Dos
… «et existe autant de diférence de nous á
nous mêmes que de nous à l’autrui».
MONTAIGNE
Uno
JUAN GOYTISOLO (Barcelona, España, 5 de enero de 1931 - Marrakech, Marruecos, 4 de junio de 2017). Escritor e intelectual español. Considerado como el narrador más importante de la generación del medio siglo, su obra abarca novelas, libros de cuentos y de viajes, ensayos, poesía.
La vida de Juan Goytisolo ha sido la de un intelectual rebelde al franquismo. Un hecho decisivo en su vida fue la muerte de su madre en 1938, cuando él tenía solo siete años, en un bombardeo en Barcelona por la aviación nacional, lo que probablemente ha influido en su rechazo de la España tradicional y conservadora. Se instaló en París en 1956 y trabajó como asesor literario de la editorial Gallimard.
Entre 1969 y 1975 fue profesor de literatura en universidades de California, Boston y Nueva York Desde la muerte de su esposa, Monique Lange, en 1996, ha fijado su residencia en Marrakech.
Juan Goytisolo es el escritor más camaleónico, interesante y comprometido con el mundo contemporáneo, de la España actual. Colaborador del Diario El País, es miembro del Parlamento Internacional de Escritores y preside el jurado de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
Es autor de las novelas Juegos de manos (1954), Duelo en el paraíso (1955); Fiestas (1957), La resaca (1958), La isla (1961), Señas de identidad (1966), Reivindicación del conde don Julián (1970), Juan sin Tierra (1975), Makbara (1980) y Paisajes después de la batalla (1982); los libros de relatos Para vivir aquí (1960) y Fin de fiesta (1962); los volúmenes de testimonio documental Campos de Níjar (1959) y La Chanca (1962); las colecciones de ensayos El furgón de cola (1967), Disidencias (1977), Libertad, libertad, libertad (1978) y Crónicas sarracinas (1982) y una edición y prólogo de la Obra inglesa de Blanco White (1972). En 1984 fue declarado hijo adoptivo de Níjar.
Particularmente polémicos han sido sus libros de memorias Coto vedado (1985) y En los reinos de Taifa (1986).
Recibió el Premio Nacional de Literatura en el 2008.
La lucidité est la blessure la plus
rapprochée du soleil.
RENÉ CHAR
Título original: Coto vedado
Juan Goytisolo, 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.0
Notas del autor
[1] Hecho mencionado en una carta a Monique escrita aproximadamente en 1962.
[2] Según testimonio reciente del hijo de los masoveros, el presidente del Gobierno vasco José Antonio Aguirre y su familia vivieron varios meses en él.
[3] Fechas de entrada y salida estampilladas en tu pasaporte 4-3-1964 y 6-3-1964.
[4] Véase «Sir Richard Burton, peregrino y sexólogo», Crónicas sarracinas, págs. 170-171.
[5] Jaime Gil de Biedma, «Elegía y recuerdo de la canción francesa».
[6] Este párrafo y los dos que le siguen figuran en mi ensayo «Lectura familiar de Antagonía», publicado en Quimera, 32.
[7] «La littérature espagnole en vas clos» apareció meses después en Les Lettres Nouvelles firmado solamente con mis iniciales.
[8] Véase mi edición de la Obra inglesa de Blanco White, Buenos Aires, 1972, págs. 256-263.
[9] Ninguna de las dos cartas citadas, y que traduzco del francés, llevan fecha si bien esta se deduce del texto: la procesión mencionada en la segunda es la de la festividad del Corpus.
Coto vedado explora y a la vez funda un nuevo territorio moral en la literatura española. En este texto autobiográfico, Juan Goytisolo convierte la memoria personal en eje de una rigurosa indagación ética, inseparable de la tensión expresiva del lenguaje literario. Desde los días opacos de la infancia violentada basta la insurrección juvenil en una sociedad mohosa y cloroformizada para desembocar en el exilio voluntario en París y en el descubrimiento del Sur como verdadera patria, Coto vedado nos propone un itinerario hacia el núcleo último de una conciencia en búsqueda de su verdadera identidad. Por su indeclinable exigencia y su vigilante voluntad de riesgo e indagación, Coto vedado —radiografía de un país y una época al tiempo que lúcida introspección— no es solo uno de los libros mayores de Juan Goytisolo, sino un título singular y único en su género entre nosotros.
Juan Goytisolo
Coto vedado
ePub r2.0
Titivillus 09.03.2019
Espulgar genealogías se reduce a descubrir, dirá el narrador socarrón del Petersburgo de Biely, la existencia final de linajes ilustres en las personas de Eva y Adán. Fuera de este hallazgo capital e incontrovertible, las arborescencias y frondosidades de los troncos materno y paterno no suelen prolongarse —con excepción quizá de unas cuantas familias de aristócratas— a ese limbo original pomposamente conocido por la noche de los tiempos. En mi caso —vástago, por ambos lados, de una común, ejemplar estirpe burguesa—, los informes tocantes a mis antecesores obtenidos durante mi infancia no exceden de la primera mitad del siglo XIX. Pese a ello, mi padre, en uno de los arrebatos de grandeza que antecedían o preludiaban sus empresas y descalabros, se había forjado un escudo familiar en cuya composición figuraban, conforme a mis recuerdos, flores de lis y campos de gules: lo había trazado él mismo en un pergamino que lucía enmarcado en la galería de la casa de Torrentbó y era, según él, la demostración irrebatible de nuestros orígenes nobiliarios. En las largas veladas veraniegas propicias a la evocación de temas íntimos y anécdotas remotas, mi tío Leopoldo acogía la exposición de los presuntos blasones con una expresión risueña y escéptica: apenas su hermano mayor había vuelto la espalda, nos confiaba sus sospechas de que el viaje sin retomo del bisabuelo de Lequeitio a Cuba, adonde fue muy joven e hizo rápidamente fortuna, obedeció tal vez a la necesidad de romper con un medio hostil a causa del estigma inicial de una procedencia bastarda. ¿Por qué si no, al enriquecerse y triunfar, se había establecido con gran fausto en Cataluña y no en el País Vasco? Aquel extrañamiento y ruptura con el resto de la familia es y será siempre un enigma. En cualquier caso, dirimía, lo del escudo y nobleza eran producto de la desbocada fantasía paterna: nuestros antepasados vizcaínos no habían pasado de hidalgos.
Sea cual fuere la verdad, el bisabuelo Agustín, cuya imponente y señorial estampa presidía en mi infancia el cónclave fantasmal de retratos de Torrentbó, se había convertido en uno de los magnates de la industria azucarera cubana gracias a su despiadada explotación de una mano de obra abundante y barata: la suministrada por los esclavos. La forma en que amasó en pocos años un capital inmenso revela un carácter duro y autoritario, poseído de la ambición y orgullo inherentes al mando y absolutamente seguro de sus derechos. Dueño del ingenio San Agustín, en el término municipal de Cruces, junto a Cienfuegos, adquirió también numerosas propiedades tanto en la isla como en la metrópoli. A los hábitos ordenados de su hijo Antonio debemos la conservación de un verdadero archivo de documentos —cartas personales, facturas, letras de cambio, correspondencia comercial, resguardos, fotografías— que permitiría exhumar a un historiador interesado en los negocios, costumbres y tren de vida de una próspera familia de indianos, la ideología, creencias, aspiraciones de la antigua sacarocracia y el impacto en ellas de las vicisitudes políticas de la colonia desde las primeras luchas independentistas y abolición de la esclavitud a los acontecimientos que culminaron en la voladura del «Maine» e intervención directa de los norteamericanos. A través del correo dirigido a o desde Cuba, se puede reconstruir la movilidad atareada del bisabuelo entre Barcelona, La Habana y Cienfuegos; su decisión de confiar el cuidado del ingenio e intereses isleños a su hijo Agustín, mientras mi futuro abuelo Antonio y la «niña Trina» se acomodaban lujosamente en sus propiedades y fincas del principado; la larga lista de achaques de la bisabuela doña Estanisláa Digat y Lizarzaburu, paliados tan solo por sus consoladoras prácticas religiosas y sentimientos devotos. Del efecto que en mí produjo el hallazgo tardío de estos materiales el lector podrá forjarse una idea recorriendo las páginas de Señas de identidad y, sobre todo, el primer capítulo de Juan sin tierra. El mito familiar, escrupulosamente alimentado por mi padre, se esfumó para siempre tras la cruda verdad de un universo de desmán y pillaje, desafueros revestidos de piedad, abusos y tropelías inconfesables. Una tenaz, soterrada impresión de culpa, residuo sin duda de la difunta moral católica, se sumó a mi ya aguda conciencia de la iniquidad social española e índole irremediablemente parasitaria, decadente e inane del mundo al que pertenecía. Acababa de descubrir la doctrina marxista y su descripción minuciosa de los privilegios y atropellos de la burguesía se aplicaba como anillo al dedo a la realidad evocada en aquellos fajos marchitos de cartas.