AA. VV. - Así vivían los romanos
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Cuando repasamos la historia de Roma, nos damos cuenta de cómo una ciudad fue capaz de formar a su alrededor un imperio de enormes proporciones. La romanización de tantas tierras conquistadas tuvo su soporte principal en la red de miles de ciudades que constituían el Imperio. Del mismo modo que otros elementos de la cultura romana están presentes en el mundo de hoy y nos permiten conocer diferentes aspectos de la misma, las ciudades nos enseñan mucho sobre una civilización que duró más de mil años.
Para saber cómo era la vida urbana en el mundo romano, podemos acudir a los restos arqueológicos de ciudades tan bien conservadas como Pompeya o Timgad, pero ésta no es la única fuente de información. Además es muy posible que vivamos en una ciudad de origen romano y que podamos apreciar su habilidad para seleccionar el sitio y trazar el plano de las calles. Ello nos mostrará hasta qué punto la planificación urbanística tuvo importancia en la fundación de nuevas ciudades.
El modelo más antiguo para los nuevos asentamientos fue el castrum, recinto rectangular amurallado con una avenida central en forma de cruz. Eran pequeñas guarniciones, de unas trescientas familias, destinadas a proteger algún lugar de valor estratégico y demasiado reducida para llegar a la categoría de ciudad. Con el tiempo, podían crecer de manera incontrolada más allá de sus murallas.
Pero el tipo que los romanos adoptaron comúnmente en las ciudades planeadas desde el principio como autosuficientes fue el de la planta hipodámica (de Hipodamos, arquitecto) que conocieron por su contacto con los griegos.
Era éste un tipo de ciudad articulada a partir de dos calles principales, el decumanus con dirección este-oeste y el cardo con dirección norte-sur, que eran la referencia para un trazado de calles paralelas y perpendiculares que dejaban entre sí manzanas regulares para edificar viviendas.
Inevitablemente las ciudades habían de adaptarse al terreno pero, si éste lo permitía, toda la urbe formaba un rectángulo amurallado cuyas cuatro puertas se abrían al final de las dos vías principales.
Gracias a la planificación, podían situarse de una manera racional los edificios públicos y las construcciones de mayor envergadura.
Las ciudades de fundación nueva adoptaban la planta hipodámica. Las calles estaban dispuestas paralela y perpendicularmente, a la misma distancia, formando manzanas de dimensiones similares. Vista aérea de las ruinas de la ciudad de Timgad (Argelia), a la que se llama «la Pompeya africana». Fundada por Trajano el año 100.
Estos servían tanto a las necesidades de la vida social y económica (templos, curias, basílicas, bibliotecas y mercados), como a la higiene (baños y letrinas públicas). Del mismo modo se creaba la infraestructura que garantizase servicios públicos como el abastecimiento de aguas (acueductos y fuentes) o la red de alcantarillado.
Los urbanistas romanos tuvieron también presente que la mayor parte de la vida pública se hacía al aire libre y pensaron en ciudades destinadas a los peatones. De ahí la relativa abundancia de espacios que tenían por fin dar cabida a las gentes, como jardines, calles porticadas con columnas, plazas o la prohibición del tráfico rodado durante el día.
Las puertas (derecha) abiertas en la muralla que rodeaba la ciudad, estaban compuestas por tres vanos: uno, más grande, para el paso de carruajes y caballos, y los dos más pequeños para los peatones. Se cerraban con puertas de madera y rejas, también de madera, pero recubiertas con planchas de bronce. El foro (abajo) era el centro civil y religioso de la ciudad romana.
Pero la importancia de la planificación urbanística no debe hacernos imaginar ciudades idílicas. Por el contrario, muchas aglomeraciones urbanas, especialmente las de fundación anterior, carecían de toda clase de ordenamiento y eran un caos de callejas irregulares y casas hacinadas. La misma Roma, situada en un emplazamiento complejo, con colinas y con un río, sometida a un rápido crecimiento, era un conjunto anárquico en el que se mezclaban los grandes edificios políticos con las viviendas humildes.
Además, las ciudades romanas eran tremendamente ruidosas, tanto de día como de noche, y los derrumbamientos e incendios, a causa de los edificios de madera y las lámparas de aceite, constituían un peligro frecuente pese al trabajo de brigadas de bomberos con mantas húmedas y bombas de mano.
Las calles de las ciudades romanas, con pavimento empedrado, tenían amplias aceras. Cada cierto trecho, la calzada estaba atravesada por una hilera de bloques de piedra para facilitar el cruce de los peatones y evitar que los vehículos alcanzasen demasiada velocidad.
Como decía Juvenal, «para dormir hace falta mucho dinero», aludiendo a que sólo aquellos que disfrutaban de una casa grande podían aislarse del estruendo callejero.
Prueba de que la planificación urbanística no recogía todos los detalles lo demuestra un hecho aparentemente trivial. En las ciudades antiguas, Roma incluida, las calles no llevaban nombre y carecían de numeración. Ello suponía grandes dificultades para orientarse, especialmente en las ciudades importantes y en las que tenían un plano irregular.
Las pocas calles que tenían nombre eran tan largas que no se podía precisar un lugar con exactitud. De ahí que los romanos hubiesen de tomar otros puntos de referencia como edificios públicos, estatuas, jardines o la casa de algún personaje importante, lo que convertía las indicaciones en largas y complicadas.
El modo más corriente de designar un lugar lo facilitaba el predominio de tiendas o actividades de una determinada clase, por ejemplo, la «calle de los orfebres» o la «plaza de las hierbas».
Cuando la vida urbana está muy desarrollada en una civilización es porque ésta ha alcanzado un grado de complejidad que se manifiesta en la gran diversidad de actividades existentes en la sociedad, entre cuyos miembros hay diferencias económicas y sociales importantes. Un símbolo de las mismas suele ser la vivienda que se ocupa. Por esta razón, hemos de pensar que entre los romanos no existió un único tipo de casa, sino que la variedad fue grande, como lo es entre nosotros, en función de la riqueza o pobreza de cada cual.
Así encontramos desde las grandes y lujosas villae de los senadores y ricos hombres de negocios, con maravillosas vistas, frondosos jardines llenos de fuentes y dependencias exquisitamente decoradas, hasta los tugurios y pergulae, habitaciones de reducidas dimensiones donde se hacinaba la gente más pobre. Pese a ello podemos resumir los modelos a dos, que en terminología más actual son la vivienda plurifamiliar o
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