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Miguel Delibes - El último coto

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Miguel Delibes El último coto
  • Libro:
    El último coto
  • Autor:
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    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1992
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El último coto: resumen, descripción y anotación

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MIGUEL DELIBES Valladolid 1920-2010 se dio a conocer como novelista con La - photo 1

MIGUEL DELIBES (Valladolid, 1920-2010) se dio a conocer como novelista con La sombra del ciprés es alargada, Premio Nadal 1947. Entre su vasta obra narrativa destacan Mi idolatrado hijo Sisí, El camino, Las ratas, Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados, El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes, Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje. Fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura (1955), el Premio de la Crítica (1962), el Premio Nacional de las Letras (1991) y el Premio Cervantes de Literatura (1993). Desde 1973 era miembro de la Real Academia Española.

1986-1987

Apertura 1986-1987

26 de octubre de 1986

¿Dónde se han metido las perdices que dejamos aquí el primer domingo de febrero, cuando vinimos a conocer el coto? ¿Se han disuelto en el aire? ¿Se las ha comido la tierra? He aquí, en pocas palabras, el tema central de la tertulia que siguió al almuerzo, en el refugio de cazadores de El Bibre. La gente no se preguntaba ya por la cría; admitía que había sido nula (lo que es mucho admitir), pero ¿dónde estaban, al menos, las perdices que sobrevivieron a la temporada 1985-1986? Yo creo que los cazadores, antes que embusteros, somos propensos a la exageración, a las lucubraciones más disparatadas y calenturientas. De ahí, las razones que fueron arguyendo los contertulios para explicar el fenómeno. Hubo quien habló del chajuán, y de la consiguiente emigración de la perdiz, olvidando que el sedentarismo de este pájaro está tan arraigado que antepone morir de calor a desplazarse. Otra voz apuntó a la posibilidad de una fantástica peste aviar cuyas primicias se habían manifestado en los Torozos al comenzar el año. Un tercero sugirió que la perdiz escapaba de los altos y se refugiaba en el regadío de la cuenca buscando agua. Finalmente mi hijo Germán comentó, en tono humorístico, que la incorporación de la familia Delibes a la Sociedad podía haber gafado el coto y dado al traste con la abundante perdiz de otros tiempos. En cualquier caso, la sucesiva comparecencia de las diversas cuadrillas en el refugio resultó penosa: la primera había cobrado una patirroja, siete la segunda y cinco la tercera, cifras irrisorias cuando la unidad de los botines del primer día de temporada solía ser aquí la docena. Cabía la posibilidad de que la gente hubiera tirado mal, pero la segunda parte es que nadie vio bandos grandes ni en las caminatas por las cuestas ni en los desplazamientos por los caminos. Sin embargo, yo me resisto siempre a emitir un juicio definitivo a las primeras de cambio. Que no hay copia de perdiganas, es manifiesto. Que la cría ha sido mala, casi nula, parece también evidente. Pero que las supervivientes del año pasado hayan pasado a mejor vida cuesta reconocerlo. Para mí es más fácil creer que el retraso en la apertura (quince días) y la entrada de las lluvias han dispersado los bandos por los sembrados, que pensar que han desaparecido. Por de pronto las jaras y pimpollos de la ladera rezumaban agua esta mañana y para nadie es un secreto que a los pájaros les desagrada la humedad. Tampoco es ninguna novedad para un cazador provecto que la perdiz, hasta la aparición de los primeros hielos, suele diseminarse por rastrojos y barbechos. En realidad, son las heladas y el subsiguiente trajín de tractores por bajos y páramos lo que induce a agruparse a la perdiz y a resguardarse en las cuestas. Cierto que este comportamiento no es obligado, no se repite inevitablemente temporada tras temporada, pero tengamos presente que este año, al retrasarse dos semanas la desveda y habiendo entrado ya el otoño meteorológico, es un año especial.

A falta de pluma, el conejete brincó con alegría entre los chaparros. Otro misterio cinegético: ¿por qué en estas laderas hay tanto gazapo y tan pocos en los montes aledaños, la vieja Espina, por ejemplo, su hábitat natural? Nadie sabe dar una explicación. La caza, como las religiones, no sería tan atractiva sin estos misterios que la rodean. Lo cierto es que el pelo fue el animador de un día de clima grato pero corto en caza. Y con el pelo una revelación: el talento conejuno de la Fita, la joven perra grifona de mi hijo Adolfo. Mostró, latió y sacó a los gazapos por lo limpio... ¡Un prodigio! De esta forma el morral se elevó a veinte, si bien el cronista apenas colaboró con un par de ellos que campearon de largo. Sus reiterados fallos le convencieron de una cosa: que el conejo de los breñales no es pieza para viejos. Este conejo requiere rapidez en armarse y tiro a espetaperro; o sea, reflejos. Y los reflejos, rebasados los sesenta y cinco, se van oxidando poco a poco. Y otra melancólica constatación: cada año que se cumple a partir de los sesenta vale como tres de los de antes, pese a los esfuerzos del viejo cazador por conservar las energías y evitar el anquilosamiento.

Poca perdiz

2 de noviembre de 1986

Nieblas. Nieblas blandas, deleznables, las primeras que amasa el Duero esta temporada. Nieblas efímeras que se fueron diluyendo a medida que el coche iba alejándose del río. Y el cuartel de Fuente de los Santos, no malo en sí, lo parecía hoy debido a la circunstancia de estarse olivando la pimpollada, y ya es sabido que la presencia del hombre ahuyenta la caza. Nada significa el descanso dominical, ya que, al dejar desabrigado el monte, la perdiz desaparece y el pelo no encama. A la caza –excepto a la liebre de páramo– no le gusta el descampado. Así, la mano inicial además de estéril fue triste. Una mano sin voces, ladridos ni tiros. Yo, por mi parte, no vi pieza. La vieja táctica de apretar a la perdiz por las alas no dio esta vez resultado. Los pájaros de las siembras –los pocos que había– volaron al buen tuntún, a cualquier parte menos a las cuestas (¿por el olor a hombre o por la ausencia de resguardo?). Incluso prefirieron volver contra la mano que seguir la línea de la ladera. En suma, poca perdiz y desconfiada. Las siete que se abatieron –excepto la que le metí en la gorra a Manolo al retirarme al coche– se cobraron en el descampado, a base de carreras y saltos, o en las cuatro linderas de los bajos, donde Germán y Juan demostraron ser unos tipos todo terreno. Decepcionado, bajé a la falda, a dar un paseo al sol en pos del viejo Grin que, a última hora, salvó la jornada de un absoluto aburrimiento al mostrarme un gazapete en un cárcavo, cabe un tomillo ralo, y aguantar la postura hasta que subí. Al azuzarlo brincó el conejo como una exhalación y el perro, demasiado caliente, se lanzó en su persecución, estorbándome, hasta el punto de que tuve que tomar puntería entre sus orejas para derribarlo. Esta incontinencia fue el lunar de una faena de concurso, mucho más meritoria si tenemos en cuenta que este perro, en el ocaso de su vida, apenas ha tenido ocasión de conocer al conejo debido a la mixomatosis.

La confirmación

6 de noviembre de 1986

La escasez de perdiz no es sólo cosa de El Bibre. No la hay en Valladolid, no la hay en Castilla, no parece haberla en ninguna parte del mundo. Y lo que más sorprende no es que haya poca (la perdiz es muy exigente para la cría: quiere agua pero no nublado; odia la sequía pero más aún la piedra) sino que esta escasez no se anunciara a su debido tiempo. Es más, en julio y agosto se habló frívolamente de una temporada esperanzadora al comentar la inexistencia de codorniz. Pero luego resultó que en agosto no hubo codorniz, ni hay perdiz en noviembre; no hay nada de nada. No se ven igualones; las cuatro perdices que sobrevuelan el campo son valetudinarias. Incluso he vuelto a oír que muchas de ellas sucumbieron ante el chajuán y la sequía. Tan crítica es la situación que se habla de echar el cerrojo, de clausurar la temporada recién abierta. La medida, si prematura, no me parece descabellada. Yo aconsejaría aguardar unas semanas antes de decidir.

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