Alejandro Rodríguez Álvarez (Oviedo, 1903-Madrid, 1965), conocido en el mundo de las letras con el seudónimo de Alejandro Casona, fue un dramaturgo español, en cuyas obras combina los juegos entre realidad y sueño de base poética. Maestro de profesión, su firme vocación pedagógica y su defensa de los valores progresistas, quedaron de manifiesto en las Misiones Pedagógicas creadas durante la Segunda República Española, en excelentes adaptaciones teatrales y narrativas para niños y jóvenes, y en la gran mayoría de sus creaciones dramáticas originales. En 1934 recibió el premio de teatro Lope de Vega por su obra La sirena varada. De 1935 son las piezas Otra vez el diablo y Nuestra Natacha. En 1937 se exilia de España, se traslada a México, donde estrena en ese mismo año Prohibido suicidarse en primavera, y finalmente a Argentina, país en el que vivirá hasta 1963, año de su regreso a Madrid. Por su simbolismo y poesía, su teatro se ha emparentado con el de autores como Giraudoux y Priestley. De su producción literaria destacan Las tres perfectas casadas (1941), La dama del alba (1944), La barca sin pescador (1945), Los árboles mueren de pie (1949), Carta de una desconocida y El caballero de las espuelas de oro (1964), entre otras obras.
INTRODUCCIÓN
ALEJANDRO R ODRÍGUEZ Á LVAREZ (C ASONA ) (1903-1965)
En la aldea asturiana de Besullo nació Alejandro Rodríguez Álvarez el 23 de marzo de 1903. Entonces Besullo pertenecía al municipio de Cangas de Tineo, que pasó a llamarse Cangas del Narcea a finales de 1927. Según don Melquiades Cabal, Alejandro vino al mundo en una panera, propiedad de su tía Joyita, especialmente preparada para la asistencia al parto. La información procede de la familia. Esta curiosa circunstancia nos trae a la memoria la voluntad expresada por el gran Jovellanos en su primer testamento: «... En cuanto a entierro, cómprese el horrio de don Cosme Sánchez, y me pongan en aquel sitio, contiguo al Instituto, después de bendito y cerrado» (Diarios de Jovellanos, 11 de marzo de 1795). Hórreo y panera, última y primera moradas listas para dos ilustres hijos de Asturias. Los que mejor conocieron a Casona dicen de él que era, fundamentalmente, un asturiano. Y no podía ser de otra manera quien había nacido en una panera, entre arados y azadones, olor de vacas y manzanas, de establo mullido con helechos y brezos, de castañas, maíz y centeno. El ayer de una fuerte raza, que guarda las tradiciones de un pueblo milenario.
Besullo, el «paraíso» de Alejandro, humilde y viejo escenario rural, conoció el asentamiento de aquellos romanos buscadores de oro, y fue un pueblo de herreros, pastores y campesinos, que tales son los ascendientes familiares de nuestro autor, diestros en el manejo de mazos y batanes. Casona llegó a conocer a la gente que trabajaba con su abuelo «el ferreiro». En aquel Besullo, el médico sacaba las muelas y cobraba en trigo. La tía Rosa era curandera de yerbas con palabras antiguas. La nodriza de Alejandro le contaba siempre cuentos de brujas y aparecidos. La mocedad de Besullo bajaba los sábados al mercado de Cangas, galopando dos horas en caballos montados a pelo por estrechos y peligrosos senderos. Es esta tierra canguesa arcaica y arcaizante, donde suenan el canto tradicional, los sones de arriba, la voz del romance y la superstición. Todavía en 1962, Casona diría estas palabras referidas a una de sus comedias predilectas, La dama del alba: «Su lugar de acción es mi aldea natal. Sus personajes son los pastores y campesinos, con quienes me crié. Sus canciones son las primeras que aprendí a cantar, y sus palabras, entre poemáticas y refraneras, son las del viejo castellano astur, que tienen resonancia de buen abuelo...». Casona vivió allí hasta los cinco años de edad, y fue feliz en aquel «paraíso» de su primera infancia; de hecho, cada verano volvía a Besullo desde donde estuviera. Así, en 1928 se hallaba destinado como inspector de Enseñanza Primaria en Les, pueblo leridano del valle de Arán. En Les escribió La sirena varada, pero los originales los corrigió en el verano de 1929 en una mesa de la tienda mixta de su pariente Graco Rodríguez, de Besullo.
En 1908 su padre fue destinado como maestro a Villaviciosa. Allí permaneció hasta 1913. Don Gabino, que así se llamaba, era un prodigioso contador de cuentos, historias y leyendas. Mientras él le enseña a Alejandro a contar, doña Faustina, su madre, le enseña a cantar. Doña Faustina era leonesa, de Canales, y cantaba canciones tradicionales, y romances como «El paje Gerineldo», «El infante Arnaldos», «Fontefrida». La madre de Casona fue una mujer excepcional. Ella, juntamente con el maestro don José Artime, funda en Miranda de Avilés la primera Mutualidad Escolar de Asturias para niñas: la Mutualidad del Perpetuo Socorro. Fue la primera mujer en España que ostentó el título de Inspectora de Enseñanza Primaria. Pero, para lo que aquí importa, las creencias, actitudes y el talante de doña Faustina están presentes en Nuestra Natacha. Casona —decimos con José Manuel Feito— hereda el espíritu social de su madre. La pedagogía aplicada que propugnaba su madre se trasluce a cada paso en esa obra en la que el sentimiento es el eje de la acción y de la transformación, como en la escuela de Rousseau. Natalia Valdés tiene una perfecta analogía con la maestra de Miranda. De Feito es esta pregunta: «¿Puede haber influido también su propia madre en esa línea pedagógico-“libertaria” de Casona?». También W. Shoemaker piensa que el gusto por la poesía, así como por los paisajes, la soledad y la fantasía, le vino a Casona tempranamente de su madre...
Y de Villaviciosa a Gijón: Casona llega a la villa de Jovellanos en 1913. Aquí estudia los dos primeros años de bachillerato. Vivía en el típico barrio de pescadores: Cimadevilla. Él siempre dijo que en Gijón se había empezado a interesar por la literatura, y que su primera lectura importante había sido La vida es sueño. Calderón de la Barca le había subyugado. En Gijón también vio la primera obra de teatro: la Canción de cuna, de Martínez Sierra, o más probablemente, La loca de la casa, de Pérez Galdós. Por la noche apenas pudo dormir; había descubierto algo nuevo y decisivo. Su vocación se ponía en marcha.
Tras pasar un año en Palencia, de 1917 a 1922 vivió en Murcia. O sea, de los quince a los veinte años de edad. Allí, al finalizar el bachillerato, decide dedicarse a la literatura. El teatro le tentaba como actor. Gran inquietud de sus padres, que lo «querían» maestro. En la prensa murciana hizo sus primeras armas literarias. Consigue uno de los premios en los Juegos Florales de Zamora, con el romance histórico La empresa del Ave María (publicado en octubre de 1920 en Polytechnicum, revista mensual murciana). Su poeta preferido fue Rubén Darío, hasta que descubrió a Machado. Su título de bachiller está fechado en Murcia, 1 de septiembre de 1920. En 1922 ingresa como alumno oficial en la Escuela Superior de Magisterio. El joven alumno frecuenta las tertulias de Pombo y Platerías, asiste a cuantos estrenos están al alcance de su bolsillo, escribe y traduce de encargo. Se siente gran admirador de Valle-Inclán y de Antonio Machado. Entre Benavente, Nobel de Literatura en 1922, los Quintero y Arniches, Casona prefería a Carlos Arniches. En el curso 1925-1926 se gradúa de maestro y alcanza el título de Inspector. Su Memoria versó sobre El diablo: su valor literario, principalmente en España. En 1926 publica su primer libro: El peregrino de la barba florida.