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María Belmonte - Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia

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María Belmonte Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia
  • Libro:
    Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia
  • Autor:
  • Editor:
    Anagrama
  • Genre:
  • Año:
    2015
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Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia: resumen, descripción y anotación

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A partir del siglo XVIII Italia y Grecia se convirtieron en lugares de culto y peregrinación obligada de los aristócratas jóvenes, cuya educación se consideraba incompleta hasta visitar la cuna de la cultura occidental para contemplar in situ algunos de sus mayores logros. Fue una tradición conocida como el Grand Tour, y a ella contribuyeron definitivamente obras como Viaje a Italia de Goethe, una de las primeras que atestigua la honda impresión que causaron los paisajes y las esencias mediterráneas en los habitantes de las tierras del norte. La impronta de aquellos viajeros precursores ha perdurado hasta nuestros días, y a sus últimos exponentes dedica la autora este libro: A lo largo de los años, fruto de lecturas y búsquedas incesantes, fui conociendo a los personajes que aparecen en este libro, a los que he llamado peregrinos de la belleza. Ellos han sido mis sagaces e ilustrados mentores, quienes han agudizado mi mirada, ensanchado mi percepción y guiado mis pasos por el Mediterráneo.

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A partir del siglo XVIII Italia y Grecia se convirtieron en lugares de culto y peregrinación obligada de los aristócratas jóvenes, cuya educación se consideraba incompleta hasta visitar la cuna de la cultura occidental para contemplar in situ algunos de sus mayores logros. Fue una tradición conocida como el 'Grand Tour', y a ella contribuyeron definitivamente obras como 'Viaje a Italia' de Goethe, una de las primeras que atestigua la honda impresión que causaron los paisajes y las esencias mediterráneas en los habitantes de las tierras del norte. La impronta de aquellos viajeros precursores ha perdurado hasta nuestros días, y a sus últimos exponentes dedica la autora este libro: 'A lo largo de los años, fruto de lecturas y búsquedas incesantes, fui conociendo a los personajes que aparecen en este libro, a los que he llamado 'peregrinos de la belleza'. Ellos han sido mis sagaces e ilustrados mentores, quienes han agudizado mi mirada, ensanchado mi percepción y guiado mis pasos por el Mediterráneo'.

MARÍA BELMONTE
PEREGRINOS DE LA BELLEZA
VIAJEROS POR ITALIA Y GRECIA
Publicado por ACANTILADO Quaderns Crema 2015 by María Belmonte Barrenechea - photo 1
Publicado por ACANTILADO
Quaderns Crema
© 2015 by María Belmonte Barrenechea
© de las ilustraciones: fotografía de Von Gloeden by Colecciones del museo Fratelli Alinari - Archivo Von Gloeden, Florencia; fotografía de Patrick Leigh Fermor by Herederos de William Stanley Moss; fotografía de Lawrence Durrell by Getty Images
© de esta edición, 2020 by Quaderns Crema, S.A.
ISBN: 978-84-18370-40-3
Primera edición digital: 2021
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Para Javier, mayormente.
PRESENTACIÓN: EL MUNDO MEDITERRÁNEO COMO DESTINO VITAL
—En antiguos oráculos se llamaba «sedienta de justicia» a una tierra arcaica: allí todos los esfuerzos iban encaminados al orden y a un gobierno perfecto. Dime, ¿dónde se encuentra ahora esa tierra?
—¡Qué pregunta! Donde siempre ha estado: en el alma de los seres humanos.
GEORGE ELIOT, Middlemarch
Con la llegada del invierno, el viaje al sur llegó a convertirse en un rito de paso para los nórdicos. Al cruzar esa frontera invisible señalada por la aparición de olivos y cipreses en el paisaje, los viajeros abandonaban los márgenes del mundo, penetraban en el centro de las cosas y se reconciliaban con los orígenes. Esta idea la expresó el poeta Yorgos Seferis cuando, tras una visita a los templos griegos de Paestum, al sur de Nápoles, anotó en su diario:
No deja de sorprenderme cómo estos escenarios mediterráneos hacen que me sienta como en casa. Algunas veces pienso que estoy hecho para vivir recluido en este microcosmos, sin deseo alguno de abandonarlo…
«Sentirse en casa. Recluirse en ese microcosmos». Seferis era griego, pero quienes hemos nacido lejos del ámbito mediterráneo también podemos compartir un profundo sentimiento de pertenencia.
En el siglo XVIII dio comienzo esa tradición cultural conocida como el Grand Tour, según la cual la educación de un joven aristócrata no se consideraba completa sin la visita a los lugares de la Antigüedad para contemplar in situ la belleza del legado grecolatino. Italia se convirtió en lugar de culto y peregrinación de los nórdicos gracias a libros como Viaje a Italia de Goethe. Esta obra fue una de las primeras en expresar las transformaciones que iban a sufrir los habitantes de las tierras del norte al contacto con las esencias mediterráneas. Si bien hasta llegar a Roma Goethe iba en busca de la cultura y el arte clásicos, a partir de Nápoles, su diario de viaje permite observar un sutil cambio, pues desde entonces se puede ver al erudito viajero disfrutar del aspecto sensual, espontáneo, físico y hasta peligroso del sur. Bastantes años después, Edward Morgan Forster expresaría delicadamente esta transformación en la protagonista de su novela Una habitación con vistas durante su estancia en Florencia: «El sortilegio de Italia estaba haciendo efecto sobre ella y, en lugar de adquirir conocimientos, empezó a sentirse feliz». Lentamente, los más aventureros comenzaron a incluir en el programa las islas Jónicas, el Peloponeso, Atenas y las Cícladas. El grito de Shelley «¡Todos somos griegos!», lanzado en plena guerra de liberación de Grecia contra el dominio turco, hizo conscientes a todos los europeos de su deuda espiritual con el país heleno y la Antigüedad clásica. Con el descubrimiento y la excavación de las ruinas de Olimpia y Delfos, Grecia entró definitivamente en el Grand Tour.
El sur se reveló como la tierra de los lotófagos, un territorio encantado al que se accedía tras superar la prueba de los Alpes. Era un viaje iniciático, de regeneración, en el que se dejaba atrás la personalidad anterior y se volvía diferente de como se había salido. También era un viaje plagado de incomodidades, que implicaba para sus protagonistas dejarse zarandear durante meses, ahogados en polvo, por conductores de carruajes, así como hacerse extorsionar por funcionarios de aduanas desaprensivos para alojarse, al cabo de extenuantes jornadas, en albergues de más que dudosa higiene. «¿Conoces el país donde florece el limonero?—escribía un sarcástico Heine, parafraseando a Goethe en su Wilhelm Meister—. Allí, allí quisiera ir contigo, amor mío. Pero no a principios de agosto, cuando durante el día te embrutece el sol y por la noche te atormentan las pulgas».
Los viajes al Mediterráneo dejaron de ser patrimonio de eruditos y aventureros cuando, a mediados del siglo XIX, Thomas Cook, empresario y puntal de la liga anti-alcohólica, descubrió por casualidad el viaje organizado. Ahora, los habitantes de mugrientas ciudades inglesas podían subir a un tren por la noche y, emulando a los ejércitos de Jenofonte, despertar por la mañana al enardecido grito de «¡El mar, el mar!», en las costas de la Riviera francesa o italiana. Cada vez era más la gente que podía visitar el Coliseo de noche a la luz de las antorchas, contemplar la languidez de la laguna veneciana en invierno, la belleza imponente del Partenón sobre la Acrópolis o disfrutar de las delicias de la bahía de Nápoles. Y para quienes no se movían de casa, los mejores artistas inmortalizaban en sus pinturas la luz mediterránea y la belleza de la campiña romana, mientras las mejores plumas deleitaban a los lectores con sus descripciones de los pintorescos paisajes y habitantes del sur.
Cada viajero tenía un motivo diferente para dirigirse al sur: la contemplación de las ruinas clásicas, los efectos beneficiosos del sol, la búsqueda de amores prohibidos o de un escondite para una relación ilícita. Y para algunos afortunados, aquel viaje deparaba insospechados y gozosos descubrimientos. Porque el amante del Mediterráneo ve el mar más azul, el cielo más índigo, la silueta de los árboles más definida y elegante en Italia o Grecia. Se pasea arrobado, con la mirada alterada del enamorado y desprovista de las telarañas de la cotidianeidad, como el místico que contempla la belleza del mundo porque ve las cosas como si fuera la primera vez. No sólo la mirada se agudiza en el amante-místico, sino también la percepción. Los parajes están cargados de significado, se puede detectar la presencia del espíritu del lugar, de husmearlo, de temerlo, de adorarlo. En sitios como la Villa Jovis en Capri, en ese promontorio salvaje abierto al viento, al cielo y al mar, se puede llegar a perder la noción del tiempo y del espacio mientras se siente entre las ruinas la presencia persistente de otras miradas.
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