Francisco A. de Icaza - Páginas escogidas
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- Libro:Páginas escogidas
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1959
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VERSOS:
Efímeras. Confidencias, paráfrasis, poemas íntimos. Sucesores de Rivadeneyra. Madrid, 1892.
Lejanías. Estados del alma. Del libro del dolor. Poesía de las cosas, versos. Sucesores de Rivadeneyra. Madrid, 1899.
La canción del camino. Sucesores de Rivadeneyra. Madrid, 1905.
Cancionero de la vida honda y de la emoción fugitiva. Talleres Poligráficos, Madrid (sin fecha).
CRÍTICA CONTEMPORÁNEA:
Examen de críticos, Madrid, 1894.
De los poetas y de la poesía. Madrid, 1919.
OBRAS CERVANTINAS:
Las novelas ejemplares de Cervantes. Sus críticas, sus modelos literarios y sus modelos vivos (premio del Ateneo de Madrid). Madrid, 1901.
De cómo y por qué la tía Fingida no es de Cervantes (premio de la Real Academia Española). Madrid, 1916.
El Quijote durante tres siglos (Real Academia Española. Premio de la Raza). Madrid, 1918.
HISTORIA LITERARIA:
Sucesos reales que parecen imaginados, de Gutierre de Cetina, Juan de la Cueva y Mateo Alemán (Premio de la Academia Española). Madrid, 1919.
Lope de Vega, sus amores y sus odios. (Premio Nacional de Literatura Española). Madrid, 1919.
OBRAS VARIAS:
La Universidad Alemana. Madrid, 1915.
La risa, la muerte y el hombre. Madrid, 1919.
Literaturas germánicas. De Goethe a los novísimos. Madrid. Conquistadores y pobladores de Nueva España. Diccionario autobiográfico sacado de los textos originales. Madrid, 1923.
ANTOLOGÍA CRÍTICA DE POETAS EXTRANJEROS:
Hebbel. I Versos, II Autobiografía, ideario y filosofía del drama. Madrid, 1919.
Liliencron y Dehmel. Madrid, 1919.
Nietzsche, poeta. Madrid.
OBRAS CLÁSICAS:
Prologadas y anotadas: Comedias y Tragedias de Juan de la Cueva (Sociedad de Bibliófilos españoles). El sagaz Estacio, Marido examinado, por Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo (edición de La Lectura). El infamador, Los siete infantes de Lara y El ejemplar poético, por Juan de la Cueva (Edic. de La Lectura). La danza de la muerte (Códice del Escorial. Grabados de Holbein).
Traducciones: Senilia, de Turguenef.
Y he llegado, señores, a la parte más difícil de mi estudio: a la que tiene indispensablemente que referirse a la crítica en la literatura española contemporánea. Es trabajo escabroso en demasía, y del que, a ser posible, me hubiera eximido. Privábame de la satisfacción inmensa de hacer muchos y justificados elogios, a trueque de no hallarme en la necesidad de decir una sola cosa que disguste a alguien. Porque es común que los que ejercen la crítica, y debieran por este motivo ser los primeros en reconocer el derecho de que otros la ejerciten, se incomoden cuando hay quien, a su vez, los discute y examina.
Así y todo, comenzada la tarea, seguiré expresándome con absoluta independencia.
Por fortuna para mí, hay mucho bueno que decir de la crítica española.
Como no encuentro en esta crítica tendencias que la unifiquen, hablaré separadamente de algunos de los principales escritores que la cultivan.
Empezaré por el autor de Pepita Jiménez.
Ha dicho de sí mismo don Juan Valera que «su entendimiento es más complicado que claro: está lleno de contradicciones y se quiebra de puro sutil». No falta quien viendo este retrato íntimo, tan sinceramente dibujado, le juzgue más humorista que crítico. Yo opino que le bastaba haber escrito su disertación Sobre el Quijote y su estudio Del romanticismo en España, para dejar probado que es un crítico y de los mejores. Pero no por eso dejo de creer que a quien hay que admirar en Valera, más que al crítico famoso y al novelista insigne, es al escritor mismo. Al espíritu más exquisito y culto, al erudito más ameno, y al prosista más naturalmente elegante con que cuentan hoy las letras castellanas.
Cuando leo a Valera me identifico de tal modo con él, que pienso «no es la verdad lo que me seduce, sino el esfuerzo de discurso, de sutileza y de imaginación que se emplea en descubrir la verdad aunque no se descubra», y que «una vez la verdad descubierta, bien demostrada y patente, suele dejarme frío». Por eso me es igual que hable de Leopardi o de Mesia de la Cerda, y me importa lo mismo que juzgue el Canto nocturno, o el ¿portentoso? soneto a Un cadáver, o el encomio al «artificio hidráulico». Con el mismo deleite lo escucho cuando llama a los dogmas «ingeniosidades que nos entretienen y consuelan durante nuestra existencia terrestre», que cuando nos dice que «siempre que se ofende de modo grave a la religión, la legítima belleza desaparece toda avergonzada». No tomo al pie de la letra, viniendo de sus labios, esas afirmaciones contradictorias, y veo lo que tiene de verdad relativa cada una de ellas.
Ya antes que Lemaître había dicho Sainte-Beuve que el crítico sincero ha de contradecirse a su pesar, porque no se piensa igualmente, no digo en toda la vida, ni todos los días, ni a todas horas.
Bourget pinta el fondo y la forma de los juicios de don Juan Valera cuando, al hablar de un gran crítico, dice: «Las disposiciones de espíritu que la alta cultura produce ordinariamente son la multiplicidad de puntos de vista, el gusto de los matices, la desconfianza con respecto a las fórmulas absolutas y la necesidad de las soluciones complicadas.»
La alta cultura del traductor del idilio de Longo lo lleva como por la mano a esas disposiciones del espíritu, a ese gusto por los tonos medios, a esa multiplicidad de puntos de vista de que habla el literato psicólogo.
Las teorías críticas del señor don Federico Balart, pueden condensarse en estos renglones suyos. «Yo juzgo de la obra artística, como los místicos juzgan de la oración, por sus efectos. Si me infunde nobles sentimientos… por buena la tengo; si me produce los efectos contrarios, la declaro mala sin temor de equivocarme.»
¿No es esto impresionismo puro? Balart es tan impresionista y tan subjetivo como Lemaître y France; la única diferencia que hay entre ellos es que Lemaître y France no se creen infalibles, piensan que el espectáculo está en el espectador, y Balart está seguro de no equivocarse. Quién tenga razón, no seré yo quien lo diga. Lo que sí puedo decir es que las obras hermosas agradan casi siempre al señor Balart, es decir, le infunden nobles sentimientos. Muchas veces los que no podemos estar iniciados en los secretos de su alma, no imaginamos cómo una obra de arte produjo tales efectos, sino pensando en aquella máxima vieja que dice que Dios hace renglones derechos con pautas torcidas; pero es el caso que si la obra hermosa parece buena al señor Balart, ya puede estar seguro el autor de que encontró el panegirista más entusiasta. El crítico se penetrará del alma de la obra artística, apreciará la ejecución en sus detalles felices, y no escatimará elogios honda y discretísimamente dichos.
En eso de saber decir las cosas de modo plástico, haciendo una crítica entera en una sola frase, Balart no tiene, hoy por hoy, en España rival alguno.
En su estilo y en su prosa no se encontrarán las sutilezas, las argucias y las medias tintas de Valera, nunca podría decir como éste, lo que no puede decirse; no se le ocurriría llamar a la máquina que, «según afirman varones doctos, tomaron los hombres de la cigüeña»,[*] «artificio hidráulico superior al de Juanelo», ni otras ingeniosidades maravillosas. En cambio, él dijo, a propósito de las vacilaciones y tanteos que percibía en una obra escénica hecha en colaboración: «por los zarzales y veri cuentos del drama, se camina mal del brazo». Él escribía, con ocasión de una sencilla y conmovedora comedia, representada ante un público aristocrático y frío: «hay obras que no se pueden aplaudir con guantes». Él, para describir la gracia de un actor, decía: «hay quien la tiene en la boca, hay quien la tiene sólo en los trajes;
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