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Carlos Fuentes - Tiempo mexicano

Aquí puedes leer online Carlos Fuentes - Tiempo mexicano texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2021, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial México, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Carlos Fuentes Tiempo mexicano
  • Libro:
    Tiempo mexicano
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial México
  • Genre:
  • Año:
    2021
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Tiempo mexicano: resumen, descripción y anotación

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«Totalidad e instantaneidad son las características que Fuentes ilumina del Tiempo mexicano. Son las antípodas de su propia obra.» Pedro Ángel Palou, Revista de la Universidad

Publicado originalmente en 1971, Tiempo mexicano se consolidó con los años como uno de los retratos más certeros de la idiosincrasia mexicana, uno en el que conviven la cosmogonía indígena, las heridas de la Conquista, las esperanzas de la Independencia, los retos de la Revolución y las ambiciones y promesas del México moderno. A 50 años de su publicación original, este libro sigue alimentando la reflexión sobre el desarrollo y el devenir del proyecto de nación llamado México, y constituye un acompañamiento obligado a la obra narrativa de Carlos Fuentes, que tiene como eje rector al tiempo y sus circularidades.

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Totalidad e instantaneidad son las características que Fuentes ilumina del - photo 2«Totalidad e instantaneidad son las características que Fuentes ilumina del Tiempo mexicano. Son las antípodas de su propia obra.»

Pedro Ángel Palou, Revista de la Universidad

Publicado originalmente en 1971, Tiempo mexicano se consolidó con los años como uno de los retratos más certeros de la idiosincrasia mexicana, uno en el que conviven la cosmogonía indígena, las heridas de la Conquista, las esperanzas de la Independencia, los retos de la Revolución y las ambiciones y promesas del México moderno.

A 50 años de su publicación original, este libro sigue alimentando la reflexión sobre el desarrollo y el devenir del proyecto de nación llamado México, y constituye un acompañamiento obligado a la obra narrativa de Carlos Fuentes, que tiene como eje rector al tiempo y sus circularidades.

La disyuntiva mexicana

Los sucesos de 1968 significaron para México una crisis de crecimiento, de transformación y de conciencia sólo comparable a las que los manuales de historia y los monumentos públicos consagran como etapas definitivas de nuestra existencia nacional: Independencia, Reforma y Revolución. Todo lo que nuestro país es concurrió, tácita o expresamente, a que el movimiento de 1968 fuese lo que fue. El malestar esquizoide de un país social y culturalmente dividido en dos, en el que el mundo industrial y urbano explota con múltiples formas de colonialismo interno al mundo campesino e indígena. El malestar económico de un país donde, sesenta años después de una revolución librada en nombre de la justicia social, ésta yace sepultada bajo las exigencias de un desarrollismo que concentra la riqueza en manos de una minoría. El malestar social de una colectividad dividida en clases con intereses opuestos pero en la que éstos no pueden manifestarse, pues en México, oficialmente, no hay antagonismos o diversidades, sino “unidad nacional” en torno a los poderes de la Revolución Institucional. El malestar político, en fin y sobre todo, de un país mayoritariamente privado de cauces para la acción y la expresión públicas.

Es natural y explicable que los jóvenes protagonizaran la revuelta de 1968, en nombre propio y en nombre de la colectividad. En un país con uno de los incrementos demográficos más altos del mundo —3.5% anual— los menores de treinta años constituyen hoy la mitad de una población de cincuenta millones de habitantes; esto significa que veinticinco millones de mexicanos nacieron después de 1940, fecha en la que termina el proceso dinámico de la Revolución mexicana; significa que veinticinco millones de mexicanos han sido testigos, no de la gesta armada, no de las grandes reivindicaciones y transformaciones ocurridas entre el signo de Emiliano Zapata y el de Lázaro Cárdenas, y que se basaron en la doble expectativa de una democracia activa y una justicia social como guías del desarrollo económico, sino de una política de simple desarrollo cuantitativo sin verdadero progreso político o social. La justificación original de la “unidad nacional” ya no es válida para los jóvenes; ellos no han sido testigos de una nación acosada por la reacción interna de los porfiristas expropiados y de los “cristeros” que desorejaban maestros rurales; todo lo contrario: asistieron al paulatino abandono de los principios agraristas y a la integración de nuevos latifundios al amparo de las contrarreformas introducidas por el presidente Alemán a partir de 1947; ellos no han sido testigos de una nación acosada por las amenazas de intervención norteamericana para proteger las inversiones extranjeras y de las campañas de la prensa internacional contra un México sentado por el secretario de Estado Kellogg en el banquillo de los acusados; todo lo contrario: asistieron a la penetración gigantesca del capital norteamericano en México, a la amigable asociación y a la absorción y dominio por los capitales norteamericanos de los capitales locales; ellos no conocieron las luchas políticas que, aún durante los regímenes de hombres tan “fuertes” como Obregón, Calles y Cárdenas, se desarrollaron con libertad de prensa y sin menoscabo del valor civil representado por hombres como Luis Cabrera y Aurelio Manrique; todo lo contrario: conocieron una prensa que para ellos es inseparable del adjetivo “vendida” y un proceso de corrupción generalizada, de silencio cómplice y de conciencias compradas a bajo precio; ellos no supieron de los enfrentamientos armados entre facciones que luchaban a morir pero abiertamente, sino de la supresión violenta, callada y sin explicaciones de los opositores obreros y campesinos. Ellos sólo conocieron todos los engaños y toda la mediocridad de las últimas tres décadas. Ellos sólo conocieron el desarrollo económico sin libertad política y sin justicia social.

Y si la forma política de México es la pirámide del Partido Revolucionario Institucional, con el presidente de la República en la cima y los sectores burocrático, obrero y campesino en escalones descendientes hacia la base, y la forma económica otra pirámide vecina con la oligarquía de industriales, comerciantes, banqueros y latifundistas en la cima y la masa campesina en la base, la forma social y cultural del país es un río, un flujo que corroe a las pirámides, embate contra ellas e intenta convertir la piedra en agua. El río contra la pirámide. El agua contra la piedra. Los jóvenes son, si no el cauce de esa corriente, sí la cresta de sus olas. La condición fugaz de la juventud les aboca a la impaciencia y al dinamismo; la condición privilegiada de estudiantes les permite pensar y actuar con intención totalizante, superando el dualismo estéril de su clase media de origen para conjugarlo y conectarlo todo: amor, cultura, política, economía, sociedad. Ven lo que no quieren; quieren lo que no ven. Conocen todos los engaños del sistema mexicano; rechazan sus mediatizaciones, las concesiones que exige, las humillaciones que impone a cambio de las eventuales recompensas de tarjetas de crédito, cueros, champañiza, weekends en Aca, casa en las Lomas y Mustang en el garage.

Es natural y explicable que estos jóvenes lucharan en la calle. ¿A dónde más podían acudir para hacerse escuchar? ¿Había cámaras legislativas donde auténticos representantes de los sectores sociales diesen voz a las inquietudes de sus representados? ¿Había periódicos que, en vez de proclamar cotidianamente la existencia de un “milagro económico mexicano”, articulasen la crítica de los ciudadanos? ¿Había partidos políticos de oposición capaces de encauzar la suma de malestares que hemos indicado? ¿ Podían existir esos partidos, si el poder público los condenaba de hecho a dos destinos: la mediatización con subsidios y curules, o la represión con mordaza y cárcel? Le bastaba a un joven mexicano, en 1968, haber nacido en 1948, para saber que no tenía, en cuanto ciudadano, a donde acudir sino a la calle. Y un obrero, ¿podía acudir a los sindicatos blancos, a una CTM de líderes más interesados en participar en los grandes negocios de los patrones que en defender los derechos de los agremiados? Y un campesino, ¿podía acudir a una CNC o a un Departamento Agrario ciegos y sordos para todo lo que no sea la protección de los nuevos latifundios que acaparan el 75% de las tierras y el 64% del capital agrícola?

Los estudiantes decidieron ganar la calle, una calle que jamás pisan los dueños del poder de México, pero a la que envían, en su representación, a la policía, al cuerpo de granaderos, al ejército y a los grupos de choque paramilitares. Los jóvenes salieron a la calle para manifestar un hecho político; el más urgente, el más candente, el más claro y justificable. Salieron a decir que se oponían a los vicios del sistema imperante en México, que querían participar en la creación de un país mejor y que carecían de medios democráticos para hacerse escuchar.

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