© 2022 por Grupo Nelson
Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América.
Grupo Nelson es una marca registrada de Thomas Nelson.
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Thomas Nelson es una marca registrada de HarperCollins Christian Publishing, Inc.
Este título también está disponible en formato electrónico.
Título en inglés: The Allegory of Love
© 1936 por C. S. Lewis Pte Ltd.
© 2015 publicado anteriormente en español por Ediciones Encuentro,
S. A., Madrid
Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser reproducida, almacenada en ningún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —mecánicos, fotocopias, grabación u otro—, excepto por citas breves en revistas impresas, sin la autorización previa por escrito de la editorial.
Traducción: Braulio Fernández Biggs
Adaptación del diseño: Setelee
ISBN: 978-1-40023-948-1
eBook: 978-1-40023-955-9
Número de control de la Biblioteca del Congreso: 2022934921
Edición Epub SEPTIEMBRE 2022 9781400239559
Impreso en Estados Unidos de América
22 23 24 25 26 LSC 9 8 7 6 5 4 3 2 1
A Owen Barfield,
el mejor y más sabio
de mis profesores informales.
ÍNDICE
Guide
(a la edición española)
Intenté verter al español el mejor Lewis posible, y por mejor entiendo el más cercano a su modo original. Pero la particular economía de su estilo y la natural exactitud del inglés —comparada con nuestro idioma— suponen desde luego barreras infranqueables.
Tuve a la vista la única traducción previa a nuestra lengua que hiciera Delia Sampietro con Eudeba en 1969, revisada por Narciso Pousa; traducción que seguramente consideró a su vez la italiana del mismo año publicada en Turín, y titulada L’allegoria d’amore.
Infinito sería enumerar los problemas y escollos que, como cualquier traductor, hube de superar; aunque confieso que el peor fue un excesivo respeto por el discurrir intelectual inglés. La más fatigosa tarea fue olvidarlo y ofrecer un texto en «español». Me excuso entonces, y desde ya, por todos los anglicismos que se puedan encontrar y todas las construcciones un tanto extrañas a nuestros suaves oídos castellanos.
Agradezco la inestimable paciencia de mi ayudante María de los Ángeles Errázuriz para con los primeros borradores, y su férrea voluntad cada una de las miles de veces en que debimos volver atrás. Agradezco muy sinceramente también la ayuda de Vicente Silva Beyer para preparar los originales de esta edición, con una prolijidad y cuidado notables.
Las versiones de los poemas que hizo Armando Roa Vial me dieron un marco de referencia que me alivió bastante. Muchos de ellos son a su vez traducciones al inglés del propio C. S. Lewis desde sus lenguas originales, por lo que se ha perdido la exactitud métrica. El lector habrá de considerarlos fundamentalmente como ejemplos del fondo de lo que se quiere decir, aunque he advertido en notas los lugares donde importan rítmicamente.
Agradezco también a los profesores María Eugenia Góngora y Jorge Peña Vial quienes, con la actitud de los verdaderos maestros, tuvieron para con mis primeras versiones la severa aunque cariñosa y estimulante seriedad que despierta el trabajo imperfecto. Cuestión de la que me hago, por cierto, absolutamente responsable, pues dudo haber superado satisfactoriamente dicha imperfección.
Multa renascentur quae jam cecidere, cadentque
Quae nunc sunt
Como espero que el propósito de este libro esté suficientemente claro en el texto, en el prefacio me ocuparé de agradecer lo que soy capaz de recordar. Pero como no puedo recordar todo lo que debo, entiendo, como el filósofo, que «si he logrado deber más tal vez poseo mayores méritos para llamarme original».
Entre mis deudas indiscutibles la primera es con los delegados de la Clarendon Press, y las calificadas y pacientes personas anónimas que trabajan allí. Luego, con el dominico André Wilmart, O. S. B., por sus cuidadosas críticas a los dos primeros capítulos; al profesor C. C. J. Webb, por su provechoso interés en el segundo; a la Sociedad Medieval de la Universidad de Manchester (y especialmente al profesor Vinaver), por su amable atención y valiosa discusión del tercero; al doctor C. T. Onions, por orientar mis intentos con el verso inglés medio hacia aquella crítica superior donde toda distinción entre lo literario y lo lingüístico se resuelve. Y al doctor Abercrombie, por todo lo que no es errado en el Apéndice sobre Peligro. El primer capítulo fue leído y comentado hace ya tanto tiempo por el señor B. Macparlane y el profesor Tolkien, que seguramente ellos olvidaron sus esfuerzos. Pero yo no he olvidado su gentileza.
Hasta aquí voy bien. Sin embargo, junto a estos obvios acreedores he detectado un círculo mucho más amplio de personas que, directa o indirectamente, me ayudaron cuando ni ellos ni yo sospechábamos que había alguna tarea por delante. De entre mis amistades no hay nadie de quien no haya aprendido algo. La mayor de estas deudas —la que debo a mi padre por el inestimable beneficio de una niñez bastante retirada en una casa llena de libros— está, hoy, muy lejos de poder pagarse; y del resto solo puedo hacer una selección. Haber compartido las escaleras del mismo colegio con el profesor J. A. Smith es de por sí una educación liberal; el infatigable intelecto del señor H. Dyson, de Reading, y el generoso uso que hace de él son a un tiempo acicate y sujeción para sus amigos. El trabajo de la doctora Janet Spens me permitió decir más abiertamente lo que he visto en Spenser, y ver lo que antes no había visto. Sobre todo, el amigo a quien he dedicado este libro me enseñó a no tratar al pasado con arrogancia y a ver el presente también como un «período». No pretendo ser más que un instrumento, un instrumento que pueda ser cada vez más efectivo en la teoría y práctica de estas materias.
He tratado de reconocer la ayuda de los escritores que me precedieron cada vez que lo advertí. Espero que no se suponga que ignoro o desprecio los célebres libros que no he citado. Al escribir el último capítulo lamenté que el punto de vista particular por el que me acercaba a Spenser no me permitiese hacer mayor uso de los esfuerzos del profesor Renwick y el señor B. E. C. Davis, y del noble prefacio del profesor Sélincourt. Habría conocido la poesía latina de manera más fácil y más grata de haber tenido antes a la mano las grandes obras del señor Raby.
En fin, después de todo esto quedarán todavía por mencionar, sin duda, muchos gigantes sobre cuyos hombros alguna vez me encaramé. Hechos, inferencias y hasta giros de expresión se asientan en la mente humana y difícilmente uno recuerda cómo. De entre todos los escritores, soy el que menos pretende ser αὐτοδίδακτος.
C.S.L.
«When in the world I lived I was the world’s commander».
S HAKESPEARE
I
La poesía amorosa alegórica de la Edad Media es capaz de ahuyentar al lector moderno por su forma y su materia. La forma, que es una disputa entre abstracciones personificadas, difícilmente puede atraer a una época que sostiene que «el arte significa lo que dice» e incluso que el arte no tiene sentido en sí; ya que es esencial a esta forma que narración literal y significatio sean separables. Y en lo que respecta a la materia, ¿qué hacer con esos amantes medievales —se llaman a sí mismos «sirvientes» o «prisioneros»— que parecen estar siempre lloriqueando de rodillas ante damas de crueldad inflexible? La literatura erótica popular de nuestros días prefiere sheiks, «hombres salvajes» y matrimonios por rapto, mientras aquella que halla favor entre nuestros intelectuales recomienda la libre unión de los sexos o el franco animalismo. En ambos casos, si no nos hemos puesto viejos, al menos hemos envejecido al margen de
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