He seguido una serie de recomendaciones para llegar al público más amplio posible: reducir al mínimo las grafías extrañas; utilizar los nombres y topónimos más habituales y suprimir casi todos los signos diacríticos; hacer referencia a países y regiones modernas para evitar confundir al lector con nombres de lugares que ya no se usan, y añadir notas finales con información suficiente para encontrar las fuentes históricas.
PRÓLOGO
La calle está abarrotada de clientes que compran collares de perlas procedentes de Ceilán, adornos de marfil africano, perfumes conservados con sustancias elaboradas en el Tíbet y Somalia, frascos de ámbar del Báltico y muebles construidos con todas las maderas aromáticas imaginables. El olor a incienso impregna el aire. En la tienda de la esquina venden productos caros y sofisticados junto a modelos adaptados a los consumidores de la zona. Según la festividad de que se trate, los fieles hindúes, musulmanes o budistas se suman a la muchedumbre. Más tarde, cuando vas a casa de una amiga, esta te ofrece un refresco exótico. Su familia te muestra con orgullo su última adquisición: una mesa de sándalo javanés con un cuerno de rinoceronte. Muchos objetos parecen importados, lo que demuestra el gusto cosmopolita de la familia de tu amiga.
Esta ciudad, debido a sus muchas conexiones con lugares lejanos, recuerda a una metrópolis moderna, pero así es como era Quanzhou en el año 1000. A mitad de camino entre Shanghái y Hong Kong, Quanzhou era por aquel entonces uno de los puertos más grandes y ricos del mundo.
Todos esos productos eran mercancías habituales en aquella época. Durante siglos los chinos importaron maderas fragantes, como el sándalo, desde Java y la India, y resinas aromáticas, como la mirra y el olíbano, desde la península arábiga. Los chinos quemaban incienso para perfumar el ambiente, humedecían la ropa con aromas importados para conferirles una fragancia agradable y condimentaban medicamentos, bebidas, sopas y tartas con especias de importación.
El comercio de exportación iba viento en popa, y el producto chino más avanzado era la cerámica cocida a altas temperaturas. La competencia barata provenía de los alfareros de Oriente Medio, quienes mezclaban esmaltes de imitación que se parecían a las brillantes cerámicas chinas pero que no se cocían a la misma temperatura. Con la apertura de nuevas rutas, los artesanos, que habían sido los únicos proveedores de sus compatriotas, se encontraron de repente compitiendo por una cuota de mercado con fabricantes del otro extremo del mundo.
El año 1000 constituye el comienzo de la globalización. Es entonces cuando las rutas comerciales que se crean en todo el mundo permiten que los bienes, las tecnologías, las religiones y las personas abandonen sus lugares de origen y se trasladen a nuevos destinos. Los cambios resultantes fueron tan profundos que afectaron también al común de las gentes.
En el año 1000 —o lo más cerca de esa fecha que los arqueólogos son capaces de determinar—, los exploradores vikingos partieron de su Escandinavia natal, cruzaron el Atlántico y llegaron a la isla de Terranova, un territorio en el que ningún europeo había estado nunca. (Nadie se había trasladado a América desde las migraciones procedentes de Siberia, más de diez mil años antes.) Los vikingos conectaron las rutas comerciales ya existentes en América con las de Europa, Asia y África, una masa de tierra a la que nos referiremos con el nombre de Afroeurasia. Por primera vez en la historia, un objeto o un mensaje podían dar la vuelta al mundo.
A diferencia de los escandinavos, los otros protagonistas del año 1000 —los chinos, los indios y los árabes— no eran europeos. La ruta marítima más larga que se utilizaba habitualmente comunicaba China con las ciudades omaníes y con Basora, el puerto más próximo a Bagdad. La ruta entre el golfo Pérsico y China combinaba dos caminos de peregrinación, uno para los musulmanes que iban de China a la Meca y otro para los africanos que también hacían el hach