesante de España es el de Lucus (Lugo), en forma de elipse irregular de más de dos kilómetros de perímetro; el lienzo de muralla, de un espesor de seis metros y oscilando su altura entre 11 y 14 metros, se interrumpe por torres semicilíndricas, en número de setenta.
Las murallas de León, con sus torres, dan también una idea de lo que fue el campamento de la Legio VII Gemina, que dio origen a la ciudad.
En toda ciudad, grande o pequeña, existía una serie de edificios destinados unos a servicios administrativos, otros, a viviendas particulares; éstos, al culto, y aquéllos, a los espectáculos. Las casas estaban formadas por un gran atrio con hueco para la recogida de las lluvias (compluvium), al que daban las habitaciones laterales (alae), la gran sala de recibimiento (tablinium), el comedor (triclinium) y un patio con columnas en torno (peristylum).
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