LUIS GONZÁLEZ DE ALBA (Charcas, México, 1944 - Guadalajara, México, 2 de octubre de 2016), fue un escritor, periodista y divulgador de la ciencia mexicano.
Estudió psicología a la Universidad Nacional Autónoma de México, donde fue uno de los dirigentes del movimiento estudiantil de 1968. Detenido en Tlatelolco el 2 de octubre, escribió en la cárcel de Lecumberri: Los días y los años, donde relata esos hechos. Mientras estuvo preso se dedicó al estudio del hebreo. Tras ser liberado se autoexilió en Chile durante un año y posteriormente viajó por Argentina y Brasil.
Siendo abiertamente homosexual, en 1975 (en colaboración con otros intelectuales), publicó en la revista ¡Siempre!, el primer manifiesto mexicano en defensa de los homosexuales. Durante los años setenta y ochenta estuvo relacionado con movimientos y personajes de la izquierda mexicana, ideología que posteriormente abandonó para volverse un férreo crítico de ella.
Fue colaborador y, en algunos casos, socio fundador de diversos medios mexicanos como: Excélsior, La Cultura en México, Punto, Punto de Partida, Revista de Revistas, ¡Siempre!, Unomásuno, La Jornada y Nexos, desarrollando principalmente el periodismo de opinión y de divulgación científica.
Publicó durante más de una década la columna «La ciencia en la calle» en el diario mexicano La Jornada, hasta su expulsión de este medio en 1997 a causa de una polémica con Elena Poniatowska, quien incluyó en su libro La noche de Tlatelolco citas y datos del libro Los días y los años del autor.
Al momento de su muerte publicaba la columna semanal «Se descubrió que…» en la cadena de Grupo Milenio, en la que escribía sobre ciencia, política y acontecimientos del país.
Además de su participación en revistas y periódicos, publicó cuento: El vino de los bravos; poesía: El sueño y la vigilia; ensayo: Las mentiras de mis maestros, El burro de Sancho y el gato de Schrödinger, La orientación sexual, La ciencia, la calle y otras mentiras, Niño o niña. Entre sus novelas se cuentan: Y sigo siendo sola, Agápi mu (Amor mío), Cielo de invierno.
Obtuvo en 1997 el Premio Nacional de Periodismo por su labor en la divulgación de la ciencia.
Luis González de Alba era seropositivo, fue creador de la Fundación Mexicana contra el Sida, y también padecía vértigo postural paroxístico, que prácticamente lo dejaba incapacitado.
«… dueño de bares, escritor, poeta, campesino y antrero», en ejercicio de su extrema libertad, Luis González de Alba se suicidó a los 72 años de edad, en su casa en Guadalajara, el 2 de octubre de 2016.
Título original: Los días y los años
Luis González de Alba, 1971
Foto de portada: Pedro Meyer, 1968
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Enlaces de interés
Dos enlaces que podrían resultar de interés para el lector:
1. Sobre la polémica con Elena Poniatowska en:
http://temibledani1lga.blogspot.com/2013/06/poniatowska20130620.html
2. La última columna de Luis González de Alba:
http://www.milenio.com/firmas/luis_gonzalez_de_alba_sedescubrioque/Podemos-adivinar-futuro_18_822097815.html
«Los días y los años» (1971), «opera prima» de Luis González de Alba es un testimonio y también una reflexión. El conflicto entre los estudiantes y el Estado, tal como se produjo en México en 1968, se nos muestra aquí vivido desde dentro por uno de sus participantes, un estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México, miembro del Consejo Nacional de Huelga que fue arrestado precisamente durante «la noche de Tlatelolco» y que permaneció en calidad de preso político hasta 1971.
En «Los días y los años» el autor narra todo cuanto vio y supo a lo largo de los meses del movimiento y en su estadía en el que, con toda justicia, era llamado Palacio Negro de Lecumberri.
«Crónica íntima de una participación común —escribe Paloma Villegas—, es un relato cuidadosamente veraz que quiere testimoniar no sólo el desarrollo cronológico del movimiento sino las interpretaciones que durante éste y después le dieron algunos de sus protagonistas. Tiene las virtudes de la honestidad y del buen gusto. Carente de artificios, es admirable por reticente y falible por conmovida».
González de Alba definió a este libro como «el 68 en primera persona».
Luis González de Alba
Los días y los años
ePub r1.0
Titivillus 25.11.16
I
Hemos vuelto a entrar en la crujía. Alrededor del patio oscuro todas las celdas están abiertas de par en par. Es un extraño espectáculo; siempre hay puertas abiertas pero nunca antes de ahora había estado en medio del patio mirando todas las celdas abiertas a la vez, y todas sumidas en la oscuridad; son agujeros, pasadizos secretos que llevan a otras cárceles. En el piso superior también están abiertas todas las celdas: dos pisos de puertas que a veces el viento empuja y de celdas oscuras que rodean completamente un patio cubierto de basura, papeles, vidrios rotos, cáscaras de limón, azúcar, libros sin pastas, cintas de máquina desenrolladas en el suelo, manchas de sangre. Entré en una celda, vacía como todas, y me senté en la litera de cemento, ahora sin colchoneta ni mantas. Bajo la litera se escucha un rumor de papeles que se arrastran y levanto las piernas por temor a las ratas.
No quiero entrar a mi celda, ¿para qué? Además, da lo mismo: ahora todas son iguales. No quedó una mesa, un libro o una cobija. Es enero y hace frío. Sólo se ven papeles arrugados y vidrios rotos.
En la pared de enfrente hay una mancha de sangre. Es una mancha grande que escurre hasta el suelo. La rata sigue corriendo bajo la litera. No debe ser muy grande, tal vez sólo un ratón. Bajo las piernas de nuevo. El piso está pegajoso, pero muevo los zapatos para oír cómo se despegan. ¿Por qué habrán cortado la luz? Es una pregunta absurda en este momento, igual se podrían hacer otras mil: ¿por qué romper lo que no se llevaron?, ¿por qué tirar el agua? ¡Ah! Hasta ahora siento la sed, creo que en toda la noche no he tomado un trago. Tengo un poco de náusea. En la llave no hay agua. Al regresar a la litera pisé un foco roto… tal vez sí hay corriente; pero no, claro que no hay. Los focos del patio también están apagados. Sólo nos llega la luz lejana de los reflectores instalados en la torre de vigilancia: el polígono. Los reflectores dan al patio un aspecto aún más irreal, es una luz difusa y brillante, con un desagradable color verdoso. Los alambres de la instalación cuelgan a un lado de la puerta, están a medio arrancar. Maldita rata. Junto a mi zapato hay una envoltura de caramelo. Hoy tenemos veintidós días sin comer y sólo algunos tienen permiso para chupar caramelos en lugar de ponerle azúcar al agua de limón, pues esto les produce náusea. A mí siempre me ha gustado el agua de limón, en mi casa la hacen desde que yo recuerdo; pero ya son veintidós días de tomarla y el olor me revuelve el estómago. ¡Claro!, es este olor. La celda está impregnada de olor a azúcar y limón, por eso el piso se siente pegajoso. Hay agua de limón y cáscaras sobre los papeles rotos, los trozos de tela, los vidrios; en todas partes se huele y se siente.
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