La biografía sobre Eugenio Aviraneta e Ibargoyen Echegaray y Alzate, que hoy presentamos, fue publicada por primera vez en 1931, tres años antes que el novelista terminara de escribir las «Memorias de un hombre de acción», que constan de veintidós novelas. Apareció al público entre La venta de Mirambel, firmada en Madrid en 1930, y Crónica escandalosa, que firma en Itzea, en 1934.
Baroja comenzó a escribir sobre la vida aventurera de Don Eugenio en 1912 y terminó en 1934. A lo largo de esos años fue reuniendo una importante cantidad de folletos, libros y estampas de la época en que actuó el conspirador político e insertó, junto a lo puramente biográfico de su protagonista, otras narraciones imaginadas que enriquecían el ambiente y que en esta biografía suprimió por razón de espacio. No por ello decrece su interés, pues se mantiene la parte biográfica de tan singular personaje que lucha junto al cura Merino en la Guerra de la Independencia, que hace la campaña de 1823 con El Empecinado, que participa y prepara el Convenio de Vergara o va a México y combate junto al brigadier Barradas en la aventura veracruzana o asiste, románticamente, a la enfermedad y muerte de Lord Byron en Missolonghi, en su ayuda a lograr la independencia de Grecia contra los turcos desde el barco el Cefaloniota.
Pocos españoles han tenido en ese siglo una vida tan azarosa como la de Don Eugenio, el coraje de luchar por la libertad como él la tuvo.
La pasión, la fuerza, la intriga que desarrolló nuestro protagonista llegaron a entusiasmar a su sobrino-nieto Pío Baroja, de tal manera que escribió esas veintidós novelas que forman el eje central de su obra literaria y que son una historia viva de los avatares de España durante esos años.
Pío Caro-Baroja
I
NACIMIENTO DEL PERSONAJE
N UESTRO héroe se llamaba Eugenio de Aviraneta e Ibargoyen Echegaray y Alzate.
Durante mucho tiempo creí que había nacido en Irún, hasta que encontré su fe de bautismo en la parroquia de la Almudena, de Madrid.
El documento dice lo siguiente:
Yo, don Pedro José Martínez Sánchez, lic. en Derecho Canónico y coadjutor primero de la parroquia de Santa María la Real de la Almudena, de Madrid, certifico: que en el libro décimo de bautismos de la misma, al folio veintiocho, se halla la siguiente
PARTIDA:
En la iglesia parroquial de Santa María la Real de la Almudena, de esta villa y corte de Madrid, a catorce días del mes de noviembre de mil setecientos noventa y dos, yo, don Manuel Josef Gutiérrez, teniente mayor de cura, bauticé solemnemente un niño, que nació el trece de este mismo mes, calle del Estudio, casa de las monjas del Sacramento, número 10, al cual puse por nombre Eugenio Domingo, hijo de don Felipe Francisco de Aviraneta, natural de la villa de Vergara, en la provincia de Guipúzcoa, obispado de Calahorra, y de doña Juana Josefa Ibargoyen, natural de la Universidad de Irún, obispado de Pamplona, casados en la parroquia de San Miguel; abuelos paternos, don Lorenzo de Aviraneta y doña Manuela Josefa Echegaray; maternos, don Mateo de Ibargoyen y doña María Josefa de Alzate.
Fue su padrino don Domingo Larrinaga, a quien advertí el parentesco espiritual y demás obligaciones, y lo firma: Don Manuel Josef Gutiérrez.
Concuerda con el original; Santa María de Madrid, a dos de mayo de mil novecientos doce.
Lic., PEDRO JOSÉ MARTÍNEZ.
Como se ve, Aviraneta, aunque de origen vasco, había nacido en Madrid. Su padre vino a hacer sus estudios a la corte, y aquí conoció a su mujer, hija de un militar. Era abogado de algún nombre, y tenía muy buena clientela. Años antes de nacer Aviraneta, defendió un pleito a favor de las monjas del Sacramento, y estas, como pago de sus honorarios, le cedieron, para habitarla, una casa propiedad del convento, contigua a él, en la calle del Estudio de la Villa, número 10.
De su padre también conservo la fe de bautismo, que es como sigue:
Don Ignacio de Aldarrondo y Berástegui, presbítero, cura ecónomo de la iglesia parroquial de Santa Marina de Oxirondo, de la villa de Vergara, provincia de Guipúzcoa, obispado de Vitoria.
CERTIFICO:
Que en el libro sexto de bautizos de esta parroquia de mi cargo, al folio 249, existe la partida siguiente:
En doze de septiembre de mil setecientos cincuenta y siete, Yo Don Juan Thomas de Aldaeta, Coadjutor y Beneficiado de esta Iglesia Parroquial de Santa Marina de Oxirondo, de esta villa de Vergara, bauticé a un niño que se le puso por nombre Phelipe Fran°. Es hijo lejítimo de Lorenzo de Abiranet y Manuela Jossepha de Echegarai; abuelos paternos, Blas de Abiranet y Bernarda de Arganza, naturales de la villa del Hospital de Olmo en el Reyno de Francia; maternos, Manuel de Echegarai y María Bautta de Arganza, vecinos de esta villa. Fueron sus padrinos Francisco de Olaegui y María Francisca de Olaegui; y para que conste firmo yo el Coadjutor.
JUAN THOMAS DE ALDAETA.
Concuerda fielmente con su original, a que me remito. Para que conste, firmo y sello la presente en Vergara a doce de agosto de mil novecientos catorce.
IGNACIO DE ALDARRONDO.
Aviraneta tenía sangre francesa —su padre era normando, según mi tía doña Cesárea de Goñi—. Por los Alzate (oriundos de Vera), era mixto de francés, pues esta familia estaba emparentada con otras de más allá del Pirineo. Uno de estos Alzate casó con la abuela de Montaigne.
Tenía Aviraneta dos hermanas, Antonia Cecilia y Antonia Juana; una mayor que él y otra más pequeña. De niñas fueron rollizas y altas, mientras que él fue siempre pequeño y encanijado; pero, a pesar de este encanijamiento, no estuvo nunca malo.
Hiciera frío o calor, cayera ese sol de agosto madrileño que parece que va a derretir hasta las piedras, o estuvieran las fuentes y los charcos helados, para Eugenio era lo mismo; su lugar predilecto era la calle.
Durante toda su infancia se encontró sometido a dos influencias: la de la casa y la de la calle; estas influencias eran tan opuestas, tan contradictorias, que no había entre ellas término medio posible.
Su padre, don Felipe, profesaba ideas modernas para su época; pero, a pesar de esto, se manifestaba siempre muy grave y muy ceremonioso. En el fondo tenía todas las preocupaciones del antiguo régimen, un tanto amortiguadas por su tendencia filosófica.
Las dos personas más consideradas por don Felipe de Aviraneta eran dos amigos que frecuentaban mucho su casa: don Domingo de Larrinaga, padrino de Eugenio, y don Juan Ignacio de Arteaga. Los tres educados en Vergara y muy entusiastas de la educación que se daba por entonces en el colegio de esta villa.
Parece un poco absurdo que a un chico que vivía en Madrid se le pusieran como tipos de centros de cultura dos pueblos pequeños: Azcoitia y Vergara; pero hay que tener en cuenta que entonces Madrid era uno de los lugares más atrasados y más bárbaros de España. Tanto hablaban su padre y su padrino de estos dos pueblos, que el chico se figuraba que allí los hombres más viejos, con sus barbas blancas, iban a la escuela.
Al lado de este ambiente de respetabilidad que se respiraba en la casa, corría por la calle madrileña cierzo de las Vistillas y de Puerta de Moros, de la Cuesta de la Vega y de Lavapiés, que cortaba como navaja de afeitar.
Por las callejuelas del Madrid viejo soplaba entonces vaho espeso de pueblo bajo, de manolería violenta, desgarrada, desvergonzada.