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Confieso que llevo décadas viajando por España. Como simple aficionado a la naturaleza y el aire libre desde que era niño; más tarde, de manera profesional como escritor y periodista. Y he de reconocer que pese a esos miles y miles de kilómetros por todo tipo de caminos, pese a la de coches fundidos en el empeño y la de noches pasadas en los más variopintos hostales y pensiones siempre aparece un detalle que me sorprende, un rincón que desconocía. Es la grandeza de este país: su diversidad no deja de asombrarte jamás.
Decir que España es el país con mayor variedad paisajística de Europa sería una obviedad. ¿En qué otro lugar del continente podrías desayunar en un desierto casi africano, entre azufaifas, palmitos y henequenes, y cenar junto a las cumbres nevadas de una cordillera de ambiente alpino?
Entre un extremo y el otro se despliegan innumerables lugares mágicos: paisajes, aldeas, catedrales, puentes, ermitas, bosques… Unos creados por la naturaleza, otros por el hombre. Estupendas excusas para moverse, para viajar y descubrir un territorio único.
Los 365 lugares de este libro, que podrían haber sido quinientos o mil, son una selección personal de mis sitios favoritos. Esos que recomendaría sottovoce a alguien cercano. No es un listado oficial de maravillas de España ni pretende ser una selección excluyente. No están algunos de los recursos turísticos más célebres y fotografiados y, en cambio, aparecen otros fuera de toda ruta habitual.
Son simplemente 365 lugares muy especiales que no se pueden dejar de ver.
Paco Nadal
© Imagen M.A.S./Juanjo Pascual
ANDALUCÍA
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Senda costera del cabo de Gata
En el cabo de Gata, el rincón más desértico de Europa, las precipitaciones apenas superan los 240 milímetros anuales y la vegetación tiene nombres tan subyugantes como azufaifas, cornicales, albaidas, tarejes y adelfas. Este país «de lagartos y piedras», en palabras de Juan Goytisolo, está protegido desde 1987, cuando se declaró parque natural para salvar del urbanismo descontrolado sus 28.000 hectáreas de ecosistema marítimo-terrestre de clima subtropical mediterráneo desértico, único en el Viejo Continente.
El Parque Natural Marítimo-Terrestre de Cabo de Gata-Níjar se puede visitar de muchas maneras, pero la más genuina es seguir la senda costera que recorre todo el parque, con la mirada puesta siempre en el cercano mar. El camino se inicia en Agua Amarga, fondeadero de pescadores desde la época hispanomusulmana, y enseguida se encarama en un desierto costero, exótico y lejano, de piedra volcánica, palmitos y azufaifas. El escenario es abierto, radiante, de colores primarios, y la senda juguetea salvando desniveles suaves para avanzar de cala en cala, de playa en playa, con la inmensidad azul del Mediterráneo siempre a la izquierda y el paisaje morisco de casas cúbicas de cal, higueras y algarrobos a la derecha.
El sendero pasa por la cala de San Pedro, una ensenada grande y bella donde vive la última comunidad hippie del cabo de Gata (quizá de la Península) y desciende hasta Las Negras, donde el entorno sombrío de cantos rodados negros que rodean el pueblo y sus playas —y que hace obvia la procedencia del topónimo— contrasta con el blanco del caserío andaluz de Agua Amarga.
Más adelante, tras el mirador de la Amatista, la senda cruza La Isleta y Los Escullos, dos aldeas contiguas a las que la electricidad no llegó hasta 1969, y el teléfono hasta 1982, y en las que es inevitable evocar un oasis. Quizá el tramo más espectacular llegue después de San José: entre las playas de los Genoveses y el Monsul, las dos más famosas (y concurridas) del parque, se encuentra la cala del Barronal, cuyas paredes acantiladas de material volcánico, en las que abundan las columnas de basalto, son de una extraña y enigmática belleza. Si hace buen día y el oleaje no es muy fuerte, se avanza al borde del mar, a veces por tramos en los que la pared volcánica y el agua están separadas por apenas un metro de anchura, a través de un paisaje que parece sobrenatural.
CÓMO LLEGAR Agua Amarga está a 72 km de Almería por la A-7; tomar la salida 494 y seguir la N-341 en dirección Carboneras.
INFORMACIÓN Oficina de Turismo de San José
TELÉFONO 950 38 02 99
© Imagen M.A.S./Juanjo Pascual
Castillo de Vélez-Blanco
Quien quiera visitar todo el castillo de Vélez-Blanco, uno de los más bonitos de Almería, deberá atravesar el océano Atlántico. Sobre una roca que domina este pueblo del norte almeriense se alza majestuosa la fortaleza renacentista que fue residencia oficial del marquesado de los Vélez, cuyos dominios se extendían por Almería y Murcia. Se trata de uno de los mejores ejemplos de castillo-palacio del siglo XVI. Sin embargo, su delicado claustro, construido con mármol blanco de Macael, una de las joyas del Renacimiento andaluz, fue adquirido en el año 1904 por un rico norteamericano y trasladado por piezas hasta Estados Unidos. Actualmente se exhibe en el Museo Metropolitano de Nueva York. Tenía (o sigue teniendo, solo que en la Gran Manzana) 16 metros de largo por 13,5 de ancho, y dos alturas de galerías con arcos rebajados y columnas, amén de una decoración de estatuas clásicas.
De la fortaleza actual llaman la atención sus siete torres, de la misma altura que la muralla, excepto la enorme torre del Homenaje, que sobresale por encima del conjunto. El patio de caballerías conecta con un puente levadizo que da paso a la puerta principal, acceso a la zona noble y el palacio, de planta hexagonal alargada, que se encuentra en excelente estado de conservación gracias a los sillares de piedra que forman sus muros. El castillo tiene en total 2.300 metros cuadrados.
Esta construcción consta de un laberinto de salas, escaleras y pasadizos, con una ornamentación muy superior a la que se espera de un recinto castrense. En la zona del palacio, donde todas las estancias conservan su chimenea, llama la atención el grandioso balcón renacentista, que tiene vistas panorámicas al pueblo y a la vega del marquesado. Muchos de los suelos de cerámica son originales del siglo XVI.
El castillo de los Vélez es la enseña de esta comarca del norte de la provincia, una Almería atípica, de montañas, bosques y castillos, en la que suele nevar todos los inviernos, y que nada tiene que ver con los desiertos costeros del cabo de Gata. Vélez Rubio, la capital de la comarca, queda abajo, en la llanura, con sus muchas casas señoriales de grandes balcones y ventanas de forja. La zona alta de la comarca la ocupa el Parque Natural de la Sierra de María-Los Vélez, espacio protegido muy representativo de estas sierras áridas del norte almeriense.